La sociedad de hoy, dice Byung, es una sociedad que se proclama a sí misma como una sociedad que, por fin, se liberó de la negatividad, del síntoma, de la disciplina, de los mandatos y, se ha podido concentrar en el desarrollo de su propio potencial para alcanzar la libertad. Todo lo anterior, continua señalando Byung, permite a las personas considerarse libres de la disciplina, del deber, para concentrarse en el poder. Lo anterior, conlleva a una reestructuración anímica interior. Hoy, el Yo no es una realidad psíquica angustiada y atrapada en la represión. Actualmente, tenemos que considerar al Yo como una realidad escindida, desconectado de su mundo interior, de su centro vital, de su sí mismo, para vivir conectado con la ilusión que lo lleva a creer que, todo lo que desea y proyecta está a su alcance porque lo merece. Salik encontró a un grupo de hombres en la carretera de Kandahar. Salik iba vestido como un curtidor de pieles y uno del grupo, que era muy respetado por ellos, estaba vestido con un manto sufí. Salik le preguntó: ¿Qué eres? El hombre respondió: Un sufí. Salik inmediatamente sacó un gran cuchillo y avanzó hacia el hombre ,que mostró todos los signos del temor ¿Por qué estas temblando? - preguntó Salik. Temo que me mates - dijo el hombre. Me darás tu dinero si te perdono la vida? - preguntó Salik. Si, por supuesto - dijo el otro. Salik se dirigió al resto del grupo: Este hombre no es un sufí. Teme a la muerte y daría dinero a cambio de la vida. Un sufí es alguien que no puede ser manipulado por el temor o el deseo.
El exceso de positivismo ha llevado a la desconexión del alma, a la hiperactividad, al déficit de atención, al trastorno límite de personalidad, a la desconexión neuronal. Las personas hacen cosas que después no son capaces de reconocer que las hicieron, intencionalmente o no, la gente olvida lo que hace en momentos muy fuertes de tensión psíquica. Lo anterior, nos muestra que hoy tenemos más puesta la mirada en el exterior que, en la realidad interior. Andamos más preocupados por alcanzar nuestras metas que, por vivir sanamente. Desconectarnos de lo que hace auténtica la existencia, en lugar de aligerar la vida de sus cargas, la somete a una dura fatiga. La llamada libertad psíquica ha traído como consecuencia la inseguridad en la identidad, en la iniciativa personal y en la capacidad de actuar. Para mantenernos en la ideación de vivir, creando nuestra realidad porque andamos construyendo una vida diferente basada en la expresión máxima de nuestro potencial, eficiencia y capacidad de obtener lo que anhelamos, es necesario que nos escindamos. El alma no soporta una vida sin conexión con Dios y, sin experiencia del misterio, de aquello que es más grande que todos nosotros. La escisión comienza en un acto de arrogancia, creemos que solos podemos lograrlo todo. La arrogancia crea desorden y éste paraliza la consecución de lo que anhelamos. Al respecto, nos dice el Maestro Eckhart: “Cuando el hombre es humilde, Dios en su propia bondad no puede abstenerse de agacharse y derrumbarse en el hombre humilde, y se comunica al más pequeño de la manera más grande, y se entrega a él por completo” La escisión psíquica, en lugar de ponernos al servicio de lo que anhelamos, termina esclavizándonos haciendo que sirvamos a dos señores: Al que anhela alcanzar lo que sueña y, al que juzga, desvaloriza, descalifica y condena. Bien lo advirtió Jesús: “Nadie puede servir a dos señores porque amara a uno y odiará al otro”. El sujeto actual se debate entre el placer y el deber. Señala Byung que, al separarnos de Dios, queda en el inconsciente, un residuo de culpa que sabotea cualquier gratificación que alcanzamos. Las cosas placenteras terminan siendo objeto de represión o supresión. Parece que el sujeto del rendimiento actuara sin culpa; sin embargo, en el interior, una voz lo sabotea y lo tiraniza haciéndole experimentar que, sus esfuerzos nunca son suficientes. En la sociedad actual, el ser humano busca un trabajo donde la felicidad sea una prioridad. Para lograr este objetivo, se empieza a demandar que no haya obligatoriedad, que las cosas se hagan a voluntad, que no haya cumplimiento de deberes, que se permita hacer las cosas con libertad e iniciativa. Al respecto, dice Byung: “Este acto emancipador termina convirtiéndose en una fatídica dialéctica donde aparecen nuevas coerciones”. Como parte de esta dinámica, aparecen nuevos síntomas de insatisfacción. Cada vez más, dice Byung, el sujeto es juez y reo. Richard Sennett explica la “crisis de insatisfacción” como la expresión del narcisismo actual donde la relación con el otro esta mediada por la vanidad, es decir, por los logros que cada uno puede llegar a exhibir. Escribe Byung: “El narcisismo es lo opuesto al amor a sí mismo”. La auto absorción, en lugar de gratificación produce mucho dolor al Yo. El otro es devorado por la necesidad imperiosa de ser alguien, de tener algún logro que lo destaque. En las relaciones, cada quien es transformado y devorado por el otro, ser uno mismo no tiene ningún valor. Evitar ser visto como un inútil es una tarea que las relaciones imponen a cada uno de sus miembros. Lo anterior, arrastra a las personas al deseo de tener muchas experiencias de las que pueda alardear, se cree que, mientras más se puedan contar los logros alcanzados, más valioso es uno. El Yo se ahoga en la búsqueda de experiencias que nos hagan sentirnos valiosos aunque no nos sintamos auténticos. El sujeto narcisista, dice Byung, nunca termina las cosas que emprende. El imperativo del rendimiento, como la fuerza que mueve la vida, inspira a buscar, cada día, nuevos rendimientos. En esta dinámica, nunca hay tiempo para el reposo, para el verdadero disfrute. Escribe Byung: “El sujeto narcisista vive con una sensación permanente de carencia y de culpa. Como en último término compite contra sí mismo, trata de superarse hasta que se derrumba. Sufre un colapso psíquico que se denomina burnout o “síndrome del quemado”. El sujeto que está obligado a rendir al máximo se autodestruye creyendo que se está autorrealizando. Hoy, se ha vuelto común reprimir la dimensión contemplativa y mística de la vida anímica en aras de la búsqueda azarosa de la felicidad en la producción. Señor, que vea…que vea tu rostro en cada esquina. Que vea reír al desheredado, con risa alegre y renacida. Que vea encenderse la ilusión en los ojos apagados de quien un día olvidó soñar y creer. Que vea los brazos que, ocultos, pero infatigables, construyen milagros de amor, de paz, de futuro. Que vea oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma. Que vea cómo la dignidad recuperada cierra los infiernos del mundo. Que en otro vea a mi hermano, en el espejo, un apóstol y en mi interior te vislumbre. Porque no quiero andar ciego, perdido de tu presencia, distraído por la nada… equivocando mis pasos hacia lugares sin ti. Señor, que vea… que vea tu rostro en cada esquina (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
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