Jesús, se presenta ante los discípulos, como la puerta que conduce a la vida verdadera. Lo anterior, significa que hay una vida falsa y, en consecuencia, la puerta por donde uno a traviesa para llegar a esa vida, también es falsa. Ambas vidas, tanto la verdadera como la falsa, se conocen por los frutos que cada una produce. La vida verdadera se alcanza cuando nos damos la oportunidad de conocernos a nosotros mismos, de conocer a Jesús y de conocer el orden que nos lleva al amor. El amor llena, lo que el orden abarca. A mayor orden afectivo, también mayor capacidad de amar. La vida falsa se alcanza, cuando dejamos que el desorden de nuestras pasiones inunde el alma y, también el corazón. A mayor caos en nuestra vida, también mayor capacidad de odiar, de vivir resentidos y aferrados al pasado. En el siglo pasado, un turista americano visitó al famoso rabino Chofetz Chaim... Y se quedó asombrado al ver que la morada del rabino consistía, sencillamente, en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una cama, una mesa y una banqueta. Rabino, ¿dónde están sus muebles?, preguntó el turista ¿Dónde están los suyos?, replicó el rabino. ¿Los míos?, respondió, sorprendido... pero si yo sólo soy un visitante... estoy aquí de paso, dijo el americano. Yo también, dijo el rabino.
Felipe, dirigiéndose a Jesús, dice: ¡Muéstranos al Padre! Jesús responde: ¡Quien me conoce, conoce al Padre! Porque el Padre y Yo somos Uno. Aquello con lo que somos UNO ese es nuestro padre. Algunos son Uno con la compasión, la misericordia, el trabajo, el servicio y la entrega. Otros, en cambio, son UNO con la soberbia, la vanidad, el rencor, el sufrimiento o el Ego. Nuestra vida transcurre conforme a lo que tomamos como verdadero para nosotros. Hace poco alguien decía: “yo puedo aislar a mi papá, impedir que los demás hijos lo vean, porque yo soy la mejor hija de todos”. Esa es la verdad sobre la que esta persona construye su vida y, también sus relaciones. El amor cuando es ciego cree que, haciendo daño, ama. Dice Jesús: He pasado mucho tiempo con ustedes. Hemos viajado, comido y descansado bajo el mismo techo “¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre…” Clara Malo comenta: “A Dios nadie lo ha visto, dice el prólogo de San Juan. Y sin embargo, nos hacemos ideas sobre Dios que después defendemos a capa y espada. Que si es justo o más bien misericordioso. Que si está de acuerdo con tal o cual cosa… o si la rechaza. En este diálogo precioso con Felipe, Jesús mismo nos da la clave fundamental para saber cómo es nuestro Dios. Para conocer a Dios, hay que mirar a Jesús, no al revés. Por ejemplo, pensamos que como Dios es todopoderoso, y sabe todo, entonces Jesús debería ser así. Hay incluso quien piensa que Dios es impasible, que no se rebaja a sentimientos o sentimentalismos… Pero resulta que miramos a Jesús, que llora y se conmueve, que se cansa, que defiende a los últimos, que rompe los esquemas religiosos de su tiempo. Si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre; ya lo han visto…” Bert Hellinger ingresó a una orden religiosa movido por el deseo de ser una buena persona. Con este ideal en su corazón, recorrió las diversas etapas de la formación en la vida religiosa hasta llegar no sólo al sacerdocio sino también a la dirección de un internado en tierras africanas y en medio de los musulmanes. Un día, durante una jornada pedagógica, el orientador hizo esta pregunta: ¿Qué es más importante, el ideal o las personas? Casi de inmediato, Hellinger comprendió que, estaba viviendo para servir a un ideal antes que a Dios. Esta comprensión dio origen a la crisis que lo condujo a vivir fuera del ejercicio del ministerio sacerdotal y dedicado al acompañamiento terapéutico, a través de las constelaciones familiares. Jesús insiste: Sí quieres conocer a Dios y llevar una vida auténtica es necesario, permanecer unido a Él como el permanece unido al Padre. El Papa Francisco explica la permanencia en la unión con Jesús en los siguientes términos: “Este permanecer no es una permanencia pasiva, un adormecerse en el Señor, dejándose mecer por la vida. No, no. No es esto. Es permanecer en Él. El permanecer que Jesús nos propone es una permanencia activa, y también recíproca. ¿Por qué? Porque sin la vid los sarmientos no pueden hacer nada, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también la vid necesita los sarmientos, porque los frutos no brotan del tronco del árbol. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto. Nosotros permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros. (…) Unidos a Cristo, recibimos los dones del Espíritu Santo, y así podemos hacer el bien al prójimo, hacer el bien a la sociedad, a la Iglesia. Por sus frutos se reconoce el árbol. Una vida verdaderamente cristiana da testimonio de Cristo” Thomas Merton también nos enseña como permanecer: “No puedo saber lo que me espera, lo que nos espera, en adelante, pero cada vez soy más consciente de que Dios quiere que me ponga en Sus manos y le deje llevarme a través de las cosas que están por venir, y debo aprender a confiar en Él sin miedo ni preguntas ni vacilaciones ni pasos atrás”. Lo anterior, nos invita a no dejar que nuestro estado de ánimo dependa de los demás, de sus acciones, de sus palabras cargadas de rencor y desesperanza. Permanecer en el Señor es tener la certeza de que, nada ni nadie puede arrebatarnos el gozo que nos da el sabernos amados y amar. Cuando nos apartamos del amor, también nos apartamos de Cristo. Cada segundo que le entregamos al resentimiento, es el tiempo que permanecemos alejados de Dios y, distanciados de nosotros mismos. San Agustín, nos enseña a conocernos a nosotros mismos y a los demás. Conocemos quienes somos realmente cuando sabemos que es lo que amamos. El amor nos exige entrega y aquello a lo que le entregamos el corazón, nuestra interioridad, ese en nuestro amor. El amor se conoce, no por las palabras, estas pueden ser vacías e interesadas, sino por la entrega, la lealtad y la fidelidad. Ama quien hace el bien y, busca crecer junto al otro, no destruirlo. Lleva una vida auténtica quien se entrega al amor. En cambio, lleva una vida falsa, quien se entrega a la división, al resentimiento y a la vanagloria. Solo el que acoge a Cristo conoce el valor de su vida y, si ama como Cristo, también abraza la plenitud. Mira la flor, mira los campos, Soy yo. Mira los niños y a los ancianos, Soy yo. Mira adentro, mira en tu cuerpo, Soy yo. Mira el mundo, me estoy muriendo. Soy yo. Soy yo el que vive en ti, el que ama en ti, el que permanece en ti. Soy yo el que todo lo puede y transforma la vida si tú quieres. Mira la tierra, mira las aguas, Soy yo. Mira la luna y el universo. Soy yo. Mira las calles y las aceras. Soy yo. Mira los muertos y los hambrientos. Soy yo. Francisco Carmona
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