En el curso de milagros se dice: “Una mesa es sólo una mesa”. Las cosas por sí mismas no son las que nos perturban. El sufrimiento nace en la forma como interpretamos las cosas, los acontecimientos y a nosotros mismos. Podemos decir que, el sufrimiento es, en realidad, una creación de la mente. El sufrimiento es sólo un pensamiento con la suficiente fuerza como para dirigir el corazón, la mente y la voluntad. La muerte, la enfermedad, la riqueza o la pobreza no son el problema. Sí lo es, la lectura que hacemos de estas cosas. Epícteto escribe: “Cuando somos infelices, estamos tranquilos o perturbados, no buscaremos la causa en nada que no esté en nuestro interior, es decir, en la representaciones”. Las adversidades pueden ser causa de crecimiento y de iluminación – dijo el maestro. Y lo explicó del siguiente modo: Había un pájaro que se refugiaba a diario en las ramas secas de un árbol que se alzaba en medio de una inmensa llanura desértica. Un día, una ráfaga de viento arrancó la raíz del árbol, obligando al pobre pájaro a volar cien millas en busca de un nuevo refugio… hasta que, llegó a un bosque lleno de árboles cargados de ricas frutas. Y concluyó el Maestro: Si el árbol seco se hubiera mantenido en pie, nada hubiera inducido al pájaro a renunciar a su seguridad y echarse a volar.
Escribe Anselm Grun: “Cuando tenemos una representación de la vida que no se ajusta a la realidad, estamos insatisfechos. Por eso, Epícteto recomienda: “no permitas que todo ocurra como deseas, sino estate satisfecho con que ocurra como ocurre, y vivirás en paz”. Pareciera que estas palabras invitaran a una vida que desconoce el valor y poder de las emociones. Hay una ley espiritual muy difícil de comprender que dice: “atraemos aquello que está en consonancia con nuestro destino”. Si lo que hay en nuestra vida, nos causa insatisfacción o un dolor muy grande, es posible que, estemos actuando desde un lugar que no es el nuestro. El prejuicio es la fuerza que más distanciamiento crea entre las personas. Los prejuicios tienen su origen en representaciones equivocadas del otro, de nosotros mismos y de la vida. También podemos decir que, el prejuicio denota ignorancia. Si somos conscientes de nuestra dignidad, las representaciones que los demás tengan de nosotros no tienen porque provocarnos inseguridad. No son las palabras de menosprecio que podamos escuchar las que nos hacen daño. Un concepto pobre de nosotros mismos, construido sobre concepciones equivocadas sobre el ser, son las que al final, terminan confundiéndonos y llevándonos por sendas oscuras y cargadas de mucho sufrimiento. En la tradición cristiana hay unos personajes que son conocidos como padres del desierto. Para los padres del desierto, la reflexión constante sobre la muerte libera al ser humano de prejuicios. Las personas que tienen en consideración la muerte, las que aceptan que un día van a morir, dicen los padres del desierto, son menos propensas a la vanidad y a la banalidad. El que sabe que un día va a morir, en términos generales, se dedica a aprovechar la vida porque sabe que, el día que la enfermedad terminal o la muerte lleguen, ya no hay reversa ni segundas oportunidades. Sabemos que nuestra vida es limitada y, muchas veces, diferente a lo que hemos podido soñarla. Decirle Sí a esta vida limitada no es sólo una bendición sino también una fuente constante de satisfacción. Los amargados desperdician la vida en la ilusión de lo que hubiera podido ser y no fue. Es curioso, las personas satisfechas con su vida, en términos generales, han logrado construir una vida basada en la entrega a la voluntad de Dios. Cuando por prejuicios, decidimos prescindir de Dios en nuestra vida, algo en la psique se desordena y crea un estado de ansiedad y perturbación que es difícil superar. A un taller de constelaciones vino un joven. El motivo de consulta fue: “nada en mi vida fluye, siento que estoy en el lugar equivocado”. A medida, que fue desarrollándose la constelación, apareció un enojo muy fuerte con la madre. A los dieciocho años, el joven le dice a su mamá: hasta aquí seguí los preceptos religiosos, me dedico a vivir mi vida, a mí no me importa Dios”. Como expresión del enojo que llevaba en su corazón, este hombre ha vivido situaciones muy dolorosas y difíciles. En la constelación, todo se ordena cuando el joven vuelve su mirada hacia algo superior. Al final, el joven dice: “Con razón todo lo que ahora hago y en lo que mejor me siento está relacionado con la mística”. Hay un momento, como parte del proceso de individuación, en el que es necesario tomar distancia de las imágenes aprendidas de Dios cuando éramos niños. Seguir viendo a Dios como lo veían nuestros padres o maestros, se puede llegar a convertir en un obstáculo para el proceso de madurez que todos estamos llamados a realizar. Enseña Epícteto: “Siempre debemos pensar en la sabiduría de Dios, que supera nuestros pensamientos”. También las imágenes que nos hacemos de Él y, por ser imágenes creadas por nosotros mismos, terminan arrastrándonos hacia comportamientos poco amorosos y relacionados con la divinidad. Reconocer la sabiduría de Dios cuando las cosas nos van bien es fácil; hacerlo, cuando el dolor toca las raíces de nuestra alma tiene otro precio que, muchas veces no somos capaces de asumir. Con frecuencia, Dios se revela en nuestra vida de formas poco comprensibles para nosotros. Digamos que, las personas insatisfechas se han revelado contra sí mismos y, al hacerlo, se han metido en una cárcel. ¿Qué tipo de cárcel? Cuando nos aponemos al destino, a la voluntad de Dios de amar, cuando actuamos en contra de la vida, esa es nuestra prisión. Hay un testimonio interesante de Epícteto, un esclavo griego, que fue liberado a causa de su enorme sabiduría, que dice: Epicteto era cojo. Cada vez que era interrogado sobre su cojera el respondía: acaso, debo poner la atención en preguntarme: ¿Debo tener esta pierna inútil? ¿No será mejor decir: a causa de esta pierna inútil tienes la posibilidad de dedicarte a reflexionar sobre la vida y discutir sobre la mejor forma de ser uno mismo en este mundo? ¿No te parece que es más valioso dedicarte a entregar al mundo lo que tienes que, vivir amargado por lo que no tiene solución? Al final, las cosas son como son. Agotado ya de mis manías, mis torpezas y mis miedos, mis complicaciones y mis discursos… agotado de ponerme al centro. Agotado de que antes de intentar levantar el vuelo ya me haya tropezado y enredado en mis cosas de siempre. Agotado vengo hoy a Ti. Esta vez rendido. Ya ni queriendo volar, sino como dejándome caer hacia ese vacío del que sé que sólo Tú me recogerás. Ciego como Bartimeo, con la garganta que me arde, exhausto de gritar. Te grito a Ti. Pocas certezas me has regalado en esta vida. Una es que mi grito sordo entrelazado con mi propio amor, querer e interés espera volver a Ti. Vengo y grito con el eco de todos los que han hecho de mí el que soy y ojalá que con la estela de quienes hayan escuchado Tu Nombre desde los agujeros de mis corazas. Agotado, hoy llego rendido a Ti y noto que quien pone casa para juntarnos a todos a la mesa, vuelves a ser Tú (Fran Delgado sj)Francisco Carmona
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