En el evangelio de Lucas encontramos los relatos de la viuda de Naím y del Joven endemoniado. Ambos relatos tienen en común la dificultad de los padres y de los jóvenes por construir un vínculo sano. Escribe Carolyne Hobbs: “Nuestro yo infantil anhela ser reconocido por nuestro corazón sabio”. Muchos de nosotros nos hemos perdido a nosotros mismos en el afán de cumplir las expectativas de los demás. En la medida que, logramos conectar con nuestro interior, vamos experimentando una consciencia diferente acerca de la vida, de las relaciones y, con respecto a nosotros mismos. Una vez que reconectamos con las partes olvidadas de nuestro ser, aquellas que quedaron excluidas de nuestra vida porque amenazaban las expectativas que teníamos sobre una buena vida al lado de los padres, empezamos a experimentar, de otra manera, la riqueza que hay en nuestra vida. Ante los padres, Jesús adopta una postura compasiva. Jesús sabe captar el sufrimiento del otro, no juzga, pero sí exige que actuemos con firmeza, con claridad, que tomemos el lugar que nos corresponde en la vida y, de manera especial, en los vínculos familiares. De nuevo, escribe Caroline Hobbs: “Nuestra tradición familiar nos enseñó muy bien a reaccionar a la defensiva, a tomarnos personalmente los sentimientos de los demás y a caer en la inculpación y el rechazo incluso antes de saber qué sucedió”. Para protegernos de las heridas, nos retiramos, retenemos el amor y, nos conformamos con vivir contraídos. En la medida que aprendamos a acoger las experiencias dolorosas, en lugar de saltar por encima de ellas, podemos abrirnos a la compasión hacia el sufrimiento de los demás.
Lidiar con nuestra debilidad es una tarea que, a veces, resulta ardua. ¿Qué podemos hacer al respecto? Borja Iturbe escribe: “Quizá nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar este consuelo? Es precisamente ese todos somos débiles la ventana que puede darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con el Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene nuestro cayado y besa nuestras heridas”. Cierto día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pradera. El animal abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas. Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, jefe de un rebaño, que viendo el espacio ya abierto hizo a su rebaño seguir por allí. Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese mismo sendero: entraban y salían, giraban a la derecha y a la izquierda, descendían, se desviaban de los obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva vía. Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en una amplia carretera donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría realizarse en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro. Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, finalmente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto intrincado era el peor de todos. Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía al ver que los hombres tienen esa ciega tendencia rutinaria a seguir la vía que ya está abierta, sin preguntarse si habría acaso una mejor opción o camino. Tal vez hubiesen descubierto otros paisajes más bellos. Cada vez, que nos conectamos con la creencia nuclear que dirige nuestra vida, terminamos intentando huir de la culpa y, para lograrlo, recurrimos a la manipulación. Cuando la manipulación resulta ineficaz, entonces recurrimos al sarcasmo. Nada de esto nos libera del miedo que nos atrapa y del cual se alimenta la creencia nuclear para mantener el dominio que ejerce sobre nuestra psique. Solo en la medida que nos abrimos a la compasión podemos encontrar caminos para resolver la vida de un modo diferente. La compasión permite que nos digamos y le digamos a los otros: “Sé, lo solo que te sientes; sé, lo difícil que es para ti asumir tu identidad; sé lo difícil que resulta para vivir sin estar pendiente del reconocimiento externo”, etc. La compasión libera del efecto que produce la vergüenza, la rabia y la humillación en el alma y en el corazón. La compasión nos enseña que las reacciones fuertes, exageradas nunca son un camino que conduzca a la transformación interior profunda. Cuando aprendemos a reaccionar asertivamente, hacemos a un lado los juicios, la necesidad de tener la razón, los demás comienzan a sentirse escuchados, vistos y valorados como realmente son. Es necesario también aprender a abandonar el hábito, tan propio del Ego, de evitar la incomodidad y aferrarse a lo conocido. Aprender a escuchar compasivamente exige mucho de nosotros; especialmente, que abramos el corazón a comprender que, aún en medio de la oscuridad más terrible, el otro que vemos sufrir, intenta encontrar la luz que le permita vivir tranquilo, en paz y armonía. Las personas, que tienen dificultades para hacerse cargo del desorden emocional que llevan en su interior, creen que todo va bien, sí los demás mantienen la boca cerrada y no preguntan, no confrontan, no piden un cambio de actitud ante la vida. Estas personas, en la mayoría de los casos, tienen una enorme dificultad para sentir compasión hacia ellas. El obstáculo proviene de su narcisismo y de la pobre imagen que tienen de sí mismos. Carolyne Hobbs nos recuerda: “Buda enseñó que la compasión abre nuestros corazones al sufrimiento de todos los seres. Pero la apertura consciente al dolor, el nuestro o del otro, desafía la lógica; atenta contra el mantra del sentido común del Ego: evitar el dolor o la incoherencia a toda costa. Así que empezamos por practicar la compasión sobre lo más fácil: nuestros seres queridos y nosotros mismos”. En la medida que el corazón se mantiene dispuesto a conectar consigo mismo, a tomar la sabiduría que habita en él, podemos ponerle fin al sufrimiento que nos atrapa y nos convierte en niños a la hora de relacionarnos con los demás, con la vida y con Dios. Hay un llamado permanente de la vida a la compasión. Depende de cada uno si lo escucha y lo obedece. Pedir, una y otra vez, que Dios nos regale entrañas de misericordia ente toda miseria humana nos prepara para acoger desde la compasión la ira, el miedo, los juicios que nos convierten en seres inconscientes, nos anclan en las creencias nucleares de nuestro trauma y bloquean nuestra capacidad de amar y vivir en autenticidad. Hoy me rindo a darte las gracias. Gracias por mostrarme que nuestro todo eres Tú. Tú sosteniéndonos en el sufrimiento y llamándonos constantemente a la reconciliación. Tú sencillo y cotidiano y no por ello menos entregado. Siempre Tú, hasta los rincones más oscuros de mi propio engaño. Gracias por entrar a avivar las brasas, aun cuando estoy a puerta cerrada (Fran Delgado sj)Francisco Carmona
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