En constelaciones familiares el tema de la implicación sistemática tiene un lugar muy importante. El afán de tomar el lugar del otro en la enfermedad o en la muerte, creer que podemos expiar o reparar una injusticia experimentada u ocasionada por la familia, el deseo de seguir hacia la muerte a alguien a quien amamos mucho son algunas de las manifestaciones de la implicación; dejamos nuestra vida para vivir la de otro u otros, abandonamos nuestra alma porque nos sentimos capaces de salvar o cambiar el destino de los demás. Frente al tema de la implicación sistémica, Bert Hellinger escribe: “En estas implicaciones, la sanación y la salvación se hallan más allá de la mera intervención médica o terapéutica. Exigen una realización religiosa, una conversión a algo más grande, que sobrepasa y despoja de su poder todo pensar y desear mágicos. Este algo más grande sería, a diferencia de la promesa engañosa del cielo - la tierra. Quien afirma la tierra, con ella afirma tanto su plenitud como también su principio y su final. A veces, el médico u otra persona que acompaña a la persona afectada, puede preparar y apoyar esta realización. Ésta, sin embargo, no está a su disposición ni sigue a ningún método, como si de causa y efecto se tratara. Cuando se logra, pide lo último y se vive como una gracia” Un monje, que estaba a la búsqueda, pidió a un mercader una limosna. El mercader, por un momento, lo miró y preguntó al dársela: ¿Cómo puede ser que tú a mí me tengas que pedir aquello que te falta para tu sustento, y al mismo tiempo me menosprecies a mí y también mi vida, cuando nosotros te concedemos lo que necesitas? El monje respondió: Comparado con lo Último que busco, todo lo demás parece poco. El mercader, empero, volvió a preguntar: Si un Último existe, ¿cómo puede ser algo que pueda buscar o encontrarse, como si al final de un camino se hallara? ¿Cómo podría uno salir a su encuentro y, como si entre otras muchas cosas fuera una, apoderarse de ello? ¿Y cómo, por otra parte, podría uno volverle las espaldas y, menos que otros, ser llevado por ello o estar a su servicio? El monje contestó: Lo Último encuentra el que renuncia a lo cercano y lo presente. El mercader, empero, siguió razonando: Si un Último existe, es próximo a cada uno, aunque, como en todo Ser un No-ser y en todo Ahora un Antes y un Después, escondido en aquello que aparece y permanece. Comparado con el Ser, que experimentamos como pasajero y limitado, el No-ser nos parece infinito, igual que el De Dónde y el Adónde comparado con el Ahora. El No-ser, sin embargo, se nos revela en el Ser, igual que el De Dónde y el Adónde en el Ahora. El No-ser, como la noche y la muerte, es principio sin conocimiento, y sólo brevemente, igual que un relámpago, nos destella su mirada en el Ser. Así, lo Último también a nosotros se nos acerca sólo en lo próximo, y resplandece ahora. Ahora también el monje preguntó: Si lo que dices fuera la verdad, ¿qué quedaría aún para ti y para mí? El mercader le dijo: Aún nos quedaría, para un tiempo, la Tierra.
La necesidad de pertenecer alimenta la implicación en los destinos de los demás. Muchas personas tienen miedo a soltar la implicación porque cifraron en ella el sentido de su vida. En una constelación, tuvimos como consultante a una mujer con veinte kilos de sobrepeso. Curiosamente, ella era consciente de haber tomado sobre si el peso de alguien para salvarlo de una ideación suicida. Ella creía que, si soltaba ese peso, esa carga, posiblemente, la persona, ahora si, se +quitara la vida. Así, es como se expresa la implicación sistémica. Recordemos que, salimos de una implicación sistémica abriendo el corazón a Dios. El camino espiritual nos regala la consciencia sobre nosotros mismos, sobre nuestro +destino y sobre el respeto ha tener con respecto al destino de los demás. Cuando tomamos a Dios, la necesidad de conversión despierta en el alma. La conversión implica tres cosas. La primera, la conversión es un cambio radical en el sistema de creencias. Nadie puede acoger a Dios sino sana y transforma su pensamiento. Pablo dejó de ver el Evangelio como un engaño, una distorsión de la ley judía y comenzó a verlo como un camino que nos conduce a Dios porque configura nuestra vida con Cristo. El producto final de la acogida del Evangelio no es otro que, comenzar a vivir como hijos en el Hijo. La segunda, una transformación de nuestra jerarquía de valores. El que antes creía en el poder de la venganza termina comprendiendo el valor de la reconciliación. Los valores dan cuenta de la profundidad y seriedad con la que nos tomamos el proceso de conversión. En tercer lugar, es necesario transformar la imagen que tenemos de +Dios, pasar de, Dios juez al Dios compasivo y misericordioso. Cuando transformamos la imagen que tenemos de nuestros padres también cambia la relación con ellos. Todo el tiempo somos llamados por la vida. A veces, ese llamado proviene del exterior; otra veces, el llamado proviene del interior. Somos llamados a vivir la vida asumiendo un estilo. En ocasiones, las voces que vienen del exterior no nos invitan a ser sino a tener. La incapacidad para discernir esas voces, nos confunde y, también puede extraviarnos. Cosa igual sucede con las voces internas. No todo lo que viene del interior nos conecta con Dios, nos lleva a vivir una vida conforme a su voluntad. A mi parecer, estas palabras del Papa Francisco dan claridad: "Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida" (Evangelii Gaudium, # 274). La fe auténtica nos saca de las tumbas en las que el miedo, las necesidades simbióticas y de autonomía insatisfechas y el trauma, nos metieron. Lázaro toma distancia de la escucha la palabra de Jesús. Cuando Jesús pide remover la piedra que separa a Lázaro de la gente, en medio de la cual también esta su amigo Jesús, pide escuchar las palabras que lo sanan y salvan: ¡Lázaro, sal fuera! Después, tiene que ser ayudado para quitarse las vendas que le impiden ver, moverse, tocar, respirar, etc. La fe es, ante todo, escucha. La verdadera escucha ocurre en un corazón reconciliado. Un corazón herido y lastimado solo se escucha a sí mismo y a sus heridas. La fe mayor es aquella en la que renunciamos a nuestros proyectos, deseos y anhelos para dejarnos guiar, animar, consolar y fortalecer por el mismo Dios que, siempre sale a nuestro encuentro de diversas maneras. A su manera, Joan Garriga describe el proceso con las siguientes palabras: “Somos nadie. Ese es el gran descanso, es mejor no esperar a morirse para descubrir que ya estamos muertos. Y estar muerto es estar muy vivo. Y luego las identidades son funcionales. Pero no vamos a matar por nuestra identidad. No son nuestra verdad. También cuando nos morimos hay que desprenderse, ya sea que fueras hijo de rico o pobre. Hay que soltarlo todo. Entonces, no tiene mucho sentido pasarse la vida luchando, ya sé que la vida funciona así, y estamos tan acostumbrados a funcionar así, pero esto no significa que funcione de la mejor manera”. La vida funciona diferente cuando en medio de todos nuestros asuntos está Dios. La esperanza de Dios no habla de utopías ni de realidades que no existen ni de mundos paralelos. La esperanza de Dios no habita en el optimismo vacío, ni en las frases hechas que no nos llevan a nada. La esperanza de Dios no la traen los mesías que anuncian catástrofes ni las ideologías que gritan y dividen el mundo en bandos. La esperanza de Dios viene a través del mensajero humilde, y del sabio que sabe mirar al cielo y al mañana, con fe en Dios y en el hombre, y con grandes dosis de amor. La esperanza auténtica la trae el Salvador. La esperanza auténtica la trae un niño llamado Dios (Álvaro Lobo sj)Francisco Carmona
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