Un joven fue a ver a un sabio cierto día y le preguntó: Señor, ¿Qué debo hacer para convertirme en un sabio? El sabio no contestó. El joven, después de haber repetido su pregunta cierto número de veces con parecido resultado, lo dejó y volvió al siguiente día con la misma demanda. No obtuvo tampoco contestación alguna y entonces volvió por tercera vez y repitió su pregunta: Señor, ¿Qué debo hacer para convertirme en un sabio? Finalmente el sabio lo atendió y se dirigió a un río que por allí corría. Entró en el agua llevando al joven de la mano. Cuando alcanzaron cierta profundidad, el sabio se apoyó en los hombros del joven y lo sumergió en el agua, a pesar de sus esfuerzos para desasirse de él. Al fin lo dejó salir, y cuando el joven hubo recuperado el aliento, el sabio interrogó: Hijo mío, cuando estabas bajo el agua, ¿Qué era lo que más deseabas? Sin vacilar contestó el joven: aire, quería aire. ¿No hubieras preferido mejor riquezas, placeres, poderes o amor? ¿No pensaste en ninguna de esas cosas? No señor, deseaba aire y solo pensaba en el aire que me faltaba -fue la inmediata respuesta. Entonces,-dijo el sabio- para convertirte en un sabio debes desear la sabiduría con la misma intensidad con la que deseabas el aire. Debes luchar por ella y excluir todo otro fin de tu vida. Debe ser tu sola y única aspiración, día y noche. Si buscas la sabiduría con ese fervor, seguramente te convertirás en un sabio. Tomas, apodado el mellizo, pone como condición tocar las heridas de Jesús para creer que está vivo. “Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré… Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes. Luego le dijo a Tomás: Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree. Al parecer, entrar en contacto con las heridas del resucitado es muy importante para Tomás (Jn 20, 19-31)
El Papa Francisco predicando sobre este pasaje del evangelio dice: “En el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta las propias heridas, las propias llagas, las propias laceraciones, la propia humillación; en la marca de los clavos encuentra la prueba decisiva de que era amado, esperado, entendido. Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era ése el Señor que buscaba, él, en las profundidades secretas del propio ser, porque siempre había sabido que era así. ¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús, así como es: dulce, misericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente trasformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: ¡Señor mío y Dios mío!” Sin lugar a duda, la forma como experimentamos a Dios marca la forma como nosotros vamos por la vida. El Papa Benedicto XVI decía que a Lutero lo movía el anhelo de experimentar a Dios como un ser Misericordioso y compasivo. Tomás, seguramente, deseaba en lo más profundo de su corazón, experimentar a Dios como alguien muy cercano a nuestra debilidad, fragilidad y vulnerabilidad; pero sobre todo, como alguien capaz de transformar esa condición por la fuerza misma del amor a la vida. Trinidad Ried escribe: “Nada de lo humano le fue ajeno a Jesús; por lo tanto, todo lo que Él vivió queda al alcance de nuestra comprensión y aspiración, siendo nuestra meta primordial la resurrección. Esta resurrección implica regresar al hogar espiritual del que salimos, reinterpretar todas las penurias y alegrías vividas y reconocer la presencia de Dios/Amor en cada una de ellas. Desde esta certeza de incondicionalidad tan profunda como hermosa, podemos liberarnos con libertad de todo lo innecesario y permitir que la vida se exprese plenamente en cada uno de nosotros”. Muchas personas llevan una vida disociada; es decir, su mente está fragmentada. Estas personas son capaces de actuar en contra de lo que, realmente sienten sin darse cuenta de la incoherencia en la que viven. Al respecto dice Ismael Castillo: “La disociación es un mecanismo extremo que permite escapar de lo inescapable. La disociación necesita comprenderse como un espectro que va desde la fragmentación no-patológica, hasta el trastorno disociativo de la personalidad. Por disociación entendemos, una vida vivida gobernada por una mente disociada”. Espiritualmente, podemos decir que, una persona gobernada por una mente disociada, difícilmente, logra conectar con la vida de manera auténtica. Estas personas no saben distinguir lo real de lo imaginario, lo real de la fantasía que construyen y, en medio de la cual se encuentran para sobrevivir medianamente al dolor que no logran aceptar, integrar o resolver. Nada hay más dañino para el alma que los duelos patológicos. De ahí, la enorme necesidad que tiene el alma de experimentar la misericordia de Dios. Cuando salimos del dolor, cuando superamos la disociación, cuando nos reencontramos con nosotros mismos, estamos sintiendo la cercanía amorosa de Dios que todo lo transforma. Dice Thomás Merton: “la santidad no es otra cosa que la experiencia de sentirnos nosotros mismos. Donde somos nosotros, Dios está revelándonos su amor, compasión y misericordia. De ahí, que para Tomás sea sumamente importante saber que, Dios está tan cercano a nuestro dolor como a nuestra vida. Solo un Dios que asume el dolor y lo transforma puede ser un Dios confiable. El camino de la misericordia es un camino de vida interior. Cuando pensamos que la curación viene de afuera estamos actuando como niños. Los verdaderos milagros son la expresión de la conexión interior que el enfermo, el que sufre, el que está abatido y desconsolado realiza con su ser más profundo, cuyo núcleo esencial es profundamente amoroso. Las personas que se dejan arrastrar por el ser inferior sólo conocen la mentira, el odio, la venganza, el desamor. Cuando hablan de Dios hacen referencia a la imagen distorsionada que tienen de sí mismos y de la vida. Por eso, en su manera de actuar pueden ir a la iglesia, hacer grandes oraciones y sacrificios delante de todos y, mentir, calumniar y destruir al otro sin ningún mínimo de remordimiento en su consciencia. Ninguna inteligencia artificial nos va ahorrar el camino del trabajo interior. Recordemos que, sin vida interior no hay identidad. El amor es proporcional al sentido del Yo que hemos logrado construir. Así como nos percibimos a nosotros mismos percibimos a los demás y al amor que podemos llegar a ofrecerles. Dice Trinidad Ried: “ Como ocurrió con el Señor, que después de haber recibido tantas alabanzas y despertar a multitudes en el inicio de la vida pública, nosotros podríamos creer que en el reconocimiento, el poder y la fama está la vida plena, pero Él mismo nos enseñó que hay que ir a Jerusalén y experimentar la angustia de la pasión y la muerte, y ser fieles a la voluntad de Dios, para poder manifestar a los demás que Dios no es como lo imaginamos sino como Él mismo se nos revela: Autor y Señor de la vida. Dudo, Señor. Dudo. Y busco tu resurrección en gestos espectaculares, coincidencias imposibles o cambios radicales. Pero ni siquiera a Tomás, tu amigo, le diste esas señales. Sino que le enseñaste tus heridas y tu carne dolorida, un costado abierto y unas manos atravesadas. Hoy, ante mis dudas, vuelves a apuntar a tus heridas. Hoy no ya por clavos y lanzas. Sino en tu cuerpo, que es la Iglesia, que es el mundo. En tus heridas abiertas hoy me llamas a descubrirte vivo y resucitado. En las heridas sangrantes por la injusticia del mundo. Y en las heridas de mi vida que no soy capaz de curar. Pero, aunque yo me resista y te pida nuevas pruebas, es ahí donde señalas. Y me dices otra vez que crea en ti porque estás vivo y resucitado (Óscar Cala, SJ)Francisco Carmona
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