Cuando entramos en contacto con la Energía que proviene del Sí-mismo nos fortalecemos, sanamos y, en algunas ocasiones, nos curamos. La energía positiva proviene de una bendición, de un gesto de oración, de un mantra o una imposición de manos. San Juan nos cuenta: “Habiendo dicho esto, escupió en tierra, e hizo barro con la saliva y le untó el barro en los ojos al ciego, y le dijo: Ve y lávate en el estanque de Siloé (que quiere decir Enviado). El ciego fue, pues, y se lavó y regresó viendo. Entonces los vecinos y los que antes lo habían visto que era mendigo, decían:¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Él es, decían unos. No, pero se parece a él, decían otros. Él decía: Yo soy”. Lucas también dice: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Levantando los ojos dijo: Veo hombres; me parecen árboles, pero andan. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad” En un taller de Constelaciones Familiares, se acercó un hombre y dijo: soy un hombre dedicado a la enseñanza de la ciencia y la tecnología en la universidad, como puede usted decirme que, una simples palabras y un ritual pueden curar el alma y transformar una vida? En ese momento, recordé el siguiente cuento: Érase una vez un maestro zen que fue interpelado por un guerrero samurái, quien le pidió que le enseñara el significado del infierno y del cielo. Cuando el maestro le respondió: Nunca le enseñaré algo a alguien tan ignorante y violento como tú, el samurái se enfureció, alzó su espada y estuvo a punto de matarlo. Entonces el maestro dijo: Eso es el infierno. Inmediatamente, el samurái entendió, tiró su espada en reconocimiento e hizo una reverencia al maestro con fe. Entonces el maestro dijo: Eso es el cielo. También recordé que, un Maestro dijo: si una palabra puede enojarte, enfurecerte o sacarte de quicio porque una palabra no puede devolverte la paz o sanarte?
En la película “asesino digital”, hay una escena donde destacan las siguientes palabras: “Mientras haya algo que despierte el mal en tu corazón, un secreto bien guardado o un dolor rechazado, cualquiera puede convertirse en un asesino”. Tanto el mal como el bien comienzan con una palabra que se lleva en el corazón. Una mujer quiso constelar porque, desde hace un tiempo, la pareja, el dinero, las amistades, los vínculos familiares parecen desaparecer. Mientras se desarrolla la constelación aparece un duelo sin resolver, la muerte del padre, al lado del muerto una mujer dice: ¡Se acabó mi vida! La consultante reacciona de inmediato, diciendo: ¡esas son las palabras que dije cuando llegué a la casa y encontré muerto a mi papá que, ha sido el gran amor de mi vida! Dice la liturgia católica: Una palabra tuya bastará para sanarme. Podemos añadir: basta una palabra mía para enfermarme o, incluso, destruirme. Escribe Willigis Jäger: “Toda bendición, toda oración no es otra cosa que el envío de energía positiva. Cada señal de la Cruz que uno se hace a sí mismo supone una activación de energía curativa. Cuando los tres hermanos, después de un permiso durante la guerra, volvimos a marcharnos de casa, nuestra madre hizo la señal de la cruz con agua bendita en nuestra frente. Se puede considerar esto como un gesto mágico, pero se trata de la transmisión de energías positivas desde el campo curativo de la consciencia, que todo lo penetra y lo sostiene. Cuando uno ora, uno se abre a este campo energético que es amor”. Para bendecir, orar por el otro, el corazón necesita estar dispuesto a desear el bien del otro. Aquello que deseamos a los demás es, en últimas, lo que deseamos para nosotros mismos. Algo que sabemos y, arrastrados por el impulso de las emociones y pasiones, olvidamos fácilmente. Hay situaciones en las que es imposible intervenir físicamente para ayudar a otros, para hacerles sentir nuestra cercanía. Sucede que, cuando alguien dice: “he orado por usted, por su vida, por sus proyectos, en mi interior se despierta un sentimiento amoroso. Siento que esas palabras, además de agradecimiento, son la expresión de un cariño y cercanía cuya construcción no depende de mí, sino de una fuerza superior”. La palabra que sana, que reconcilia puede ir unida a un mantra, a un canto, a un saludo. Esta palabra tiene la fuerza de la benevolencia y la compasión que son las dos energías que, junto al amor, tienen el mayor poder de curación. He visto en Constelaciones Familiares que, una canción oportuna hace que el trabajo que se está realizando llegue a buen fin. A veces, para expresar lo que llevamos guardado en el corazón, necesitamos que otros nos presten o regalen sus palabras. Nadie se comprende profundamente a sí mismo sino entra en relación con la divinidad. Para lograrlo, existen los rituales. A través de los rituales entramos en una dimensión diferente a la cotidianidad, al espacio sagrado del encuentro con Dios. La tarea de los rituales consiste en poner a la persona entera en movimiento y conducirla hacia la Unidad, tal como lo expresó Jesús: “El Padre y Yo somos UNO”; como sucede en el cielo también ha de suceder en la tierra. En la Iglesia católica, los sacramentos existen para ofrecernos esa vida divina. A través de los sacramentos experimentamos la cercanía, la unión y celebramos el amor de Dios habitando en nosotros y nosotros en Él. Cuando se pone en duda la existencia de un Ser superior, de una Realidad que nos trasciende, la psique entra en crisis. He podido ver que, detrás de una crisis o rechazo a la experiencia religiosa hay un dolor en el alma que no ha logrado curarse. En un taller de constelaciones, una mujer consultó porque desde el suicidio de Cheslie Kryst, comenzó a experimentar el deseo de quitarse la vida, para percatarse en carne propia, lo que puede sentir una persona que realiza un acto semejante. Invitamos al arquetipo de la divinidad, del amor, a entrar en la constelación, cuando abrazó amorosamente a quien se quitó la vida y a quien deseaba quitársela, sucedió algo que llamó la atención. La primera, encontró descanso. La segunda, se enojó enormemente, incluso se apartó y, uno de los representantes comenzó a decir: “¡Soy mejor!”. De inmediato, apareció el conflicto con las declaraciones tradicionales de la religión que condena a quien en la oscuridad de su alma atenta contra su vida. Pues bien, la experiencia mística nos enseña que, en el amor de Dios nuestras heridas son curadas y nuestra oscuridad transformada en luz. El afán de superioridad revela la debilidad de la fe. Sin imponer, sin juzgar, sin segundas intenciones. Así te acercas, Jesús, al que más te necesita. Y a mí también. Dejas espacio, silencio, posibilidad para que sea él -para que sea yo- quien exponga su deseo, mi necesidad, mi anhelo. Sin prisas, sin condiciones, sin exigencias. Así, Jesús, perdonas, curas, sanas ¿Me lo creeré alguna vez? ¿Aprenderé tu modo de acercarme, de dejar espacio, de perdonar, de curar y de sanar? (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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