En el corazón armonizan y se conjugan intelecto, voluntad, apetito, sentido, emoción y pasión. Homero, en la Ilíada, responsabiliza al corazón del temor, del coraje, de la violencia, de la lujuria, de la ira y de la alegría. También le reconoce capacidades mentales como la percepción, el pensamiento y la memoria. Cuando en nuestro corazón todo está en orden, la vida fluye y experimentamos el gozo y la alegría de vivir. En cambio, cuando el desorden es el que reina, el corazón se siente fatigado, en medio de la oscuridad y, en algunas ocasiones, al borde de la locura, a punto de estallar. ¿Qué llevamos en el corazón? ¿Qué cultivamos, a diario, en el corazón? Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños. Coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aun, y con mayor fervor aseguro poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar. De pronto un anciano se acercó y dijo: ¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío? Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, este estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió, ¿Cómo puede el decir que su corazón es más hermoso?, pensaron... El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír. Debes estar bromeando, dijo. Comparar tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor. Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mí corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos - dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso? El joven permaneció en silencio, lagrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con el tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldo, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes. El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.
Según la tradición espiritual, el corazón es la fuente de la Luz. La sabiduría que brota del corazón es la luz que el mundo, sobretodo, cuando anda en la oscuridad, necesita ver brillar para recuperar el rumbo hacia su destino. El desorden del corazón arrastra al ser humano a vivir según la bajeza propia de la condición de aquél que, en lugar de elegir el amor, la reconciliación y la paz, se elige a sí mismo y no ve nada más que su propio interés y querer. Es curioso, el corazón es sumamente afectivo, de ahí, que muchos, asustados por esta realidad, prefieran huir al mundo de la razón. El corazón cuando se manifiesta, termina haciéndonos sentir que, el amor, la compasión, la misericordia, la belleza, el respeto son los que realmente nos definen, los que revelan nuestra verdadera esencia. En la Sagrada Escritura se recomienda que, para entrar en una auténtica relación de amor y comunión con Dios, es necesario que el corazón este indiviso. Un corazón dividido está en conflicto permanente. Un corazón soberbio y engreído está atrapado en el Ego. Un corazón quebrantado y humillado es acogido siempre por Dios. La espiritualidad nos recuerda, en palabras de Joan Chittister: “Que somos fragmentos de la divinidad y, por esa razón, estamos relacionados con todo lo demás que hay en la vida”. Aquellos sentimientos, palabras y pensamientos con los que llenamos nuestro corazón terminan condicionando la vida nuestra y la de quienes nos rodean. Echamos a perder la vida cuando olvidamos hacer, cada día, un acto que nutra nuestro corazón. Así, como el cuerpo necesita del ejercicio físico también el corazón necesita de un acto que le recuerde cuál es el verdadero propósito y sentido de la vida. Cuando nos decimos a nosotros mismos: “hay algo que no está bien dentro de mí, no sé lo que es” es porque la culpa, la incertidumbre, el vacío están ocupando en el corazón el lugar que le corresponde a Dios, a la sabiduría, a la fe. La vida es buena en todo aquello que lo vivimos con un corazón puro, una mente abierta y una fe que, en todo momento, nos conduce hacia el Amor, hacia Dios, hacia la Comunión. Un rabino solía decir a la gente que, si estudiaba la Torá, pondrían la Escritura en sus corazones. Alguien le preguntó: ¿por qué en nuestros corazones y no dentro de ellos? El rabino respondió: Sólo Dios puede hacer eso. Pero la lectura del texto sagrado puede poner este en vuestros corazones, y luego cuando el corazón se abra, las palabras sagradas caerán dentro de él”. Hay muchas cosas que cierran el corazón y, afortunadamente, también hay muchas que lo abren. La congoja puede convertir el corazón en un cementerio. Un día brillante, el detalle inesperado de amor pueden convertirlo en un manantial de vida. La pasión por la vida puede convertir el corazón en un faro, mientras que la soberbia en una piedra capaz de destrozar la más inocente y pura transparencia. Recordemos las palabras del Rabino: todo depende de lo que hayamos puesto en el corazón. La capacidad de amar le da al corazón razones para entregarse y sentido para vivir. La vida espiritual invita a ser compasivos. El mundo no logra sanarse a sí mismo; de ahí, la profunda necesidad que existe de encontrar corazones que, en lugar de herir, elijan sanar, reconciliar y acercar como expresión no sólo de la bondad sino de la compasión que habita en ellos. La compasión, además de acercarnos los unos a los otros, permite que la luz del alma atraviese la oscuridad en la que el dolor convertido en mal, nos envuelve. La compasión aclara la visión y permite al corazón sentir que, vale la pena vivir y, si es en presencia del Amor, de Dios, mucho más. Ninguno de nosotros vive para sí. Como dice, bellamente, san Pablo: “Vivimos y morimos para el Señor”. Es nuestro deber encontrar aquello que logra conectar al corazón con la vida, con el Espíritu, con el Amor, con Dios. Dice santa Teresa de Lisieux: “Cada pequeña tarea de la vida diaria forma parte de la armonía total del universo”. El hinduismo enseña que procedemos de la eclosión del huevo divino. En este sentido, todos y cada uno de nosotros somos un fragmento de ese huevo; es decir, somos un pedacito de Dios. Como diría el Maestro Eckhart: “somos una chispa del fuego divino”. El mal que hacemos hace invisible la presencia de Dios; en cambio, el amor, el perdón, la compasión que ofrecemos hace que Dios resplandezca en el mundo. Ahora, no sólo Dios resplandece, también nosotros brillamos porque al hacer el bien aparece la verdadera imagen de nosotros mismos. Cada vez que un ser humano se niega a ser generoso, su corazón se lastima y sufre enormemente. Nuestra identidad no consiste en vivir encerrados en nosotros mismos. Nacimos de la luz para manifestar al mundo la luz que hay dentro de nosotros. No somos hijos de la oscuridad; por eso, cuando andamos en tinieblas o sombras de muerte, es como si renegáramos no sólo del autor de la vida sino también de nuestros padres que, al engendrarnos, querían transmitir la vida, no negarla. Nuestro propósito de vida es el perfume que dejamos impregnado en los demás cuando sabemos construir vínculos seguros y sanos con ellos. Que el Señor ilumine tus sombras, aclare tus dudas, guíe tus búsquedas, te enseñe a señalar siempre al horizonte, renueve cada día tu decisión de servir y amar, que cada amanecer traiga un gracias enorme a la vida. Que siembre en tu corazón preguntas que te mantengan vivo, deseos que te pongan en marcha, ilusiones que te den fuerza y ánimo que te impulse a seguir. Pero, sobre todo, que te dé la confianza de saber que no caminas solo y sin rumbo sino que vas con Él y hacia Él (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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