La oración es necesaria, para quien desea perseverar en el camino espiritual y, llevar una vida fecunda en unión con Dios. Una flor se marchita cuando se abandona la tarea de regarla, de cuidarla. Una relación se quiebra con el descuido y la pérdida de interés. La relación con Dios se enfría cuando abandonamos la oración, cuando dejamos de escuchar la voz de Dios resonando en el corazón. La fuerza interior de Jesús proviene de su corazón. Jesús nos muestra que, sin oración el corazón se debilita y, es fácil presa del desorden emocional. Para que nuestra realidad existencial sea diferente, es necesario, dedicar tiempo al trabajo interior y éste exige, entre otras, la oración. Xavier Melloni escribe: “¿Cómo oras, para que tu Ser se transforme, cuando entras en contacto con la Raíz que te origina? ¿Por qué a nosotros no nos sucede? ¿Qué le falta a nuestra oración? Y el Maestro, más que palabras, les enseñó la actitud: no hablar mucho, sino recogerse en la profundidad del corazón, allí donde la Fuente está esperando a darse. (Mt 6,5-8). De nuevo, la trascendencia se une a la inmanencia: cuanto más profunda y serena es la oración en la cueva del corazón, más se percibe la Presencia que ubicamos en los cielos. ¿Qué cielos son esos que están escondidos en la oquedad del corazón? ¿Qué profundidad es ésa que alcanza la altura y la pureza del firmamento? ¿Qué oscuridad es la suya que se torna claridad? ¿Qué silencio es ése que se transforma en Voz?
Hu-Ssong propuso a sus discípulos el siguiente relato: Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre? Que es un necio, respondió uno de los discípulos. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba? Dijo Hu-Ssong: Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro” El corazón, a la vez que es consciencia, también es presencia. Cuando descendemos a las profundidades del corazón, a la Raíz donde somos originados, nuestra mentalidad, forma de actuar, de ver el mundo y de relacionarnos no sólo cambia sino que, también se confronta. El cambio no llega sólo con la consciencia, necesita la interiorización, el trabajo, la disciplina, la constancia y la rendición. Sin estos elementos, aquello de lo que se toma consciencia, se desvanece en la comodidad de la rutina y la mediocridad. En la medida que, mantenemos el contacto con el corazón nuestra vida se convierte en el testimonio de la relación íntima que existe entre nosotros y la Raíz donde somos originados. Los caminos que llevan a Dios son muchos. No hay uno solo. Lo que sí es cierto es que, el camino que se elija va a exigir que, mantengamos un contacto íntimo con el Señor y éste sólo es posible a través de la oración en cualquiera de sus formas. De lo contrario, podemos terminar arrastrados por intereses ajenos al querer e interés de Dios. Sin una conexión auténtica con el corazón es difícil saber cuál es el camino, la acción o decisión que realmente sirve a Dios y al amor. El corazón al contener la verdad de lo que somos realmente, de lo que estamos llamados a vivir en Dios, es el único que nos puede guiar hacia la verdad y libertad. Quien entra en su corazón, con humildad, puede tener la certeza de estar en consonancia con Dios y con la vida. Recordemos que, la consciencia es la Presencia de Dios es nuestra vida. A veces, encuentro personas que vienen a preguntar: ¿por qué, a pesar de todos los esfuerzos y trabajos realizados, continuamos siendo los mismos? Muchos, cuando escuchan la respuesta, responden con soberbia: ¡No creo que eso sea así! Hacer un trabajo terapéutico es el inicio de un camino donde el objetivo final es vivir en consonancia con lo que somos. No basta conocernos, hay que atrevernos a ser nosotros mismos, a realizar nuestro potencial. La primera tarea que tenemos por delante, si queremos ser fieles al trabajo terapéutico o espiritual que hacemos es conquistar la libertad interior. No basta con salir de la esclavitud, hay que trabajar en la transformación de los patrones de conducta que nos hacen daño; de lo contrario, buscaremos nuevas formas de esclavitud. Muchos ven la imagen que sana, se llenan de entusiasmo, pero no se comprometen con ella, no interiorizan, no continúan enfocados. En la espiritualidad, hay un lema que dice: “Como me comporto en la oración, me comporto en la vida”. Cuando entro en lo más profundo del corazón, en la raíz del Yo, en la morada del Amor, encuentro la Fuente, a Dios, esperando y dispuesta a entregarme todo lo que tiene. Dios se entrega siempre sin reservas, Él nos da siempre todo su amor. Aquello que recibo en la oración, estoy invitado a entregarlo en la acción, en la relación, en la cotidianidad. Si ante la entrega de Dios, me muestro mezquino, reservado, vigilante, cuando salga de la oración reproduciré el mismo comportamiento con los demás. Un corazón obstinado, mezquino, acusador ante los hermanos es, lastimosamente, un corazón mezquino, obstinado y acusador ante Dios. En el mundo externo ponemos aquello que guardamos en el corazón. Cuando nos recogemos en la caverna de nuestro corazón, cuando seguimos el consejo de Jesús de entrar en la habitación y cerrar la puerta, para que nadie más que nosotros estemos allí, podemos conocer el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. La voluntad de Dios es su proyecto de amor para nosotros que, cuando se acoge, se convierte en la forma de actuar y, de relacionarnos con los demás. Si el sentido de mi vida es sanar, entonces el proyecto de Dios para mí es que viva sano. Si la voluntad de Dios es que construya caminos, entonces dedicaré la vida a abrir caminos para otros. Aquello que llena de sentido la propia vida es lo que Dios tiene preparado para nosotros. El amor de Dios hacia nosotros no corre paralelo al amor que estamos llamados a mostrarle a nuestros hermanos, a la humanidad. Amor del Corazón de Jesús, Ven y abrasa mi corazón. Hermosura del Corazón de Jesús, cautiva mi corazón. Bondad del Corazón de Jesús, atrae mi corazón. Caridad del Corazón de Jesús, llena mi corazón. Clemencia del Corazón de Jesús, consuela mi corazón. Dulzura del Corazón de Jesús, penetra mi corazón. Eternidad del Corazón de Jesús, llena mi corazón. Fidelidad del Corazón de Jesús, protege mi corazón. Fuerza del Corazón de Jesús, sostén mi corazón. Gloria del Corazón de Jesús, habita mi corazón. Justicia del Corazón de Jesús, No abandones mi corazón. Luz del Corazón de Jesús, ilumina mi corazón. Misericordia del Corazón de Jesús, perdona mi corazón. Paciencia del Corazón de Jesús, no te canses de mi corazón. Reino del Corazón de Jesús, instáurate en mi corazón (Rezandovoy) Francisco Javier Carmona
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