La imagen del alma, con la cual nacimos, nos empuja a alcanzar la meta final. Hillman dice: “Los eventos que ocurren en nuestra vida, según la creencia, son atraídos por un propósito hacia un fin definido”. Según lo anterior, el alma trabaja sin descanso hasta alcanzar aquello que, en su interior, tiene grabado como la meta de su destino. Terminamos convertidos en aquello para lo que nacimos. Para que esto suceda, es necesario asentir al destino, a la vida, a lo que nos ha ocurrido. En lugar de sentirnos víctimas, permanecer lamentándonos o reclamando, podemos hacer el esfuerzo de mirar más allá e intentar descubrir la presencia de una gran fuerza dirigiendo todo. En el Quijote encontramos la siguiente expresión: “Allí el caballero de la triste figura, dirigiéndose a su escudero, intercala un refrán que ha hecho carrera desde entonces (o, como se verá, desde mucho antes): "Encomendadlo a Dios, Sancho [...], que todo se hará bien, y quizá mejor de lo que vos pensáis, que no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios”.
En la medida, que entendemos que, la vida tiene una meta que alcanzar; así, como el río que se dirige al mar, podemos llegar a contemplar que, todo ocurre según un plan divino. Todo está dentro de la voluntad de Dios. Aristóteles, en su momento decía: “Todo ocurre para el bien de cada cual”. San Pablo escribe: “Y sabemos que en todas las cosas Dios obra por el bien de aquellos que lo aman, que han sido llamados de acuerdo con su propósito”. Lo anterior, exige mucha generosidad de espíritu y un esfuerzo por ir más allá de lo que el Ego propone. Sobre todo, porque a veces, las experiencias por donde atravesamos son difíciles de comprender y asimilar. La vida está dirigida hacia un fin, hacia el alcance de un logro, de un propósito. Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota solo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación. Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir. El aguador apesadumbrado, le dijo compasivamente: Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino. Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces: Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza. Añadió el Maestro: cada uno de nosotros es como es y tiene sus propias grietas. Lo importante es aprovechar las grietas para obtener buenos resultados. Para quien permanece atado a una visión pequeña o estrecha de la vida, todo tiene que tener una explicación racional y, si no la hay, entonces, no se puede aceptar lo que sucede y, se opta por continuar luchando, hasta encontrar la verdadera razón o explicación que calme las ansias del Ego. Muchas veces, el propósito de la vida, aparece más como un impulso que, como un objetivo claramente definido. Hillman muestra la historia de Ingrid Bergman, director de cine, para explicar, lo que él llama “determinismo de la bellota”. “Dice Bergman, citado por Hillman, De niño era propenso a mentir y, a menudo, incapaz de distinguir entre la fantasía y la realidad. A los siete años, fui llevado al circo, un evento que me llevó a un estado febril”. Todo lo que ocurrió allí, marcó la vida de este hombre y fue el despertar del propósito de su vida, de su vocación como cineasta. Habíamos señalado que, en ocasiones, la vocación implica algo de mortificación, es decir, dejar morir algunos rasgos del Yo y del Ego que hacen difícil o complican la fidelidad a la vocación. Mientras estamos en el proceso, el alma puede experimentar ansiedad, angustia o desconcierto. De ahí que, Dios envía consuelo para que, en medio de la prueba, el alma encuentre la fortaleza necesaria para seguir avanzando aunque no haya luz y tampoco certeza. Cuando la moritifcación se hace muy dolorosa y dificil, el alma está invitada a llevar todo ante Dios; esto, se conoce como sublimatio. En este proceso, el alma encuentra el consuelo que necesita y puede tomar la fuerza para seguir avanzando fielmente hacia la meta. ¿Qué es la consolación espiritual? El Papa Francisco responde la pregunta en los siguientes términos: “La consolación espiritual es una experiencia de alegría interior, que consiente ver la presencia de Dios en todas las cosas; esta refuerza la fe y la esperanza, y también la capacidad de hacer el bien. La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba. Se trata por tanto de un gran don para la vida espiritual y para la vida en su conjunto. Y vivir esta alegría interior. La consolación es un movimiento íntimo, que toca lo profundo de nosotros mismos. No es llamativa, sino que es suave, delicada, como una gota de agua en una esponja. La persona se siente envuelta en la presencia de Dios, siempre de una forma respetuosa con la propia libertad. Nunca es algo desafinado, que trata de forzar nuestra voluntad, tampoco es una euforia pasajera: al contrario, como hemos visto, también el dolor –por ejemplo, por los propios pecados– puede convertirse en motivo de consolación […] La consolación tiene que ver sobre todo con la esperanza, mira hacia el futuro, pone en camino, consiente tomar iniciativas hasta ese momento siempre postergadas, o ni siquiera imaginadas. La consolación es una paz grande, pero no para permanecer sentados ahí disfrutándola, no, te da la paz y te atrae hacia el Señor y te pone en camino para hacer cosas, para hacer cosas buenas. En tiempo de consolación, cuando somos consolados, nos vienen ganas de hacer mucho bien, siempre […]. La consolación espiritual no es «controlable» –tú no puedes decir ahora que venga la consolación, no, no es controlable– no es programable a voluntad, es un don del Espíritu Santo: permite una familiaridad con Dios que parece anular las distancias […]. La consolación es espontánea, te lleva a hacer todo espontáneo, como si fuéramos niños. Los niños son espontáneos, y la consolación te lleva a ser espontáneo con una dulzura, con una paz muy grande (…). Con esta consolación no nos rendimos frente a las dificultades […]” Enséñame cómo se va a ese país que está más allá de toda palabra y de todo nombre. Enséñame a orar a este lado de la frontera, aquí donde se encuentran estos bosques. Necesito que tú me guíes. Necesito que tú muevas mi corazón. Necesito que mi alma se purifique por medio de tu oración. Necesito que robustezcas mi voluntad. Necesito que salves y transformes el mundo. Te necesito a ti para todos cuantos sufren, para todos cuantos padecen prisión, peligro o tribulación. Te necesito para todos cuantos han enloquecido. Necesito que tus manos sanadoras no dejen de actuar en mi vida. Necesito que hagas de mí, como hiciste de tu Hijo, un sanador, un consolador, un salvador. Necesito que des nombre a los muertos. Necesito que ayudes a los moribundos a cruzar el río. Te necesito para mí, tanto si vivo como si muero. Es preciso. Amén (Thomas Merton) Francisco Javier Carmona
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