En el capítulo tres del libro del Genesis encontramos el siguiente texto: “Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Este contestó: He oído tu voz en el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí. Yahvé Dios replicó: ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo?” Willigis Jäger señala: “el origen del miedo está en el descubrimiento que el ser humano hace de su propia limitación y en la necesidad constante que tiene el Ego de generar ideas que nos mantengan en la creencia de nuestra limitación”. Cuando el ser humano descubre su propia identidad también descubre la identidad de Dios y, esta experiencia, puede convertirse en un sueño o en un despertar. Como sea, estamos invitados a tener una experiencia de comunión con Dios más allá de lo que siempre hemos creído sobre nuestra relación con Él. Nasrudín estaba sin trabajo y preguntó a algunos amigos a qué profesión podía dedicarse. Ellos le dijeron: Bueno, Nasrudín, tú eres muy capaz y sabes mucho sobre las propiedades medicinales de las hierbas. Podrías abrir una farmacia. Se fue a casa, pensó en ello y dijo: Sí, es una buena idea, creo que soy capaz de ser farmacéutico. Claro que Nasrudín estaba pasando por uno de esos momentos en los que deseaba ser muy prominente y muy importante. Se dijo: No voy a abrir solamente un herbolario o una farmacia que se ocupe de hierbas. Voy a abrir algo enorme y a producir un impacto significativo. Compró una tienda, instaló las estanterías y vitrinas, y cuando llegó el momento de pintar el exterior colocó un andamio, lo cubrió con sábanas y trabajó detrás de él. No le dejó ver a nadie qué nombre le iba a poner a la farmacia, ni cómo estaba pintando el exterior. Después de varios días, distribuyó folletos que decían: La gran inauguración es mañana a las nueve. Todas las personas del pueblo y de los pueblos de los alrededores vinieron y se quedaron de pie esperando frente a la nueva tienda. A las nueve en punto salió Nasrudín, y con gesto teatral quitó la sábana que cubría la fachada de la tienda, y había allí un enorme cartel que decía: Farmacia cósmica y galáctica de Nasrudín, y debajo, con letras más pequeñas: Armonizada con influencias planetarias. Muchas personas quedaron muy impresionadas, y él hizo muy buenos negocios ese día. Por la tarde, el maestro de la escuela local fue y le dijo: Francamente, Nasrudín, esas afirmaciones que usted hace son un poco dudosas. No, no, dijo Nasrudín. Todas las afirmaciones que hago acerca de influencias planetarias son absolutamente ciertas. Cuando el sol se levanta, abro la farmacia… y cuando el sol se pone, la cierro.
Rosalía Pino escribe: “En una sociedad en la que muchos viven obsesionados con definir su propia identidad en base a ideologías, podemos perder la noción de cuál constituye nuestra identidad verdadera. Para ello, quizás nos ayude mirar a Dios y redescubrir lo que Él manifiesta acerca de su propia identidad. Dios nos revela múltiples aspectos de su ser, como que es Creador del Universo, o Salvador de la Humanidad pero, ¿es esa su identidad más profunda? Seguramente no, pues antes de que fuésemos creados y antes de que el pecado hiciese necesario un salvador, ya era Dios en su plenitud. Así pues, antes del origen del universo, antes de la creación de los Ángeles ¿quién era Dios? Desde el principio, Dios es Amor. No sólo puede amar, sino que ES amor en su esencia. Esto implica que en su identidad existen tres personas: el amante, el amado y el amor compartido. La identidad más profunda de Dios es que Él es Amor, porque desde toda la eternidad e independientemente de nuestra existencia existe como una Familia Trinitaria de Amor. Pero Dios, siendo amor en sí mismo, no lo guarda para sí, desea compartir ese amor perfecto con la Humanidad. Una manifestación del amor divino es la creación de hombre y mujer a su imagen, dando a la pareja humana la capacidad de compartir su amor y dar origen a una tercera persona, materializando así el amor invisible de Dios. Al igual que Dios, nuestra identidad más profunda es definida por nuestras relaciones personales, empezando por la relación más intensa y profunda, la que tenemos con Dios: somos hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. Esta relación define quiénes somos. Y así como Dios comparte su amor con nosotros, estamos llamados a compartir el Amor Divino con los demás”. Sabemos que, esencialmente el alma es religiosa, ¿Qué quiere decir esto? El alma sabe desde siempre que en ella habita una fuerza divina que la conecta consigo misma y con todo lo que la rodea. Esa misma fuerza, le revela al alma, que la esencia de las cosas que están afuera, es la misma que habita dentro de ella; por esa misma razón, ella forma parte del todo y el todo hace parte de ella. La naturaleza misma del alma está definida por la vinculación con todo lo que existe y fue creado. La religión, en su esencia más profunda, no es otra cosa que, la experiencia de unión y comunión del alma con Dios, con todo lo que existe y con la Realidad Originaria de todo. Sin Dios el Todo sería nada y aun siendo nada, lo sería Todo. Las reducciones de la religión a una institución o a el seguimiento de una serie de prácticas y mandatos sólo sirve para crear una mentalidad que, en lugar de aportar consuelo y sentido a la vida del ser humano, termina arrastrando a quienes se aferran a ella, como tabla de salvación, a una regresión que convierte el amor de Dios y hacia Dios en una relación marcada por el odio, el victimismo, los celos y deseos de venganza. Es como si se tratara, de conquistar el amor de los padres porque se cree o se siente que, si no se hace algo realmente especial por ellos, nunca seremos merecedores de su amor. Dice Jäger: “Cuando la persona hace la experiencia de no tener barreras para relacionarse amorosamente con Dios, de ser uno con el todo, el afán de ser perfectos desaparece, lo mismo que la necesidad de sentirse por encima de los demás”. Al respecto, podemos considerar las palabras de Joost Scharrenber: “Conocer el camino es conocerse a sí mismo. Conocerse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es liberar al verdadero ser de la prisión del ego. La palabra japonesa gedatsu: liberación, está compuesta de dos caracteres: estar suelto y escaparse; significa literalmente: salir del cautiverio, estar libre. Una vez que Adán, el hombre, el ser humano, descubre su desnudez alcanza un nuevo nivel de conocimiento que, si bien al principio lo atemoriza, también le abre la puerta para que, saliendo del Paraíso, símbolo del estado infantil de la relación de la humanidad con Dios, puede ser consciente de que su destino es alcanzar el contacto real, antes que proyectivo, con la divinidad, esa que abarca el cosmos y que, curiosamente, habita sin reparo en el corazón. El Dios que crea todas las cosas habita en el corazón de cada ser humano. Allí siempre está, lo que sucede es que, pocos tienen consciencia de esa Presencia porque andan disociados y buscando cosas que, en lugar de darles vida verdadera, le arrebatan la poca vida que tienen. Una planta que no se riega, difícilmente, se vuelve fecunda. Nuestra verdadera identidad se revela cuando somos conscientes de nuestra cercanía e intimidad con Dios, pues como dice Willigis Jäger: “La criatura ha sido creada por el Ser de lo más alto, y en ése, ser, actuar y crear son lo mismo, parece que crear no significa otra cosa que Dios sea Todo. Si Dios, pues, lo es todo y esto significa crear, ¿cómo se podrá entender que la criatura no sea eterna mientras que el Ser de Dios sea eterno, más que eso, siendo la eternidad misma? Sólo en el Ser la criatura puede ser eterna y no pudo estar antes porque no existía ningún anterior al tiempo”. Lo que somos realmente se revela en la relación con Dios, por fuera de esa relación, son todo especulaciones y proyecciones de la propia indigencia. La pregunta de Dios a Adán también tiene validez hoy. Como Adán, también nosotros podemos decir: Señor, sin nuestras proyecciones sobre Ti y, sin nuestros prejuicios sobre Ti, estamos desnudos y llenos de miedo. Ven, tómanos de la mano y permítenos saber que, al ser tus criaturas, estamos tan llenos de Ti, como lo está la obra de arte de su creador. Distíngueme, Señor, ponme tus señas en medio de la frente, que no sea un número cualquiera, un trozo solo de identidad perdida confundiéndose. Márcame bien los ojos, traza un signo de ternura en mis manos, que las huellas de mis pies al andar marquen tu paso desigual y perfecto por la tierra. No consientas que borren estas voces. Que anulen mi palabra, que me pierda anónimo y sin luz sin yo ya propio. Tan libre quiero estar, tan en mí mismo, lejos de los senderos uniformes que estoy contra mí mismo y contra todos (Valentín Arteaga) Francisco Javier Carmona
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