Muchos, al descubrir su propia identidad, su vocación, sienten mucho temor porque la libertad que empiezan a sentir y a ver frente a sí mismos, les asusta. Recordemos que, para ser vistos por el sistema familiar, todos sin excepción, renunciamos a una parte de nuestro ser y, para continuar adelante con la vida, nos escindimos psíquicamente. Así, es como fuimos creciendo. Sin darnos cuenta, normalizamos la escisión y vamos por la vida creyendo que, así somos y así nos deben aceptar los demás. Sólo en la medida que superamos el autoengaño podemos volver a tener un contacto autentico con nosotros mismos. Todo esto se vive acompañado del miedo. El miedo nos dice que, podemos estar siendo engañados y, también nos puede aconsejar no continuar adelante. Un corazón endurecido, arrogante, es la expresión más clara de que el miedo es el que gobierna nuestra vida, nuestras decisiones y nuestras actuaciones. La única forma de continuar adelante con la realización de la propia vida es recordando que, entre Dios y nosotros hay un pacto, una alianza de Amor. El Dios que nos llamó a la vida es el que acompaña nuestro peregrinar hacia la conquista de nuestra libertad interior. Todo lo que hemos vivido, incluida la escisión o disociación psíquica, es parte de nuestro camino hacia nuestra tierra prometida, hacia el santuario de nuestro ser. Dice la Sagrada Escritura: “Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano: Conoced a Yahveh, pues todos ellos me conocerán desde el más chico al más grande - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme (Jer. 31, 33-34; Heb. 8, 10-12)
Cuando el príncipe Mou We, estaba retirado viviendo como ermitaño en Chungan, le dijo a su maestro: Mi cuerpo está aquí entre bosques y arroyos, pero mi corazón está en el palacio de Wei. ¿Qué puedo hacer? Cuida más por lo que tienes en ti y menos por lo de los demás. Yo debería poder - dijo el príncipe - pero no puedo seguir a mis sentimientos superiores. Si no puedes seguir a tus sentimientos superiores, entonces abandónate a lo que sientes. No hay cosa peor para el alma que luchar en contra de sus sentimientos y de controlar a los que no se pueden controlar. Se llama doble injuria y los que la sufren nunca viven su ciclo completo. Comentando este texto de Jeremías, Bert Hellinger escribe: “Este gran texto es una de aquellas palabras vitales y vigorosas que, más tajantes que una espada de doble filo, penetran hasta el sentimiento más íntimo. Es una de aquellas palabras que, para mi sentir, dan con los pensamientos más secretos, sacándolos a la luz y juzgándolos. Ante esta palabra, nuestra manera de hablar y de enseñar, de sentenciar y de juzgar se me presenta como profundamente irredimida. En el asentimiento a esa palabra, aquello que para muchos era la expresión más sublime de la fe y de la lealtad, es decir, la sumisión incondicional a una autoridad religiosa, se me revela como pusilanimidad y temor servil, y con más confianza distingo detrás del santo fervor de algunos la parte oculta de presunción y de odio. Con esta palabra de la Escritura, todos los que participan en la Alianza Nueva reciben la promesa del conocimiento de la Ley y del conocimiento del Señor a través de la experiencia personal de cada uno, y todo intento de adoctrinar a otros acerca del conocimiento de Dios, de su Ley y de su juicio es rechazado expresamente como intromisión en una prerrogativa de Dios. A cada uno de nosotros se le confirma que puede confiar en su experiencia religiosa personal; es más, tiene que confiar en ella, y esta confianza no le hace culpable sino libre”. En la medida que conocemos a Dios, como es y cómo se reveló en Jesús de Nazareth, irremediablemente, nos vemos arrastrados a ser coherentes con nuestra vida, con nuestra identidad. Donde hay libertad frente a nuestro afán de aceptación, de pertenencia, necesariamente, aparece la vocación. La falta de claridad sobre la vocación, sobre la identidad obedece al afán de creer que podemos construir nuestra existencia al margen del misterio, sin contar con Él o acercándonos desde lugares que, si bien nos prometen bienestar, armonía y conexión no nos ayudan a conectar realmente con la trascendencia, con el centro divino de nuestro ser y existir. La verdadera experiencia de Dios y de nosotros mismos, según el pensamiento de Thomas Merton, se traduce en la capacidad de sentir y compartir con los demás sus gozos, tristezas, búsquedas y alegrías. Moisés en el desierto, ve una zarza que arde sin consumirse y, también escucha una voz que proviene del mismo lugar. Las palabras que Moisés escucha, al ser acogidas en su corazón, transforman su vida. Desde aquel instante, Moisés dejó la vida de pastor que llevaba y empezó a construir el liderazgo que le permitiría conducir al pueblo de la esclavitud hacia la libertad. Nos dice Bert Hellinger: “A cada uno se le confirma que puede confiar en su experiencia personal; es más, tiene que confiar en ella, y esta confianza no le hace culpable sino libre”. La experiencia personal de Dios, aquella que nos revela nuestra identidad o destino. Para los que fuimos llamados a la vida, como en el caso de Moisés, para ser liberador de su pueblo, esa llamado cuando es auténtica, en lugar de culpa, nos hace libres y nos da una visión diferente de las cosas. Para seguir la propia vocación, es necesario dejar a un lado la arrogancia; es decir, el afán de creer que, podemos cambiar o dirigir el destino de los demás. También renunciar a la creencia de que somos mejores que los demás y, en consecuencia, somos merecedores de cosas buenas en nuestra vida. La arrogancia hace que, en lugar de mirar hacia la vida, dirijamos la atención hacia nuestro propio interés y querer, hacia nuestro egoísmo. El que está lleno de arrogancia, se quita a sí mismo el permiso para avanzar. No da un paso adelante porque siente que se está traicionando. Este es un sentimiento que la arrogancia no admite; por el contrario, rechaza y considera inadmisible. Sin un corazón limpio y ordenado afectivamente, es muy difícil tener claridad sobre lo que deseamos tener en nuestra vida y sobre lo que la vida quiere y espera de nosotros. Escribe Thomas Merton: “No es genuino el descubrimiento de Cristo si no es más que un escape de nosotros mismos. Por el contrario, el descubrimiento no puede ser un escape, debe ser un cumplimiento. No puedo descubrir a Dios en mí, y a mí en Él, si no tengo el valor de enfrentarme a mí mismo tal como soy, con todas mis limitaciones. La respuesta religiosa no es religiosa si no es plenamente real. La evasión es una respuesta supersticiosa”. Aquello que contemplamos en Jesús de Nazareth es el aspecto de nuestra alma que necesita ser integrado y desarrollado plenamente para poderle decir sí a la Vida como es y servirla con todo lo que somos y hemos recibido de ella. Cuando dejamos que la luz de la vida brille en nosotros entonces, estamos listos para compartir esa luz con los demás. Somos la luz del alma. Yo soy borracho. Me seduce el vino luminoso y azul de la Quimera que pone una explosión de Primavera sobre mi corazón y mi destino. Tengo el alma hecha ritmo y armonía; todo en mi ser es música y es canto, desde el réquiem tristísimo de llanto hasta el trino triunfal de la alegría. Y no porque la vida mi alma muerda ha de rimar su ritmo mi alma loca: aún más que por la mano que la toca la cuerda vibra y canta porque es cuerda. Así, cuando la negra y dura zarpa de la muerte destroce el pecho mío, mi espíritu ha de ser en el vacío cual la postrera vibración de un arpa. Y ya de nuevo en el astral camino concretara sus ansias de armonía en la cascada de una sinfonía, o en la alegría musical de un trino (Alma música- Nicolás Guillén)Francisco Carmona
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