El origen de nuestra vida impacta con fuerza nuestra psique. Muchos se han quedado atrapados en lo que sucedió mientras se estaban gestando y, tienen una enorme dificultad para tomar la vida y seguir su destino. En estos casos, la relación con los padres pasa a un segundo plano. Nadie puede cambiar las circunstancias que rodearon su origen. El origen simplemente es. Es curioso, la mayor parte de las cosas importantes que suceden en la vida y en la historia se concibieron y gestaron en medio de una gran dificultad o tribulación. En constelaciones se dice que, esa dificultad o tribulación es el peso que se pagó para que nuestra existencia fuera posible. Mirar con amor lo que sucedió, nos libera de la trampa del sacrificio o la compensación. Por un sinuoso camino y a gran velocidad, un hombre borracho conducía su coche. De repente, perdió el control saliéndose del trayecto, precipitándose contra una charca pestilente. Varias personas, al ver el accidente, corrieron al lugar y ayudaron a incorporarse al conductor. No podía ocultar su borrachera cuando uno de sus auxiliadores le dijo: Pero ¿es que no ha leído usted el célebre tratado de Naraín Gupta sobre los efectos perjudiciales del alcohol? El ebrio conductor sin dejar de hipar y tartamudear le dijo: ¡Yo soy Naraín Gupta!
Wendell Berry en el libro “El fuego del fin del mundo” escribe: “Nos hemos equivocado. Tenemos que cambiar de forma de vida para que sea posible vivir según el criterio opuesto: que aquello que es bueno para el mundo será también bueno para nosotros. Y eso exige que hagamos el esfuerzo de conocer el mundo y aprender lo que es bueno para él. Debemos aprender a cooperar con sus procesos y a someternos a sus límites. Y aún más importante, debemos aprender a reconocer que la creación está preñada de misterio, que nunca llegaremos a entenderla por completo. Dejar a un lado la arrogancia y abrirnos al asombro. Recuperar la noción de majestad a la hora de observar la creación y la capacidad de venerar su existencia. No me cabe ninguna duda de que sólo mediante la humildad y la reverencia ante el mundo nuestra especie logrará seguir habitándolo” El vínculo familiar crea, por decirlo de alguna forma, la ilusión de que podemos participar en el destino de nuestros padres o de aquellos que tuvieron grandes dificultades para vivir su destino. Así, es como muchos hacen sacrificios, renuncias y compromisos que, lejos de contribuir al bienestar del sistema, traen sobre el mayores cargas de sufrimiento, dolor y tristeza. Ayudamos acompañando, no tomando la carga que le pertenece al otro. Muchas veces, el significado y sentido de una enfermedad está en el deseo de dar la vida o de ayudar a otro a asumir la vida que se niega. Recordemos que, la mayor carga que un sistema puede soportar es la vida no vivida de sus miembros. En muchos casos, la enfermedad sigue al alma. Frente a la enfermedad de un miembro del sistema o ante la dificultad que atraviesa un ser que amamos mucho, ¿de qué debemos cuidarnos? Jan Shinoda señala: “La mayoría de la gente no percibe la conexión que existe entre la enfermedad corporal y nuestra necesidad espiritual de autenticidad, amor y objetivos reales”. Ignorar las búsquedas espirituales del otro y como, a veces, se intentan resolver a través de la enfermedad, aunque nos parezca difícil aceptarlo, puede hacer que, miremos al otro con lástima, con pesar y, deseemos aligerarle la carga sin ser conscientes de que, en lugar de ayudarlo a crecer, lo estamos hundiendo en sus creencias autolimitantes. Cuando sentimos lastima por quien sufre, en lugar de acompañarlo compasivamente, sin que sea nuestra deseo, terminamos implicados en su destino. Esa implicación puede terminar convirtiéndose en una enfermedad para nosotros. Muchos creen que, dando testimonio de la forma como alcanzaron la salud, están contribuyendo al bienestar de otras personas. Los testimonios pueden cambiar las creencias de una persona sobre la enfermedad, pero no curan a nadie. Muchas veces, lo que hacen es generar falsas expectativas. Según Jan Shinoda, la tarea es prestar atención al alma, a sus anhelos profundos y, sobre todo, a sus interrogantes sobre sí misma, sobre la vida y sobre Dios. En un alto número de enfermedades hay una imagen distorsionada de nosotros mismos, de la vida o de Dios que necesita ser transformada. Cuando nos damos la oportunidad de encontrar un nuevo orden dentro de nuestra vida, también estamos decidiendo por una vida más saludable. La arrogancia, creer que todo lo podemos controlar y, el temor a ser nosotros mismos pueden jugarnos una mala pasada con respecto a nuestra salud. Uno de los objetivos del trabajo en Constelaciones Familiares consiste en traer a la luz el amor ciego o arrogante que está alimentando el deseo de usurpar el lugar del otro en la dificultad, en la enfermedad o en la muerte. Al respecto, escribe Bert Hellinger: “Sacar a la luz el amor del hijo es, frecuentemente, todo lo que puede y debe hacer un terapeuta que conoce la envergadura de ese amor. Cualquiera que sea la carga que haya tomado sobre sí por este amor, el hijo tiene la seguridad de estar siguiendo fielmente a su conciencia, sintiéndose noble y bueno. Ahora bien, en cuanto, con la ayuda de una persona entendida, haya podido salir a la luz el amor del hijo, quizás se haga patente también que la meta de ese amor permanece inalcanzable. Ya que ese amor alberga la esperanza de poder sanar a la persona amada a través de sus sacrificios, de poder protegerla de la desgracia, de poder expiar su culpa; y aunque haya muerto la persona amada, llega al extremo de pensar que incluso podría recuperarla de entre los muertos”. Junto al amor infantil, dice Hellinger, se hacen patentes los objetivos infantiles. El constelador que, promete a sus consultantes el restablecimiento de la salud después de una constelación, está movido por el amor ciego, propio de aquel que no ha logrado asentir a la vida y tomar a los padres como son. Siempre le +digo a las personas que desean constelar la enfermedad, sino está dispuesto a abandonar los patrones de conducta y las percepciones que alimentan la enfermedad, el trabajo que realicemos va a servir muy poco. Sin la disposición a darle orden a la vida, el amor no encuentra los canales por los cuales puede llegar a fluir. Dice Hellinger: “El adulto, quizás se dé cuenta de que con su amor y con sus sacrificios no puede superar ni la enfermedad ni el destino ni la muerte de otros, sino que debe encararlos con impotencia y con valentía, asintiendo a ellos tales como son”. Cuando miro hacia el futuro, me atemorizo, pero ¿por qué sumergirse en el futuro? Para mí solamente el momento actual es de gran valor, ya que quizá el futuro nunca llegue a mi alma. El tiempo que ha pasado no está en mi poder. Cambiar, corregir o agregar, no pudo hacerlo ningún sabio ni profeta, así que debo confiar a Dios lo que pertenece al pasado ¡Oh momento actual, tú me perteneces por completo! ¡Deseo aprovecharte cuanto pueda! Y, aunque soy débil y pequeña, confío en que me concederás la gracia de tu omnipotencia. Por eso, confiando en tu misericordia, camino por la vida como un niño pequeño y cada día te ofrezco mi corazón, inflamado de amor por tu mayor gloria (Santa Faustina Kowalska)Francisco Carmona
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