Para Carl Gustav Jung, los lados oscuros son siempre una fuente de energía vital. Al respecto escribe Anselm Grun: “Si aplasto los lados oscuros, lucharán contra mí y desarrollarán en mí una energía destructiva. Pero si me reconcilio con ellos, entonces se convierten en un dispensador de vida. No se trata de resignarse a las debilidades propias, sino más bien que la condición previa de una transformación interior consiste en que me reconcilie con mis debilidades. Entonces éstas pierden su poder y tendré la capacidad para crecer cada vez más en la identidad que Dios realmente me ha otorgado”. Cuando integramos la sombra tenemos fuerza para ser nosotros mismos. Los exegetas nos dicen que, al estar Jesús sentado en el brocal del pozo, se esta presentando, ante la samaritana, como Aquel que puede saciar definitivamente su sed de amor, su anhelo de encontrar el verdadero y auténtico sentido de la vida. Quien se esfuerza por encontrar la paz en su interior, le resulta más fácil sentirse a gusto con la vida. La insatisfacción con las cosas que están en el mundo externo: trabajo, relaciones, posesiones, etc., son el reflejo del malestar que se siente consigo mismo. Quien se rechaza a sí mismo, difícilmente, logrará aceptar y amar a los demás como realmente son. A quien está en paz consigo mismo, le resulta más fácil estar en paz con los demás, con lo que le rodea.
Cierto día, dos hombres que se encontraron en la ruta caminaban junto hacia Salamis, la Ciudad de las Columnas. Al mediodía llegaron hasta un ancho río sin puente para cruzarlo. Debían nadar o buscar alguna otra ruta que desconocían. Y se dijeron: Nademos. Después de todo el río no es tan ancho. Y se zambulleron y nadaron. Y uno de los hombres, el que siempre supo de ríos y rutas de ríos, de pronto, en el medio de la corriente, comenzó a perderse y a ser arrastrado por las impetuosas aguas; mientras, el otro, que nunca antes había nadado, cruzó el río en línea recta y se detuvo sobre un banco. Entonces, viendo a su compañero luchando aún con la corriente, se arrojó otra vez al agua y lo trajo a salvo hasta la orilla. Y el hombre que había sido arrastrado por la corriente dijo: ¿No habías dicho que no podías nadar? ¿Cómo es que cruzaste el río con tanta seguridad? Amigo -explicó el segundo hombre-, ¿ves este cinturón que me ciñe? Está lleno de monedas de oro que gané para mi esposa y mis hijos, todo un año de trabajo. Es el peso de este cinturón el que me condujo a través del río, hacia mi esposa y mis hijos. Y mi esposa y mis hijos estaban sobre mis hombros mientras yo nadaba. Y los dos hombres continuaron su camino juntos hacia Salamis. Muchos buscan a Dios rogando, pidiendo no encontrarlo. A veces perseguimos metas que al final no alcanzamos, porque nuestro corazón está en otro lado. El joven rico deseaba seguir a Jesús y, en su interior rogaba porque no tuviera que hacer ningún cambio importante en su vida. Javier Rubio escribe: “Hacer como que sigues a Jesús, pero sin plantearte la radicalidad consustancial a ese seguimiento. Jesús trastoca todos los planos de la vida. Sin salir de la sabiduría popular, unos refieren que se les cayeron los palos del sombrajo y otros que el suelo se les movía bajo los pies, pero todos sintieron que ese encuentro con el Viviente les cambió la vida. Tal vez por eso mismo haya quien busca a Dios rogando no encontrarlo”. La samaritana encuentra en el brocal del pozo el amor que andaba buscando, el agua que calma la sed de amor, porque se entrega incondicionalmente. El deseo mueve a las personas a ir más allá de sí mismas. Un deseo satisfecho da calma al alma. En cambio, un deseo insatisfecho crea malestar en el alma. La insatisfacción termina convirtiéndose en el síntoma, en la queja, que nos conduce a la enfermedad. Muchas personas se sienten satisfechas con lo superficial, con lo inmediato, con la gratificación a corto plazo. Al poco tiempo, como es lógico, la necesidad aparece, de nuevo, reclamando atención y satisfacción. Cuando las personas se acostumbran a satisfacerse con lo inmediato, con lo superficial, terminan pidiendo que nadie las moleste, la confronte, les haga ver que, aquello que están haciendo, no conduce al bienestar. Su reacción obedece al afán de conservar la pequeña satisfacción porque, de momento, no quieren esforzarse en alcanzar algo más grande, más pleno. La superficial antecede a la mediocridad. Hebert Marcuse, filósofo, señala que la superficialidad se traduce en el afán de anhelar sólo la comodidad económica y profesional. Señala Marcuse que la satisfacción que ofrece la comodidad en lugar de libertad, crea esclavitud. Las personas mediocres solo aspiran a la comodidad, dice Marcuse. Una persona agresiva con todos, que siempre está a la defensiva, está evitando a toda costa, que alguien le haga ver que, su comodidad, su pretencioso bienestar, no es otra cosa que una esclavitud disfrazada. La verdadera satisfacción es, ante todo, a agradecimiento y, deseo de ir más allá, de progresar tanto en la entrega, como en la transformación generosa de la vida. Theodore Fontane escribe: “La verdadera satisfacción es agradecimiento por las cosas que tenemos. Se desprende de la ilusión de “que algo nos falta” para disfrutar lo que realmente hay. Aunque en nosotros hay una tendencia a desear lo que nos falta, también es cierto que, podemos agradecer y disfrutar lo que tenemos. Debemos agradecer lo que tenemos, en lugar de perder el tiempo soñando con lo que nos falta. El agradecimiento nos revela lo que somos. El reproche y la angustia por tener lo que nos falta, si no estamos atentos, termina deshumanizándonos. Damos gracias por lo que tenemos porque nos permite ser”. El que agradece lo que tiene está listo para avanzar. La satisfacción nos conduce a la tranquilidad y armonía interior. De Jesús, podemos aprender dos cosas: la mansedumbre y la humildad. La mansedumbre nos libera de la angustia interior porque nos permite ver que, lo que hay en nuestra vida, aunque para el Ego sea poco, es suficiente para ser feliz y sentirnos realizados. Andar preocupados hace que el alma pierda la tranquilidad, la serenidad y la lucidez. Empezamos a ver todo como algo desagradable y, sin darnos cuenta, nos comportarnos como si fuéramos extraños tanto para nosotros mismos como para quienes nos rodean. Mientras andemos divididos nunca tendremos la fuerza suficiente para conseguir nuestros objetivos y realizar nuestros sueños. Dios es la fuente de la que brota nuestra verdadera felicidad. En la medida que, nuestra experiencia de Dios va ganando en autenticidad, nos vamos integrando, tomamos fuerzas para superar la división interna que nos ata al sufrimiento y nos lleva a distanciarnos del corazón y a rechazar su sabiduría. De la mano de Dios, podemos contemplar las cosas de una manera nueva. Cuando contemplamos con una mirada humilde las cosas, las emociones, las experiencias, las reacciones que tenemos, empezamos a experimentar que la paz interior está con nosotros y, que su Fuente está en Dios. La palabra mansedumbre traduce: capacidad para reunir en el interior todo aquello que, al provenir de Dios, nos permite experimentar la felicidad. Dios que te escondes, en el silencio, para hacer ruido en mi interior. Dios que te haces carne, en el corazón de una niña, para empezar una transformación plena. Dios que decides hacerte eco, en una aldea perdida, para mostrar tu grandeza. Dios que estás presente, en un trozo de pan, para confundir a los sabios. Dios que te escondes, pero que deseas ser encontrado. Oh Dios de lo escondido, ¿dónde vives? (Jacobo Espinos)Francisco Carmona
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