La vida no vivida es una fuente permanente de insatisfacción. Sistema familiar que se respete a mirado la vida de manera parcial e incompleta. Esta forma de ver y comprender la vida ha sido entregada a los hijos y, éstos, por lealtad con los padres, se han puesto las lentes que han recibido y, durante muchos años han vivido con ellos puestos, convencidos de que la vida es así, como les dijeron que era. Cuando llegamos al umbral de los cuarenta años y lo atravesamos, comienza a despertarse la nostalgia por la vida no vivida. Aquello que recibimos de la familia también ha contribuido en la toma de decisiones, en la definición del proyecto de vida y en la fijación de las metas y sueños que deseamos alcanzar y realizar. Todo ha estado bien hasta el día que, por decirlo de alguna forma, apagamos las velas del pastel número cuarenta y nos damos cuenta que, hay cosas que no nos atrevimos a vivir para no traicionar o hacer sufrir a nuestros padres. Vino a constelaciones un hombre que deseaba trabajar su prosperidad económica. De niño había aprendido que la riqueza aleja de Dios, daña el corazón de las personas y es la fuente de las divisiones familiares. En mis sueños siempre estaba tener mucho dinero, una casa campestre grande y una familia. Cada vez que pensaba en la cantidad de dinero que deseaba tener, me llenaba de culpa y de tristeza por querer más el dinero que, a Dios, según su sistema de creencias. Aunque en su casa nunca faltó nada, el deseaba ser rico. Nos contó que, por los avatares de la vida, termino en una institución que invitaba a sus miembros a hacer voto de pobreza. Después de unos años, decidió retirarse y empezar a construir su bienestar económico. Tenía una buena casa, un buen salario y la familia. Lo curioso es que, había contraído deudas por un monto tal que, para pagarlas cumplidamente por cuotas tardaría hasta sus ochenta y cuatro años. Se veía, de nuevo, bajo la ley de elegir la pobreza. Me llamó profundamente la atención la frase con la que el hombre terminó su relato: “Quise tener dinero para muchos años y, ahora veo que, tengo deudas para muchos años” Al respecto, escribe James Hollis: “Tal vez el primer elemento para integrar la vida no vivida es reconocer la parcialidad de los lentes que nos fueron dados por la familia y la cultura y que, a través de ellos, hemos hecho nuestras elecciones y hemos sufrido las consecuencias”.
Un día un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, vio un carro de oro que entraba en el pueblo llevando un rey sonriente y radiante. El pobre se dijo de inmediato: Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo. En efecto, el rey, como si hubiese venido a ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte. Entonces el rey extendió su mano hacia el pobre hombre y dijo: ¿Qué tienes para darme? El pobre, muy desilusionado y sorprendido, no supo que decir. ¿Es un juego lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí?, se dijo. Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el pobre metió su mano en la alforja, que contenía unos puñados de arroz. Cogió un grano de arroz, uno solo y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida, llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos. Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro. Se puso a llorar diciendo: ¡Qué estúpido que fui, por qué no le habré dado todo mi arroz! Añadió el Maestro: lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas. En la psicología profunda, la palabra constelación está asociada al lugar, a la postura, que tomamos ante el sistema familiar. Dicen los psicólogos que, a dónde vamos, llevamos nuestra constelación familiar y, mientras no seamos conscientes de ésta, se repetirá una y otra vez, hasta convencernos de que es nuestro destino. De nuevo, Hollis escribe: “Muchos patrones que aprendemos en la infancia, nos guste o no, determinan en gran medida nuestro comportamiento en la adultez, y no necesariamente porque sigamos siendo unos niños, sino porque repetimos tanto ese guión que terminamos haciéndolo en automático. El sueño de libertad es una deliciosa quimera para armar eslóganes publicitarios, pero es una lejana realidad en la existencia cotidiana. Ser quienes somos y expresarnos genuinamente, nos puede pasar una costosa factura social”. En el Evangelio encontramos una dura advertencia: “Los que ponen la seguridad de su vida en los bienes; al final, terminan insatisfechos”. Joan Garriga ofrece una paráfrasis a esta advertencia: “Los bienes no dan la felicidad ni hacen que el alma se sienta satisfecha. El problema está en que sólo los ricos lo saben”. El Papa Francisco escribe: “ El capítulo 12 de evangelio de Lucas (13-21) se abre con la escena de un hombre que se levanta en medio de la multitud y pide a Jesús que resuelva una cuestión jurídica sobre la herencia de la familia. Pero Él en su respuesta no aborda la pregunta, y nos exhorta a alejarnos de la codicia, es decir, de la avaricia de poseer. Para disuadir a sus oyentes de esta frenética búsqueda de riquezas, Jesús cuenta la parábola del rico necio, que cree que es feliz porque ha tenido la buena fortuna de un año excepcional y se siente seguro de los bienes que ha acumulado. (…) El rico pone ante su alma, es decir, ante sí mismo, tres consideraciones: los muchos bienes acumulados, los muchos años que estos bienes parecen asegurarle y, en tercer lugar, la tranquilidad y el bienestar desenfrenado (cf. v. 19). Pero la palabra que Dios le dirige anula estos proyectos. En lugar de los muchos años, Dios indica la inmediatez de esta noche; esta noche te reclamarán el alma; en lugar de disfrutar de la vida, le presenta la restitución de la vida; tú darás la vida a Dios, con el consiguiente juicio. La realidad de los muchos bienes acumulados, en la que el rico tenía que basar todo, está cubierta por el sarcasmo de la pregunta: Las cosas que preparaste, ¿para quién serán? (v.20). (…) La conclusión de la parábola, formulada por el evangelista, es de una eficacia singular: Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios (v. 21). Es una advertencia que revela el horizonte hacia el que todos estamos llamados a mirar. Los bienes materiales son necesarios —¡son bienes! —, pero son un medio para vivir honestamente y compartir con los más necesitados. Hoy Jesús nos invita a considerar que las riquezas pueden encadenar el corazón y distraerlo del verdadero tesoro que está en el cielo”. La vida no vivida está relacionada con la constelación familiar; es decir, con el lugar que tomamos en la familia frente a lo que sucede en ella y la afecta profundamente. Las respuestas que damos a la dinámica familiar es reconocida por la psicología profunda con el nombre de complejo. Por complejo entendemos, la imagen internalizada que lleva una enorme carga emocional asociada a la experiencia vivida. En el caso del consultante, su complejo está relacionado con la valoración. En su interior, el guarda la imagen de un deseo frustrado asociado a una experiencia en la que es castigado por ponerse a trabajar cuando tenía 11 años. Ese día, como castigo, los padres le quitan el dinero que había conseguido. Ahora, el producto de su trabajo es destinado al pago de la deuda. En su inconsciente, no tiene permiso para disfrutar del dinero que recibe. Escribe Hollis: “De todos los complejos, los más influyentes y qué más experiencias acumulan, son los llamados “complejo materno” y “complejo paterno”. No importa si se trata de los padres biológicos o de quien sea, psicológicamente este complejo lo puede alimentar el cuidador más relevante en la vida infantil (especialmente en los primeros siete años), independiente de si es abuelo, tía, hermana mayor, etc. De los padres o cuidadores aprendemos muchos caminos para afrontar la vida, así como de la sociedad y de todo lo que absorbemos en la escuela, la cultura, la publicidad, etc. Todo eso, con el tiempo va forjando en nosotros un guión, un personaje, al que luego le damos un profundo sentido de realidad y creemos que somos eso, que tenemos que perseguirlo y consolidarlo, para luego salir a mostrarlo al mundo y así reforzar nuestra identidad. Pero resulta que la parte natural, innata y genuina de nosotros, nuestro “Self”, que durante años aguardó en silencio detrás del personaje (personalidad), empieza a reclamar atención, su lugar propio en nuestra existencia” La insatisfacción nos recuerda que, en el inconsciente yace durmiendo el Self, mientras que, en la superficie gobierna la personalidad. El sufrimiento que experimentamos es el despertar del Self que quiere volver a tener un lugar en la consciencia del individuo. El despertar del Self comienza con el pánico de la personalidad que se expresa en la siguientes palabras: “¡No sé más quien soy!”. Nos revela la psicología que la persona que hemos sido debe morir para darle paso a la persona que realmente somos. No todos experimentan este proceso al pasar el umbral de los cuarenta; algunos, dicen los expertos, lo experimentan en la enfermedad que los acompaña hacia la muerte y muchos, ni siquiera advierten que todo esto pasa en su interior y mueren aferrados a su personalidad, a su máscara; es decir, nunca saben cuál fue realmente su destino. El llamado a ser conscientes del propio destino no es para todos y, dentro de los que escuchan el llamado, no todos están dispuestos a escucharlo y realizarlo. Si yo fuera limpio de corazón descubriría: Que todos somos obra de Dios, llevamos algo de bueno en el corazón. Que todos valemos la pena, y nos queda algo de la imagen de Dios. Que a todos hay que darles otra oportunidad. Que todos somos dignos de amor, justicia, libertad, perdón. Que todos somos dignos de compasión, respeto y de muchos derechos. Que todas las criaturas son mis hermanas. Que la creación es obra maravillosa de Dios. Que no hay razón para levantar barreras, cerrar fronteras. Que no hay razón para ninguna clase de discriminación. Que no hay razón para el fanatismo y para no dialogar con alguien. Que no hay razón para maldecir, juzgar y condenar a nadie. Que no hay razón para matar, ni para el racismo. Que todos los ancianos tienen un caudal de sabiduría, y los jóvenes, de ideales. Que los adolescentes tienen un caudal de planes, y los niños, de amor. Que las mujeres tienen un caudal de fortaleza, y los enfermos, de paciencia. Que los pobres tienen un caudal de riqueza, y los discapacitados, de capacidades. Que hay razón para tender puentes, dar a todos la paz, trabajar por la paz, amar y defender la creación. Que hay razón para ser hermanos y seguir siendo amigos. Que hay razón para sonreír a todos. Que hay razón para dar a todos los buenos días, dar a todos la mano, intentar de nuevo hacerlo todo mejor. Que hay razón para seguir viviendo, para vivir en comunidad. Que hay razón para prestar un oído a lo que dicen los demás. Que hay razón para servir, amar, sufrir. Que hay razón para muchas cosas más (Rezandovoy)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|