Si deseamos que nuestra vida tenga éxito debemos aprender a recorrer el camino de la reconciliación. Muchos anhelan encontrar el camino que los conduzca hacia la vida verdadera. Hoy, se ofrecen y recomiendan algunos caminos o experiencias que, en lugar de integración, traen división, exclusión y disociación. En lugar de llevar hacia el Misterio refuerzan los complejos y al Ego. Una espiritualidad auténtica aprende a transformar el dolor en fuente de vida y, en el punto de partida para vivir algo nuevo que realiza a quien lo experimenta y vive. La disociación es la desorganización de todos los aspectos que forman el Self o Yo. El Yo está compuesto por: la percepción de sí mismo, la consciencia, la autoimagen, la autoeficacia, la autoevaluación, la autovaloración y la autodeterminación. Cuando estamos dentro de un sistema familiar violento, inseguro, impredecible, negligente o inestable se hace imposible una integración de estos elementos dando como consecuencia la incapacidad de la psique de actuar coherentemente y en estado de presencia.
Un discípulo llegó a lomos de su camello ante la tienda de su maestro sufí. Desmontó, entró en la tienda, hizo una profunda reverencia y dijo: Tengo tan gran confianza en Dios, que he dejado suelto a mi camello ahí afuera. Estoy convencido de que Dios protege los intereses de los que le aman. Pues sal fuera y ata tu camello, !estúpido! - dijo el maestro - Dios no puede ocuparse de hacer, en tu lugar, lo que eres perfectamente eres capaz de hacer por ti mismo. Una de las manifestaciones de la disociación es el adormecimiento emocional o la desconexión entre la identificación del problema y su solución. Las personas con una desconexión emocional fuerte no encuentran la solución a las dificultades por las que están atravesando. Terminan aferrándose al comportamiento disfuncional, aquel que en lugar de soluciones prolonga el sufrimiento y sus respectivos efectos. Las personas disociadas saben lo que tienen qué hacer, pero no llegan a poner en marcha la solución, les cuesta pasar a la acción. Se quedan dando vueltas sobre sí mismas. El espectro disociativo actúa de la siguiente manera: se vive una experiencia que resulta ser sumamente dolorosa. Hay un grado aceptable de conexión con la realidad. Se acepta la experiencia, pero se desconocen los aspectos dolorosos de la misma. Las personas comienzan a decirse a sí mismas: no puede ser verdad lo que está pasando. Sabemos que estamos inmersos en el dolor, pero nos cuesta aceptar que esté presente en nuestra vida. Hay un momento en el que, las personas para evadir el dolor y la intensidad de lo que están experimentando terminan diciéndose a sí mismas: ¡este dolor no es mío! Hay un distanciamiento de la experiencia y desaparece de la consciencia lo que podría ayudarnos a integrar lo que nos ha sucedido. Finalmente, el dolor emocional que se desconoce se convierte en dolor físico y, a veces, se vuelve insoportable. Aquí se produce la desconexión total, comienza la sobrevivencia y, en medio de la disociación, la persona niega que el dolor sea suyo. La integración es lo opuesto a la disociación. A través de la integración, logramos vincular lo que sucede en el mundo interno con el mundo externo y viceversa. Este proceso nos permite identificar lo que es nuestro de aquello que pertenece a otros. Lo que es real de lo que no lo es. Cuando aprendemos a diferenciar lo externo de lo interno también alcanzamos la libertad emocional. Nos destruimos emocionalmente cuando hacemos nuestro lo que pertenece a otros. Aquello que, albergamos en el corazón, bueno o malo, se convierte en el cimiento de nuestra identidad. Emprender un camino hacia el Templo o el Monte del Señor exige que, primero trabajemos sobre nosotros mismos, que hagamos el esfuerzo por superar mínimamente aquello que nos mantiene desintegrados; de lo contrario, el camino emprendido nos llevará a un lugar muy diferente al que hemos sido llamados a ir. Los que no se han hecho cargo de las afecciones desordenadas de su corazón, de las desconexiones con su alma y con su ser, de lo que afecta profundamente sus relaciones, terminarán convertidos en iluminados o en fariseos, personas que cargan sobre los demás aquello que ellos no se atreven a vivir ni asumir. Sin meter las manos primero en el agua resulta difícil lavar los pies de los que están cansados, abatidos y desconsolados. Toda ayuda que se brinda sin haber trabajado en nosotros alberga la posibilidad de estar apoyada en el Ego o en nuestro afán de amor y reconocimiento En el mercado de la espiritualidad hay muchos indicadores que nos dicen sí el camino que estamos recorriendo nos conduce a la vida plena o nos aleja de ella. Jesús llamó hipócritas a los que, “colaban el mosquito y dejaban pasar el camello” También a los que se creían mejores que los demás, como el que oraba en el templo dando gracias porque no era ladrón, ni cometía adulterio ni se acostaba con prostitutas, etc. Para entender el camino correcto es necesario ir hacia Jesús. El que sigue a Jesús, no de boca, sino de corazón, está en el camino correcto. Muchos han convertido a Jesús en un dogma y, se han olvidado que, Él nunca fundo una religión, sino un estilo de vida y de relación con Dios. El cristianismo vino mucho más tarde, con san Pablo. Los fariseos frecuentaban el templo, oraban con grandes discursos, daban limosnas y hacían grandes penitencias y ayunos. Para Jesús, este modo de obrar se asemejaba a los sepulcros que brillaban por su hermosura externa, pero llenos de podredumbre por dentro. Con frecuencia, encuentro personas que frecuentan el templo y no tienen ningún temor a la hora de difamar, odiar, dividir, engañar e incitar a la violencia. Dice Anselm Grün: “Jesús es el auténtico camino hasta Dios. Esto no significa que yo piense que quienes tienen otras creencias no están en camino hacia Dios. Confío en que también ellos encuentren a Dios. Pero agradezco que Jesús me regale claridad acerca de mí mismo y de este mundo, y que en él encuentre yo a Dios mismo. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre (Juan 14,9). Cuando miro a Jesús, comprendo a Dios. En el rostro de Jesús brilla la gloria de Dios. Allí comprendo la verdad. En griego, verdad se dice aletheia, y significa desvelamiento. El velo que todo lo cubre es retirado, y yo miro. Contemplo el fundamento del ser”. Pilato pregunta a Jesús: ¿Qué es la verdad? Poco después, se dirige a la multitud y, señalando el cuerpo desfigurado de Jesús por la tortura y la humillación, dice: “¡He aquí al hombre!” Pilato sabe que es la verdad y, decide ignorarla para conservar su puesto como gobernador de Judea. Muchos conocen la verdad y deciden ignorarla porque su Ego es más fuerte. El camino hacia el amor se ve truncado, muchas veces, por nuestra ceguera. El hombre infiel sabe que, está destruyendo su vida, su familia, su ser y, aun así, decide mantenerse porque prefiere el desorden antes que, la renuncia y hacerse cargo de su relación y de su familia. El mentiroso sabe que miente y el daño que su mentira hace, aun así prefiere mantenerse porque elige los beneficios que obtiene si reina el caos y la oscuridad. Antes de salir de peregrinación, es necesario a travesar la puerta de la casa, la frontera del país, el límite de nuestras creencias. Jesús nos dice: “Yo soy la puerta”. Con estas palabras Jesús nos recuerda algo muy sencillo y fundamental: al mirar hacia la vida, al decidirnos abrazar la vida y dejar atrás lo que nos impide ser, estamos viendo a Jesús y todo aquello en lo que nos podemos transformar si nos entregamos de corazón, mente y voluntad al camino, al anhelo de entrar en el Templo del Señor o Subir a su Monte santo. Jesús entró en el templo y vio el caos que había allí y entendió que no era ahí donde estaba Dios. Las circunstancias que rodearon su destino, lo llevaron a un Monte Alto, donde todos podían verlo y, ahí estaba Dios manifestándose como el Dios que une lo que está separado y perdona todo pecado y humillación. En el Monte, el que se había humillado lavando los pies de sus discípulos y abriendo sus brazos para acogernos a todos, fue “exaltado sobe todo nombre en la tierra y en el cielo”. La Cruz es la puerta que nos lleva a la transformación final. En la Cruz, muere el hombre y nace Dios. Después de la resurrección, nunca más volveremos a referirnos a Jesús como el que nació en Nazareth sino como el resucitado, el Cristo. Jesús atravesó la última puerta, la definitiva, perdonando a quienes le habían hecho daño y, al darnos a María como Madre, nos convierte en una sola familia. Tenemos en María alguien que nos acompañe, forme nuestro corazón de hijos de Dios porque nos enseña a escuchar y obedecer al Dios de la vida que, se entrega hasta el extremo para arrebatarnos de la muerte y la confusión acerca de nosotros mismos y el fundamento de nuestro ser. “Señor, dame la fuerza, la que te espera en el silencio y la paz. Dame la humildad, la única residencia del descanso, y líbrame del orgullo, que es la más pesada de las cargas. Y llena mi corazón entero, y mi alma, de la simplicidad del amor. Ocupa mi vida entera con el solo pensamiento y el solo deseo del amor, para que pueda amar, no por el mérito o la perfección, no por la virtud o la santidad ... sino solo por Dios” (Thomas Merton)Francisco Carmona
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