El primero de abril de 1983, durante un campamento misión realizado por los marianistas, tuve la oportunidad de darle la comunión a Jesusita, una mujer que, además de ser anciana, era ciega y muy pobre. Ver la alegría de Jesusita por comulgar fue conmovedor. Darle la comunión a alguien, por primera vez en mi vida, fue transformador. Salí de aquella casa con una alegría desconocida, mi alma estaba ensanchada, quería llevarle la comunión a todo el mundo. En medio de aquella fuerte emoción, le dije a José, el guía del campamento: ¡quiero ser marianista! Cuenta la tradición judía que un rabino sabio y buscador de Dios caminaba despacio en medio de la noche. Se encontró con un guardia que daba cortos paseos, adelante y atrás, ante el portón de una mansión señorial. ¿Para quién paseas tú?, le preguntó, curioso, el rabino. El guardia dijo el nombre de su amo. Luego le preguntó al rabino: Y tú, ¿para quién caminas? Esta pregunta se quedó grabada en el corazón del rabino. Y tú, ¿para quién caminas? ¿Para quién son tus pasos? ¿Para quién vives? Sólo puedes vivir para alguien. A cada paso que des hoy, repite su nombre.
La experiencia con Jesusita quedó grabada para siempre en mi alma y vuelvo a ella cada vez que siento que la vida pierde fuerza, sentido y orientación. De esta experiencia tomó la fuerza para levantarme cada mañana a hacer oración, a escribir, a revisar la vida y, de manera especial, para estar disponible en la consulta, en los talleres, en las formaciones. En los momentos de mayor oscuridad, donde el dolor parecía arrebatarle toda la luz al alma, ha sido la imagen de Jesusita quien me devuelve el brillo y me recuerda que, en muchas almas hace falta entrar en comunión con Jesús. Entonces, recuerdo el llamado de aquel primero de abril: ¡quiero llevar a Jesús, la comunión con Él, a todos los corazones abatidos, destrozados, que necesitan una palabra de consuelo, que sane y restablezca el anhelo de vivir, en la presencia de Dios. Así, como hay experiencias parecidas a las de Jesusita, también en el alma hay experiencias de dolor, humillación, desvalorización. Están grabadas en mí alma y, de vez en cuando, vienen a visitarme y recordarme que, en mi habita la fragilidad, la oscuridad y el dolor. Cuando me dejo llevar por ellas, veo a un hombre que carga encima con una tristeza e impotencia grande. En lugar de luchar contra estas experiencias, intentar negarlas, esparcir el veneno que ellas contienen, recuerdo que, hay un Dios que dice: “Vengan a mi todos los que están agobiados y encuentren descanso en mi corazón que es manso y humilde”. A los pies de Jesús crucificado, nuestro dolor está bien custodiado. Estamos invitados a integrar el dolor en nuestra alma, porque es la única forma de estar completos y en paz con nosotros mismos. La división interna nos hace tanto daño como a los que caminan con nosotros. De la mano de Thomas Merton, aprendemos lo siguiente: “Me he convencido de que las reales contradicciones de mi vida son en cierto sentido signos de la gracia de Dios para conmigo… Paradójicamente, he encontrado paz porque siempre he estado insatisfecho. Mis momentos de depresión y desánimo se han transformado en renovaciones, nuevos comienzos. Toda vida tiende a crecer así, en el misterio envuelto en paradoja y contradicción, bien centrado, en lo más íntimo del corazón, en la divina misericordia”. De ahí, cada día, podemos tomar fuerzas para continuar viviendo, amando y sirviendo. Vale la pena anunciar a Aquel que, en la Cruz, lo dio todo por nosotros. Hoy, existen muchos prejuicios hacia la persona de Jesús, hacia sus enseñanzas, hacia la experiencia de encuentro con Él. Afortunadamente, cada día, también crecen experiencias de meditación, de encuentro, de seguimiento basadas en la contemplación antes que, en la doctrina o la disciplina moral. Jesús nos enseñó a relacionarnos con Dios de una manera diferente a como lo enseñaba la institución religiosa de su tiempo. Con alegría veo lo que sucede en el corazón de las personas que, venciendo los prejuicios y las falsas percepciones sobre Jesús, sobre su misterio, se abren a la escucha y a la contemplación del Evangelio, como diría Francisco de Asís, sin glosas, sin esos preceptos que, en lugar de vida, dejan atrapadas a las personas en las redes de las que nunca han logrado salir. En medio de tanta desconexión con el misterio y de tanta disociación siento la necesidad de volver sobre aquella experiencia que transformó la vida de Magdalena, de Pedro, de Pablo y, de tantos hombres y mujeres en la historia. Judas, aferrado a su afán de ver peros en todo, “ese dinero se había podido dar a los pobres en lugar de gastarlo en un perfume tan caro”, termina cerrando su corazón al autor de la vida; así, es como lo traiciona, lo entrega a manos de la autoridad judía y, cuando reacciona, siente que para él no hay misericordia y, se suicida. Judas olvido: “Un corazón quebrantado y humillado, Tú nunca lo desprecias”. En algún momento de la vida, todos hemos sido abrazados por la oscuridad y, de una manera u otra, nos traicionamos a nosotros mismos, al amor, a Dios, a Jesús. Continuamos con vida porque Dios nunca nos ha dejado a merced de nuestra soledad. San Pablo mantiene en su corazón la imagen del Aquel que, en la Cruz perdonó a los que le maltrataban, injuriaban y le quitaban la vida. En algún momento, en una de sus cartas escribe: “Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos, Y te alumbrará Cristo”. Pablo solo quiere saber de Cristo y éste crucificado. El amor de Dios, que Jesús nos reveló con su muerte es un amor que sana lo que está herido, restaura lo que está dañado e integra lo que está disociado y amenaza con destruir por completo nuestra humanidad. El amor de Dios que, la resurrección de Jesús reveló es un amor que transfigura la humanidad herida, desfigurada y torturada por el menosprecio y el desamor. Además, es un amor que acompaña, guía y forma. San Juan de la Cruz invita, en muchas ocasiones, a guardar siempre en el corazón la imagen del Cristo crucificado. Cuando comprendemos lo que pasó en la Cruz, necesariamente, nuestra vida cambia. La confusión y la neblina, dice Thomas Merton, se van acumulando en la vida. El poder de la Cruz, que no es otro que el de la entrega sin medida, sin cálculo y sin beneficio a la vista, van aclarando el corazón y dándonos conocimiento de nuestras bajezas, de nuestras reacciones desmesuradas donde más que herir, sale a borbotones el dolor acumulado de tanto desprecio y abandono hacia nosotros mismos. Contemplar el amor crucificado y, luego resucitado, nos indica que, acompañados por Jesús, nuestro corazón puede volver a conectar con la vida, con la verdadera alegría. Nadie puede cambiar lo pasó, pero si puede cambiarse a sí mismo y a sus reacciones frente a lo que sigue pasando. Cuando mantenemos la mirada en el crucificado comprendemos que, la causa de la muerte es también el origen de una nueva vida. Cristo no permanece en la Cruz, tampoco en el sepulcro. La vida venció a la muerte y, por eso, se transformó, se hizo nueva. Ahora, que lo podemos contemplar, sabemos que nuestra bajezas nos esclavizan y que el amor nos transforma. Sólo así, podemos agradecer el milagro de la vida que se levanta de la tumba y, con su luz disipa toda oscuridad. Vivir de la experiencia del amor que se entrega y resucita hace que nuestra vida siempre renazca No te encuentro si te busco a las apuradas mañanas tratando de abarcar todo con la mirada. No te encuentro si te pongo tiempos, límites absurdos que me separan de ti. Está claro que tu tiempo es otro, el de lo lento, el del sentir. No se gusta de un paso al otro, extraña conjetura en la que nos metimos los seres hace tantos siglos. Te encuentro cuando respiro más despacio y me dejo acariciar por el suelo que me has dado. Te encuentro en la luz que atraviesa las hojas temprano en la mañana donde la vida se despierta al sonar de las campanas. Te encuentro cuando dejo de querer poseerlo todo, de querer tomar memoria de todo, cuando dejo de pensar que te puedo guardar en una caja de vidrio y metal. Te encuentro cuando me dejo sentir sin espacio, sin tiempo, sin querer personal. Te encuentro +cuando soy, de vuelta yo, la misma. Y todo el tiempo te encuentro diferente. Me doy la vuelta y el árbol que eras ya está echando flores y raíces fuertes. La luz que dabas a aquellas pequeñas hojas ya está apuntando a otra dirección. Y, es ahí, cuando me doy cuenta de que eres novedad todo el tiempo. Y, es ahí, cuando me doy cuenta de que jamás te podré poseer porque tú ya me tienes poseído (Sarah Elizabeth Müller)Francisco Carmona
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