Hay una preocupación enorme por el aumento en el número de suicidios. Cada vez, es mayor el número de personas con diagnósticos de enfermedades mentales. La ansiedad y la depresión han crecido mucho entre 2020 y 2023. Según el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública en los tres últimos años se han atendido alrededor de 30.021 intentos de suicidio. Entender la complejidad de este fenómeno es todo un desafío. Juzgar es fácil, comprender y acompañar es otra cosa. Pocas personas están preparadas para ver el gran sufrimiento que se esconde detrás de un movimiento semejante. Con toda seguridad, es más fácil pararse y gritar: ¡Tirese, Tírese, si eso es lo que quiere! Que acoger al otro y, como Jesús con los discipulos de Emaús, ayudarles a entender lo que sucede para que en su corazón vuelva a encenderse la Alegría. Escribe un maestro de vida espirtual: “No encontramos respuestas porque no entendemos el problema” Un buscador espiritual viajó a la India en su afán por encontrar y entrevistar a un verdadero iluminado, a un liberado-viviente. Viajó durante meses por el país. Se trasladó de los Himalayas al cabo de la Virgen, del estado de Maharahstra al de Bengala. Recorrió montañas, dunas, desiertos, ciudades y pueblos. Recabó mucha información y, por fin, halló, según todos los testimonios, un verdadero hombre realizado. Por fin, podría llevar a cabo su ansiado encuentro. El graznido de los cuervos quebraba el silencio de una tarde apacible y dorada. El hombre realizado se hallaba bajo un frondoso rododendro, en actitud meditativa. El visitante lo saludó cortésmente, se sentó a su lado y preguntó: Antes de que usted hallase la realización, ¿se deprimía? Sí, claro, a veces -repuso tranquilamente el liberado viviente. El buscador hizo una segunda pregunta: Dígame, y ahora, después de su iluminación, ¿se deprime a veces? Sí, claro, a veces, pero ya ni me importa ni me incumbe.
Cuando una persona tiene que enfrentarse con la idea de quitarse la vida porque no ve otra salida a su sufrimiento también puede estar resonando con el sufrimiento silenciado o reprimido en su sistema familiar. Aquello que el sistema familiar silencia, reprime o desea ocultar porque lo considera vergonzoso termina saliendo a la luz a través del drama que, un miembro del sistema, perteneciente a una generación posterior a lo sucedido, padece. Lo que el sistema no resuelve y quiere ocultar, regresa, la mayoría de las veces, en forma de tragedia. Así una madre que oculto el dolor que sintió al ver como uno de sus hijos pierde la vida termina actualizándose cuatro generaciones después. Así lo explica la teoría transgeneracional del trauma. Detrás de una ideación suicida hay un conjunto de ideas que alimentan la idea de morir. También hay una serie de conductas agresivas y autodestructivas. Cuando empezamos a albergar en el corazón, por la razón que sea, desesperanza frente a la vida, esta toma tal fuerza que, las personas terminan convenciéndose a sí mismas de que morir aliviaría su existencia y traería paz a su alrededor. Lógicamente, todo esto hace parte del desorden emocional y mental que se está viviendo. Muchas personas con ideación suicida tienen temor de hablar de aquello que les pasa por temor a ser rechazados, condenados, juzgados o, simplemente, incomprendidos. Para hacerse violencia a sí mismo basta con empezar a considerar que, lo que sentimos o llevamos en el corazón no es de la incumbencia de nadie. Negarnos el derecho a expresarnos resulta violento para el alma. Mayra Aidée Pérez escribe: “Los factores de riesgo considerados también, acompañantes del suicidio y que subrayo, no necesariamente, determinan la conducta suicida son: el sufrimiento descrito como dolor mental o altos niveles de malestar psicológico, depresión; sobre todo si es crónica o grave, ansiedad relacionada a preocupaciones constantes y excesivas acompañadas por miedo, altos niveles de incertidumbre y falta de control, desesperanza; que se refiere a pensamientos negativos sobre nosotros mismos y el futuro y, por último, el estrés crónico, una exposición intensa a la presión social, laboral, familiar de salud económica y violencia”. La ideación suicida es una forma de contemplar la salida a una crisis que está desbordando el alma. Cuando falla la esperanza, la confianza básica en la vida, quedamos a merced del miedo. Cuando el miedo y el trauma actúan conjuntamente la psique queda expuesta a la vulnerabilidad en su máxima expresión. La hipervigilancia, la necesidad de controlarlo todo, es señal inequívoca que nos advierte de lo que está sucediendo. La persona envuelta en estos sentimientos puede terminar orientando su acción hacia conductas autodestructivas. Cuando la sensación de oscuridad, de amenaza, de vacío se intensifican, cuando la incapacidad de mantener el equilibrio y la conexión emocional se hacen abrumadoras suele ocurrir la disociación psíquica y la psique comienza a experimentar el deseo de verse liberada del cuerpo. Al respecto, escribe Franz Ruppert: “el sistema del miedo se programa a un nivel de sensibilidad más elevado. A partir de ese momento, escanea el entorno con más intensidad en busca de posibles señales de peligro para, en caso de necesidad, poner en marcha el mecanismo de desconexión de emergencia con suficiente antelación y anticiparse a la experiencia dolorosa. Por este motivo, las personas traumatizadas son más miedosas. Pueden estresarse por situaciones en las que personas no traumatizadas no verían aún ningún motivo para inquietarse. Cambian mucho más rápido al estado de disociación que las personas no heridas”. En estas circunstancias es importante mantener el contacto consigo mismo y, sin lugar a duda, la meditación y contemplación se convierten en herramientas valiosísimas. El camino espiritual es, sin lugar a ninguna duda, quien mejor puede ayudarnos a transitar la oscuridad que, en ocasiones, se cierne sobre el alma y, al cubrirla, impide que ella descubra que una fuerza mayor a ella misma, presente en todo y en todos, puede no sólo cuidarnos y protegernos, sino también librarnos de la desesperanza, el vacío y el deseo de morir porque nos sentimos impotentes frente a todo lo que sucede alrededor nuestro. Sin Dios, la mejor alternativa para seguir viviendo es la disociación traumática o la fragmentación duradera de la psique. Escribe Ernesto Cardenal: “Dios es la patria de todos los hombres. Es la única nostalgia. Desde el fondo de todas las criaturas nos llama Dios, y esa llamada es el encanto de todas las criaturas. Su llamada es escuchada en lo más íntimo de nuestro ser, como la alondra llamando a su compañero en la alborada, o Romeo silbando a Julieta bajo el balcón". Dios es la luz que disipa toda oscuridad porque la integra en sí mismo por la fuerza y gracia de su amor. Líbranos, Señor, de la tristeza. Mana desde heridas viejas y desde nuevos golpes repentinos no bastante llorados en lo que tienen de despojo, ni bastante acogidos en lo que tienen de nueva libertad. Se infiltra astuta en la mirada y apaga el brillo de las realidades cotidianas. Va depositando en la coyuntura de los huesos su rigidez y su torpeza. Un aire inasible empapa de desazón indescifrable los recuerdos luminosos. Las certezas cálidas de ayer parecen arqueología ajena, esculturas sin nombre en plazas olvidadas. Como nube empujada por el viento con formas grotescas y cambiantes nos oculta el horizonte con su amenaza fantasmal. La tristeza se esconde bajo el deber cumplido y la respuesta esperada por la gente. Maquilla su rostro con arrugas de ayuno. Se disfraza de sensatez que todo lo calcula bien. Va doblando las espaldas con el ancho escapulario de los "cofrades resignados", que han visto y saben todo, y ya no esperan nada nuevo que valga la pena celebrar. Al pasar las siluetas juveniles con sus risas de colores, va quedando un poso de nostalgia, de oportunidades nunca atrapadas en el puño ya sin fuerza. La tristeza nos deja en el alma un residio de vida usada, de Dios de catecismo con las preguntas y respuestas ya sabidas de memoria, repetidas hasta el tedio ¡Líbranos de la tristeza, Señor de la alegría! (Benjamín G. Buelta, sj)Francisco Carmona
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