Toda revelación de Dios es una experiencia personal. Dios habla a lo más íntimo del ser humano, a su corazón. Si el corazón está dispuesto, el ser humano está más libre para vivir una comunicación auténtica con Dios. Un corazón ensordecido, sólo escucha el lamento de sus heridas y su propio dolor. Dios nunca desprecia un corazón quebrantado y humillado. La oración más humilde que podemos elevar a Dios consiste, en pedir que nos arranquen del pecho el corazón de piedra y, en su lugar, que ponga un corazón de carne. Un corazón insensible, incapaz de escuchar el sufrimiento propio y ajeno, difícilmente logra abrirse al amor. Un corazón abierto al amor de Dios ve con claridad cómo se está manifestando la vida en nosotros y en los que están junto a nosotros. Preguntado acerca de qué era un sufí, un místico, el gran maestro Hadrat Nuri dijo: Un sufí es aquél que no está encadenado y que a su vez es inocente de mantener atados a otros. El sufismo, la mística, no puede ser descrito en términos de doctrina ni en forma de ceremonial. La doctrina necesita adiestramiento de tipo superficial, el ritual necesita práctica repetitiva. Sufismo, mística, es algo que está en la creación, no algo que es aplicado a los resultados de la creación.
La experiencia tiene la capacidad de modificar para bien o para mal nuestra vida. En psicología sistémica se dice que, los sistemas comienzan a surgir a partir de una experiencia que afecta profundamente a una persona o a un grupo de personas. En este sentido, el sistema vendría a ser la respuesta a un evento que, de una manera u otra, obliga a las personas a vivir o experimentar un cambio profundo o radical en su vida. El sistema se mantiene mientras permanezcan las conductas o las dinámicas que le dieron origen. Existen diferentes explicaciones sobre el origen de los sistemas. La explicación de Bert Hellinger, con respecto a las demás, me parece sumamente impactante. Según Hellinger, el origen del sistema, de los movimientos y problemas que se presentan está en la arrogancia. En la Sagrada Escritura, cuando se habla de Adán y Eva, se dice que el pecado que, ambos cometieron fue la desobediencia. Es así. Lo que impulso ese acto fue la arrogancia. “Si comen del fruto de este árbol, serán como dioses”. Adán y Eva, sistémicamente hablando, quisieron tomar el lugar de Dios. El conflicto se origina cuando creemos que podemos tomar el lugar del otro y, lógicamente, excluirlo. La arrogancia da origen a la escisión psíquica, dejamos de ser nosotros mismos para tomar la identidad, el lugar, de aquel a quien intentamos sustituir o excluir. Según Bert Hellinger, la solución del conflicto solo es posible desde la humildad. Ser humildes no es otra cosa que aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos. Al respecto, escribe Joan Garriga en el libro “decir Sí a la vida”: Todo lo que somos tiene el derecho de ser por la mera razón de que ya es. Pero, además, podemos desarrollar ante ello una actitud de reconocimiento y aprecio, que no necesariamente es de agrado. Para ello se requiere madurez. En mi opinión, buscamos con demasiada compulsión lo que consideramos agradable, o nos alejamos con excesiva vehemencia de lo desagradable. Mi propuesta va mucho más allá: agradable/desagradable no es el criterio fundamental, lo que cuenta es nuestra capacidad de acoger todas las experiencias” A constelaciones, suelen ir personas que tienen el sentimiento de haberse estancado en la vida. Esta es una señal clara de haber tomado el lugar de alguien en el sistema. La arrogancia nos hace creer que, podemos ser mejores que otros, que podemos estar por encima de los demás, que sabemos cómo debe ser y transcurrir la vida. Escribe un colaborador de rezandovoy: “¿Quién quiere quedar anclado en un instante? ¿Quién no aspira a ir llenando la propia vida de relatos, encuentros, pasiones, gestos, lecciones, ideas y sentimientos? En este mundo nuestro de juventudes eternas, no sobra recordar de vez en cuando que la vida no es algo estático ni un momento congelado. Que cada día es único, y en ellos voy construyendo una historia irrepetible y recorriendo un camino para el que no hay marcha atrás. Que vivir (y creer) es crecer, siempre, hasta el último día. Que la vida no se gasta, sino que se construye. Y el tiempo que pasa no es tiempo que descuentas, sino un relato que vas creando”. La Fe es, ante todo, experiencia. Cuando decimos experiencia estamos hablando del proceso por medio del cual se registran cambios en la relación con +nuestro cuerpo, con la forma como percibimos el mundo y con la forma como valoramos y pensamos la vida misma. En sentido religioso, entendemos por experiencia aquel evento o suceso que nos conecta con la Trascendencia y, nos hace sentir frente a algo más grande que nosotros mismos, frente a algo sagrado. Nuestro ser profundo experimenta una transformación que le da sentido a la vida y la conduce hacia el descubrimiento de la vocación o identidad real. De nuevo, un colaborador de rezandovoy nos dice: “Porque no soy un bebé ni un crío. Porque mi mundo interior se puede ir poblando de aprendizajes, de reflexiones, de heridas y sanaciones, de éxitos y fracasos, de amores y desazones, de búsqueda y encuentros… Porque sé que he cambiado desde que era pequeño, pero también sé que aún me queda mucho por cambiar, y que ojalá en un futuro veré las cosas con más hondura, con más experiencia, con más humanidad, con una fe diferente… porque al fin y al cabo sería una lástima anclarme en un punto de la vida y pensar que ya está todo hecho…” La experiencia autentica nos saca de nuestras parálisis, de aquellos lugares en los que nos sentimos anclados. La humildad es el signo que acompaña una experiencia auténtica. Allí, donde las personas se sienten iluminadas, superiores, con poderes especiales, quien está presente y actuando es el Ego, nunca la divinidad. Escribe Joan Garriga: “Las personas hacemos lo que podemos para manejar nuestros asuntos de la mejor manera posible, pero hay momentos en los que se necesita una entrega mayor, como si tuviéramos que aceptar la idea de que una sabiduría más grande se ocupa de las tramas de las cosas y que podemos confiarnos a ella, y que no estamos solos. Especialmente cuando todo se derrumba o reorientamos nuestra vida. Esto es algo que a veces nos alcanza en el cuerpo como un conocimiento ineludible que nos guía, aunque sea difícil de entender para nuestra mente y nuestra voluntad. En ocasiones, el cuerpo sabe, y nos encontramos con la necesidad de rendirnos a ese conocimiento, rendirnos ante lo que nos exige, ante lo que no fue posible, ante lo que se deseó mucho y no se obtuvo, ante lo que sí se obtuvo y luego se fue desprendiendo como consumido de nuestro corazón. Nos topamos al fin con la humildad, el aroma básico de la rendición y de una vida lograda aun con sus grietas (o gracias a ellas). Para bien o para mal, grandes pérdidas en un nivel son grandes ganancias en el plano del espíritu, o al revés, lo que parecen grandes ganancias en un nivel son grandes pérdidas en nuestra alma. La mayoría de las veces, las experiencias son tan profundas que llevan a la persona a cambiar el rumbo de su vida, a abandonar viejas formas de pensar, de comportarse y de actuar. En cuestiones de fe, dice Bert Hellinger: “Lo que antes era seguro, hora, ya no lo es; lo que antes era importante, ahora, lo tengo que dejar. La experiencia va progresando y, cada movimiento de inmersión en ella hace que todo sea diferente, misterioso y pida mayor entrega. La experiencia hace que las decisiones, el estilo de vida, las relaciones vayan siendo conformes a ella. La experiencia nos va señalando que, lo único que podemos tener seguro es la confianza en Dios que, finalmente, es el fundamento de todo lo que ocurre en nuestra vida. Me llamaste cuando no esperaba. No tenía tiempo, ni tenía ganas ¿A dónde querías que me dirigiera? ¿De qué pretendías que me despojara? ¿Por qué cuestionabas mis seguridades? ¿A qué me llamabas? ¿No era, tu llegada, otra vez lo mismo? ¿No era tu evangelio una cantinela ya domesticada? No te conformaste con que me escondiera tras excusas huecas y necias palabras. No me permitiste levantar un muro para defenderme de tus enseñanzas. A cada barrera que yo construía tu amor oponía una nueva escala con la que venciste mi falta de agallas. Y seguí tus pasos en largas jornadas. Me senté a tu mesa una madrugada. Le diste la vuelta a lo que soñaba. Y ahora no comprendo mi vida sin ti. Contigo soy todo. Fuera de ti, nada... (José M. Rodríguez Olaizola)Francisco Carmona
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