En el evangelio de Juan, después de una discusión que sostienen los fariseos, sobre si se debía o no escuchar a Jesús y creer en sus palabras, encontramos la perícopa de la mujer sorprendida en adulterio. La intención de la escena es clara: buscan acusar a Jesús de ir en contravía de las enseñanzas de Moisés. A veces, la oscuridad no soporta la luz. Los que viven en la oscuridad, creen que, si eliminan la luz, sus actos y decisiones podrán convertirse en la norma, guía o principio de autoridad capaz de dirigir la vida y el corazón de los demás. Cuando nos convertimos en seguidores de la oscuridad todo acaba mal para nosotros. La explicación es muy sencilla: el que cree en la oscuridad, tropieza y cae. Dice la psicología profunda que el alma no resiste verdades a medias y, cuando es obligada a caminar por donde no le corresponde, el alma se rehúsa enfermándose, enloqueciéndose o arrojándose al abismo. “Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”
En este episodio, Jesús perdona a la mujer porque ve en ella a un ser humano que, a través de sus decisiones y actos está perdiendo la vida. A Dios le interesa más rescatar a un ser humano de aquello que lo arrastra a vivir perdiendo la vida antes que, la transgresión de los mandamientos religiosos. El alma puede caer tanto en la trampa de buscar la perfección como de ir en busca de aquello que le ofrezca una salida, aunque sea pasajera, a la insatisfacción que la habita. En el psicoanálisis se dice que, cuando hay una necesidad insatisfecha aparece el deseo. La necesidad se satisface, el deseo permanece. Cuando las necesidades son atendidas adecuadamente, el deseo desaparece. En constelaciones, he visto por ejemplo que la infidelidad, el deseo de encontrar una pareja sexual que nos llene, que responda a nuestras expectativas, obedece, la mayoría de las veces, a una necesidad insatisfecha de cuidado, de escucha, de contacto, de filiación, etc. El deseo es la ilusión de encontrar la satisfacción de la necesidad en un lugar diferente. Según Freud, el deseo nace por la añoranza de la experiencia de la satisfacción perdida. La indefensión es el estado natural de todo ser humano cuando nace. Para sobrevivir, necesitamos de la atención y cuidado del otro. En la infancia, somos seres dependientes del otro; sin él, nuestras necesidades de cuidado, contacto, reconocimiento, protección, entre otras, quedan insatisfechas. Esta insatisfacción es la que da origen al deseo que, cuando es desordenado arrastra al alma hacia el conflicto, la oscuridad y el vacío. Una vez que crecemos, necesitamos menos del otro para satisfacer las necesidades simbióticas, podemos valernos por nosotros mismos. Para Franz Ruppert, la relación de pareja es el encuentro entre dos adultos que, generosamente, intercambian la satisfacción de sus necesidades de contacto, cuidado, seguridad y protección, entre otras. En la medida, que hay dos adultos, la relación funciona porque está en equilibrio. Cuando no hay dos adultos, la relación se carga con las experiencias del niño interior herido. Cuando la necesidad no está satisfecha se convierte en una demanda de amor. Muchas crisis en la vida personal, de pareja y de familia, surgen por la incapacidad de entender que, las demandas del otro, sus reclamos o desaires, son un llamado para que una necesidad simbiótica tenga la atención adecuada, sea satisfecha. Una de las mayores demandas de amor está relacionada con la identidad. Recordemos que, el amor es, ante todo, ser y dejar ser. Cuando encontramos un lugar seguro, donde manifestar, sin temor, lo que somos, la alegría que produce poder ser, sustituye las demandas de amor y a las ilusiones de encontrar en otras esferas de la vida, el amor que, de una forma u otra, sentimos que nos fue negado en su momento, un amor que pasa por el cuidado, la protección, la estabilidad, la seguridad, el contacto, etc. Lo primero que Jesús hace, cuando encuentra una persona que sufre y, a causa del sufrimiento está perdiendo la vida, es cambiar la actitud de ésta hacia sí misma y hacia la vida. Jesús no juzga, tampoco tira la piedra, él acoge, perdona e invita a considerar lo que puede suceder si se persiste en conservar los patrones destructivos de conducta. La falta de claridad sobre nuestra vida, sobre nuestra identidad, hacen que seamos fácilmente presa de la culpa. Para Jesús es importante que, nos reconciliemos con las diversas formas que tenemos de perder la vida porque, en cierta manera, divinizamos el sufrimiento y tememos dejarlo a un lado y emprender la vida desde un lugar diferente. Jesús nos invita a dejar de inflar el Ego para dominar el dolor. Jesús frente al pecador le invita, según Anselm Grün, a poner fin a la pérdida de su vida, a dejar de dar vueltas en torno a si mismo, a abordar la pregunta sobre sí tendrá la suficiente fuerza para estar de pie, a dejar de juzgarse si está o no actuando correctamente, a dejar de sentirse desbordado por asumir responsablemente la vida desde el lugar del adulto. Jesús nos enseña que, en lugar de ir por la vida abriendo las heridas de los demás y, también las propias, podemos dedicarnos a sanar, a reconciliar, a dejar de juzgar y a despertar aceptando que, como todos los demás estamos llenos de heridas, de pecados, de confusiones y de crisis, no sólo del alma sino también de identidad. Dejar de esquivar el miedo y acogerlo amorosamente, nos hace mucho bien, porque nos acerca a nuestro centro vital profundo. Sólo cuando abandonamos la actitud falsa ante la vida, dice Anselm Grün, podemos abandonar los deseos desordenados y dedicarnos a la satisfacción real de nuestras necesidades infantiles de contacto, reconocimiento, protección, seguridad, entre otras. La añoranza de la satisfacción primaria no puede arrastrarnos hacia el desorden afectivo, porque sumidos en él, dejamos de saber quiénes somos nosotros y quien es Dios para nosotros. En el desorden afectivo, olvidamos el propósito de nuestra vida y qué es lo que podemos aportar a los demás para que, compartiendo la vida con nosotros, puedan verse acompañados en su propio camino hacia el ser. Es aportando a la felicidad del otro como aprendemos a sentir que, la vida tiene un valor que proviene no sólo de lo que somos, sino también de nuestra capacidad de amar y servir. ¿Quién arrojará la piedra y pondrá precio a mis heridas? ¿Quién removerá fantasmas y me negará la vida? ¿quién vendrá a pedirme cuentas y anunciará mi torpeza? ¿Quién en verdad se interesa por mi alma y su tristeza? ¿Quién puede decir que al cabo perdona, pero no olvida y, vive seguro y cierto con la conciencia tranquila? ¿Quién olvidará mi nombre y me cerrará su +puerta? ¿quién no tiene alguna herida que se queda siempre abierta? Si Dios no entiende de piedras que señalan y condenan, si el sólo sabe de abrazos, de curaciones y esperas, de calor, abrigo y leña que aguardan, a punto, siempre reconfortando intemperies y alumbrando las cegueras, si perdona de +antemano, regalándonos la vida, si el amor de Dios nos salva sin cansancio día a día, ¿con qué derecho juzgamos y opinamos de cualquiera? Quien esté libre de culpa, tire la primera piedra. ¿Quién sonreirá a mi paso y luego apartará la vista incomodándose al verme, diciendo que tiene prisa? ¿Quién albergará la duda de escuchar lo que me pasa? ¿Quién me culpará sabiendo también lo que hay en su casa? ¿Quién esgrimirá palabras como arma arrojadiza argumentando justicias tan lejanas como frías? ¿Quién dirá que está en su mano la verdad a ciencia cierta? ¿Quién no tiene alguna herida que se queda siempre abierta? ¿Quién esta libre de culpas?....¡nadie!.... ¡por ello comprendernos y, no tirar piedras! (Salomé Arricibita)Francisco Carmona
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