La misa o vigilia pascual es la celebración más hermosa y llena de significado que pueda tener la liturgia cristiana. Todo es vida en esa celebración. En medio de las tinieblas, brilla la luz. Una luz que nace de las ramas secas, de lo que ya ha sido separado del árbol y, en consecuencia, ha perdido la vitalidad y la vida. En ese momento, el fuego revela su doble polaridad, destruye lo seco y da vida a todo lo que está alrededor cubierto por la oscuridad, sometido a su poder. La Palabra nos recuerda que, así como un día, Dios rompió las cadenas de la esclavitud, de todo lo que amenaza la vida; ahora, en este momento destruye todo obstáculo para vivir plenamente en su presencia. La liturgia del Bautismo nos recuerda que, así como durante meses, nuestra vida se gestó en el vientre de nuestra madre donde tuvimos en el líquido amniótico nuestro principal sustento; ahora, nos sumergimos en las nuevas corrientes de la vida inaugurada por Cristo. Así, como un día el líquido amniótico preservo nuestra vida de la muerte; Cristo nos da la vida, la sustenta, la acompaña y la sana. Sumergidos en las corrientes del amor y la misericordia de Dios, la vida alcanza su plenitud. Hubo una época en que la Verdad era privilegio de la gente simple, tan desnuda como la Verdad. Cualquiera que viera la Verdad se apartaba con temor o con vergüenza, porque no podían mirarla a la cara. La Verdad deambulaba entre la gente de la tierra; mal recibida, desairada, e indeseable. Un día, sola y sin amigos, se encontró con Parábola deslizándose feliz, vestida de corto, con ropas de muchos colores. Entonces Parábola le pregunto con una alegre sonrisa a la Verdad… ¿Por qué vas tan triste y tan despreciada? Porque soy tan vieja y tan fea que la gente me huye dijo la Verdad acongojada. Tonterías rio Parábola, no es ésa la razón por la que la gente te evita. Te prestaré algunas de mis ropas, mézclate con la gente y verás lo que sucede. Así, la Verdad se adornó con algunas de las prendas más lindas de Parábola y dondequiera que iba era bien recibida. Dijo el Maestro: Los hombres no pueden enfrentar a la Verdad desnuda, la prefieren disfrazada con las ropas de Parábola
Thomas Merton escribe el 9 de abril de 1950: “¡Si la misa pudiera ser cada día lo que es en la vigilia de Pascua! ¡Si las oraciones pudiesen ser siempre tan claras, si el Cristo resucitado pudiese brillar siempre en mi corazón, a mi alrededor y ante mí, en Su sencillez pascual! Porque en Su sencillez está nuestra fiesta; éste es el pan sin levadura que es maná y pan del cielo; esta pureza, esta libertad, esta sinceridad pascual. ¡Oh, Dios mío, qué puedo hacer para convencerte de que anhelo Tu verdad y Tu sencillez, para compartir tu infinita sinceridad, que es el espejo de Tu Verdadero Ser; y es Tu Segunda Persona! Sólo los pequeños pueden ver a Jesús. Es demasiado sencillo para que pueda comprenderlo cualquier inteligencia creada. A veces gustamos de un reflejo de la clara Luz que es la Vida en todas las cosas: bautismo, primera misa, mañana de Pascua. Danos siempre este pan del cielo. Dadnos a beber siempre de esta agua para que nunca más tengamos sed”. La celebración de aquella experiencia, en la que se fundamenta nuestra vida, permite que la vida se nutra, crezca, se expanda y se llene de sentido. Toda celebración, especialmente litúrgica, nos recuerda que la vida es nuestro destino y preservarla digna es nuestro deber. Oscar Cala, jesuita, habla sobre la liturgia de la Pascua con las siguientes palabras: “Nuestra fe se apoya (por no decir que necesita) de símbolos, por eso tiene una dimensión simbólica. En cierto modo, la liturgia es el espacio en el que lo invisible se hace visible. Los gestos, las palabras, los colores y hasta los materiales que rodean nuestras celebraciones son los medios visibles para que la gracia (invisible), ese no sé qué como glosaba san Juan de la Cruz, sea perceptible para nosotros. Dios se sirve de la realidad por Él creada para manifestarse y para darse. Y del mismo modo que se nos manifiesta en personas y situaciones, mucho de Dios se nos transmite a través de lo sensible: de lo que vemos, tocamos y hasta olemos. Por ello, la celebración se sirve de tantos recursos (los colores litúrgicos, el olor del incienso, la luz del cirio...) para que, a través de los sentidos, nos asomemos a lo inefable”. En la pascua encontramos la experiencia que da fuerza, sentido y solidez a nuestra experiencia de Dios. Al momento de enfrentar nuestro destino, vernos a nosotros mismos como somos, suele aparecer el miedo con la intención de frenar nuestro impulso y, también nuestro deseo de una vida auténtica y en comunión con el Todo. En la mañana de Pascua, la celebración de la resurrección nos recuerda que, todo temor es disipado, toda duda aclarada y toda ruptura superada por el amor. En la mañana de resurrección, el alma que anda enamorada y sin saber qué rumbo tomar termina experimentando que las huellas del amor están en todas las experiencias vividas y en los talentos que tenemos para entregar. La pascua nos recuerda que nuestro verdadero destino es la vida auténtica. Muchos de nosotros hemos permanecido encerrados en las tumbas que, curiosamente, nosotros mismos hemos construido al creer que nuestra identidad está relacionada con las expectativas ajenas, con lo que dicen o piensan de nosotros. Muchos piensan que viven porque andan preocupados por la suerte y el destino de los demás. Viven sí, pero en el confinamiento de la angustia y de las dudas sobre sí mismos y el amor. En el Palacio del vacío Thomas Merton escribe: “La dimensión más profunda de mi identidad como persona humana es la de ser partícipe de la propia vida de Dios tanto ahora como en la eternidad en una relación de intimidad para la que no caben palabras”. En la misa de Pascua entendemos que, si bien el amor es entrega y servicio, no exige que nos perdamos a nosotros mismos intentando resolver lo que es responsabilidad de otros. En la noche de pascua recordamos que, todos hemos sido llamados a la libertad en Cristo y, muchos que han escuchado el llamado también han decidido no seguirlo. De nuevo Thomas Merton, nos recuerda: “La vida está de nuestro lado. Sabemos que el silencio y la cruz son fuerzas que no deben ser rechazadas. En el silencio y en el sufrimiento, en el esfuerzo desgarrador para ser honestos en medio de la deshonestidad (la mayor parte de las veces nuestra propia deshonestidad), en todo ello hay victoria. Es Cristo dentro de nosotros el que nos conduce a través de la oscuridad a una luz de la cual no tenemos idea y que solo puede ser hallada atravesando la aparente desesperación. Todo tiene que ser sometido a prueba. Todas las relaciones tienen que ser examinadas. Todas las lealtades tienen que pasar a través del fuego. Mucho se ha de perder. Mucho de lo que hay en nosotros tiene que morir, incluso mucho de lo mejor que hay en nosotros. Pero la victoria es cierta. La resurrección es la única luz, y con esa luz no hay error”. En la mañana de pascua comprendemos que lo maravilloso no está fuera de nosotros sino dentro, en saber que podemos llenar de sentido cada jornada y, sobretodo, que podemos experimentar a Dios siendo nosotros y permitiendo que los demás sean ellos. La resurrección nos recuerda que, se pierde la vida en los afanes y en las complacencias del Ego y se recuperan en la autenticidad que transparenta el corazón que, amándose a sí mismo entrega a los demás lo que hay en él sin esclavizarse a la opinión y expectativa ajena. En la mañana de pascua aprendemos que, la vida sin esperanza es una vida no sólo vacía sino también desperdiciada. Hoy al despertar he mirado por la ventana: las calles no han cambiado. Las personas son las mismas. El mundo parece igual de loco, hay desigualdad e injusticia y las guerras no terminan. ¿Qué ha pasado, Señor, de ayer a hoy? He cerrado la ventana y he mirado frente a frente mis preguntas. Esta noche, el tiempo se ha roto y se ha abierto la eternidad al ser humano. El mal, en su imparable ascenso, ha perdido una batalla clave. Los que lloran han visto sus lágrimas enjugadas y un abrazo inmenso les cobija. Hoy, una luz nueva baña el mundo. Una voz distinta habla de paz y de amor y, sin darme cuenta, hay resurrección a cada paso (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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