Desde el primer día de este mes que, hoy termina, reflexionamos sobre la experiencia fundante. ¿Qué es una experiencia fundante? Es aquella experiencia personal que tiene la capacidad de convertirse en una convicción muy profunda que da sentido a la vida, a lo que somos y a lo que hacemos. Esa experiencia hunde sus raíces en los estratos más profundos de la afectividad dando orden a la vida y permitiendo que construyamos un nuevo modo de pensar, sentir, actuar y vivir que dan columna vertebral, estructura, a la existencia y a la vida cotidiana. Un discípulo preguntó a Hejasi: Maestro, quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos. Hejasi contestó: Piensan siempre al contrario. Y sigue el maestro: Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud. Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.
Las grandes transformaciones de la vida se logran cuando las personas consolidan la experiencia fundante de la fe que anima su caminar y llena su existencia de sentido y de esperanza. La experiencia fundante permite que las personas construyan una identidad sólida, actúen desde su núcleo más profundo y auténtico y, de manera especial, se mantengan firmes en sus convicciones y leales en sus búsquedas y proyectos. Donde la experiencia fundante no se consolida, la vida se vuelve levedad y, terminamos viendo como lo solido se evapora. Sin experiencia fundante, se puede esperar poca perseverancia y fidelidad en los proyectos. Un autor cristiano, considera la experiencia fundante como la fuente que llena de sentido no sólo la vida, sino también, todas las luchas, los momentos de oscuridad que rodean el alma y, todas las amenazas que nos acechan. Cuando la experiencia fundante va aclarándose y fortaleciéndose, el Yo se agrupa entorno a ella y ésta se convierte en la fuente de donde mana la luz de nuestra alma pero, sobre todo, en la fuerza que nos da la libertad y nos llena de esperanza frente a cualquier experiencia de limitación, impotencia y desorientación. La experiencia fundante nos habla del encuentro entre Dios y el ser humano. Además, define el proceso de integración afectiva que se va realizando en la psique. El amor de Dios es el que hace de la vida del hombre una vida llena de sentido. También inspira la entrega generosa y la apertura al amor compasivo hacia si mismo y hacia los demás. En la sociedad del cansancio, como llama Byung a la sociedad actual, la desconexión del ser consigo mismo y con el misterio está a la orden del día. Esta desconexión provoca el vacío existencial y dispara la angustia frente a las situaciones límites de la vida. Las referencias hacia lo espiritual o religioso, la mayoría de las veces, se quedan en la superficie, es decir, no tocan la vida, tampoco invitan a la transformación de aquellas actitudes y comportamientos que mantienen la disociación y el conflicto con los demás. Antes que, perdernos en el vacío, autoexplotándonos a nosotros mismos y creyéndonos dioses de nosotros mismos, urge dar orden a nuestra vida haciendo que ella se centre en lo fundamental, en lo único que mantiene la esperanza y el anhelo de realizar plenamente la vida. Formar para que la vida se estructure a partir de la experiencia fundante es una aventura. La experiencia fundante abarca toda la vida: inteligencia, voluntad, afectividad, la vida concreta. En la medida que, vamos profundizando en la experiencia fundante, vamos teniendo fuerza para romper con el pasado, los patrones destructivos de conducta, el desorden afectivo y, de manera especial, con la ilusión de qué sin Dios podemos vivir una vida con sentido. Cuando al experiencia fundante se vuelve foco de atención en la vida somos capaces de romper con la necesidad de vivir y actuar en función de las expectativas ajenas. Somos capaces de romper con el paradigma que nos ofrece la cultura y, en lugar de desconectarnos del Misterio, nos abrimos a la esperanza y a la alegría que trae experimentarnos a nosotros mismos de nuevo. Para Thomas Merton la experiencia fundante es la consciencia de que somos UNO con Dios. Para Teresa de Jesús sólo una cosa era necesaria en la vida, Dios. De ahí que, su experiencia fundante la llevará a decir: ¡sólo Dios basta! Para san Juan de la Cruz, todo giraba en torno al amor. En la hora de la tarde, todos seremos examinados en el amor. Para Ignacio de Loyola, primero estaba elegir el interés y querer de Dios antes que, el propio interés y querer. Para el mismo Jesús, la experiencia fundante, según el evangelio de san Juan, consistía en saber que, el Padre y Él eran UNO, como el sarmiento y la vid. Para San Antonio María Claret era claro que, sin el fuego de la caridad, toda misión carecía de sentido. Mi experiencia consiste en reconocer que Dios es el consuelo del abatido, la fortaleza del triste, la luz del que camina en la oscuridad, la fuerza del que vacila, el guía de quien se encuentra desorientado y la conexión de aquel que, arrastrado por el dolor, perdió toda esperanza en sí mismo y en la vida. Dios es el único que nos sana, nos integra y nos reconcilia. Los seres humanos podemos tener un contacto íntimo con Dios, llegar a una unión íntima con Él en esta vida. Dice el Maestro Eckhart: “Hay algo en el alma que está unido estrechamente a Dios, el alma está unida plenamente a Dios, la unión del alma con Dios es unión pura”. A Dios se le conoce en la intimidad. Esa unión pura es lo que la mística actual llama consciencia de Unidad. Allí donde esta Dios también está la humanidad y, donde está la humanidad también allí se encuentra a Dios. La encarnación nos revela que lo divino no se da al margen de lo humano y lo humano, no es humano, sino es vivido en Dios. Quiero ser pastor que vele por los suyos; árbol frondoso que dé sombra al cansado; fuente donde beba el sediento. Quiero ser canción que inunde los silencios; libro que descubra horizontes remotos; poema que deshiele un corazón frío; papel donde se pueda escribir una historia. Quiero ser risa en los espacios tristes, y semilla que prende en el terreno yermo. Ser carta de amor para el solitario, y grito fuerte para el sordo… Pastor, árbol o fuente, canción, libro o poema… Papel, risa, grito, carta, semilla… Lo que tú quieras, lo que tú pidas, lo que tú sueñes, Señor… eso quiero ser... (J. M. Rodríguez Olaizola)Francisco Carmona
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