Una forma de perder la vida es, vivir sin conexión con ella y, por lo tanto, sin saber cuál es nuestra vocación. La vida sin sentido es una vida desperdiciada. Nada hay que atrape más al alma en la angustia que la superficialidad, la vanidad o el deseo de sobresalir. Muchos disimulan el sufrimiento con ansiolíticos o alguna adicción. La realidad está ahí, manifestándose de forma permanente. ¿Cómo puedo ser feliz? Es una pregunta que, una vez que llega a la consciencia, no se aparta de ella. Podemos esquivarla y, por momentos, creer que, desapareció o la resolvimos. Dice la psicología profunda que, el alma no soporta vivir con verdades a medias. El alma anhela aquello que la llene de sentido, que la haga sentir invitada a participar de la vida con algo más que la mera presencia. Rosario Linares, psicóloga, escribe: “Sentirse vacío es una de las sensaciones que más angustia generan en una persona… El sentimiento de vacío no se debe exclusivamente a la pérdida, sino que se relaciona más con el yo. El vacío existencial es, ante todo, una disociación que implica la pérdida de contacto con uno mismo. Es como si poco a poco nos fuéramos desconectando de nosotros y comenzáramos a ver pasar la vida sin ningún interés, como si fuéramos un mero espectador de una obra que carece de sentido. Lo que sucede es que mientras nos mantenemos enfocados en un objetivo o una persona, no le prestábamos atención a lo que sucedía dentro de nosotros, a esa progresiva reducción de nuestra esfera de intereses. Por eso, en la base de esa vacuidad también se suele esconder un estado de frustración existencial provocado por las metas, anhelos y expectativas malogradas. Por ende, la sensación de vacío también implica un problema de autoaceptación y una incapacidad para encontrar nuevos sentidos que te permitan reencauzar tu vida”.
Desde niño, un hombre había tomado la decisión de que nunca se contentaría con nada que no fuera lo mejor. Esta decisión le había ayudado a alcanzar el éxito y la riqueza, y ahora tenía medios para procurarse verdaderamente por lo mejor. Pues bien, resulta que se vio aquejado de un fuerte ataque de amigdalitis, que en realidad podría haber sido perfectamente tratado por cualquier cirujano mínimamente cualificado. Pero, convencido como estaba de su propia importancia y acuciado por su obsesión de procurarse lo mejor que la ciencia médica pudiera ofrecerle, comenzó a ir de ciudad en ciudad y de país en país, en busca del mejor cirujano del mundo. Cada vez que le hablaban de un cirujano especialmente competente, le asaltaba el temor de que posiblemente hubiera alguien aún mejor… Un día, sin embargo, su infección de garganta se agravó de tal manera que se hizo urgentemente necesaria una intervención, porque su vida corría peligro. Pero el hombre se encontraba en estado al borde de un coma en una remota aldea donde la única persona que había empleado un cuchillo con una criatura viva era el carnicero del lugar. De hecho, era un carnicero muy competente, y puso manos a la obra con entusiasmo; pero, cuando tropezó con las amígdalas de aquel hombre, no supo en absoluto qué era lo que tenía que hacer con ellas. Y mientras lo consultaba con otras personas que sabían tan poco como él, el pobre paciente, para quien solo lo mejor era bueno, murió desangrado. Salimos del vacío existencial cuando encontramos el sentido de la vida. Para algunos autores, el vacío existencial es el resultado de la confusión que suscita no saber quiénes somos. Una identidad débil o confusa abre las puertas al vacío existencial y, a la consiguiente, angustia, ansiedad y miedo. La identidad está asociada al sentimiento de autenticidad que acompaña a una persona que vive coherentemente con sus necesidades, valores, actitudes y opciones de vida. Nos revelamos cuando somos capaces de conectar con la vida; es decir, cuando lo que somos está puesto al servicio de la vocación a la que somos llamado por la vida. Quién no sabe para que vive, quien no sabe cómo poner sus dones y talentos al servicio de la vida, difícilmente, sabrá quién es. Resistirnos a ser, a conectar con la vida, termina desembocando en neurosis. Antes que, andar preocupados, según el Evangelio, por lo que vamos a comer o a vestir, estamos llamados a vivir con el interés y la atención puestos en la realización de nuestro destino. Anselm Grun escribe: “Hoy, tendríamos que anunciar a las personas que, si dejan entrar a Dios en su corazón, en su vida, encontrarán su verdadero Yo, su libertad interior, y realizarán plenamente su vida”. Quien se preocupa de cuidar su alma, de realizar su destino, de vivir en conexión consigo mismo y de ayudar a otros a ser está dejando a Dios reinar en su vida y, también está anunciando el Reino de Dios. Cuando sentimos que, podemos ser nosotros mismos, el alma y el corazón experimentan que Dios ha salido a su encuentro. Dejar que Dios entre en nuestra vida, también es apostar por una vida diferente a la que, el mundo y el Ego pueden llegar a ofrecernos. De nuevo, nos dice Anselm Grun: “El encargo de curar a los enfermos, de resucitar a los muertos, de purificar a los leprosos y de expulsar a los demonios podría traducirse así: nuestra misión no consiste en ganar tanto dinero como sea posible o en llegar tan alto como sea posible en nuestra carrera. De nosotros debe brotar algo que sane, algo que dé valor a las personas, para que puedan reconciliarse con su pasado. Nuestra misión no consiste en llegar a sanarnos para poder transmitir esa sanación a los demás”. Nuestra verdadera misión consiste en servir a la vida; especialmente, donde la vida se estancó, se marchito, se siente amenazada, para que vuelva a fluir, a florecer, a confiar. Hay momentos, en los que parecen que nuestros esfuerzos, por llenar la propia vida de sentido o acompañar a otros a ser ellos mismos, son inútiles. En esos momentos, conviene recordar las palabras de Jesús a sus discípulos: “muchachos, remen mar adentro y echen, nuevo, las redes al mar”. Ser pescadores de hombres significa: traer a la vida a los que están muriendo por falta de sentido, de acogida, de escucha. Al respecto, las siguientes palabras de un autor anónimo pueden ayudarnos. “A veces miro al mundo y me siento así. No solucionamos los problemas y se multiplican los dramas, con vientres hinchados o con ojos tristes, con heridas físicas y esas otras que no se ven… Me miro a mí y me descubro indiferente a ratos, insensible en otros… Y amo a trompicones. Y se me ocurre que tu evangelio no termina de envolverme. Y me aturde la sensación de fallarte. Señor ¿dónde estás?”. Es fácil pensar que, es más fácil vivir preocupados por las cosas del mundo que, por llenar la vida de sentido y compartirla con otros. Sin embargo, aunque la tentación pueda ser verdadera, seguirla, es correr el riesgo de perder la vida, en lugar de hacer algo por conservarla, por evitar que sea una existencia vacía. La vida se llena de sentido y adquiere valor cuando nos comprometemos a fondo, con generosidad, a llevar a cabo la vocación o la misión recibida. Jesús nos envía a curar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y liberar endemoniados. Lo anterior puede traducirse: acompañar a las personas a aceptarse a sí mismas, a superar la disociación y el dolor de ciertas experiencias para volver a experimentarnos a gusto con nosotros mismos, con lo que somos. Jesús nos invita a encontrarnos con los demás sin prejuicios, en la aceptación incondicional y la compasión. También nos invita a poner las cosas en claro, a traer claridad en nuestros pensamientos, sentimientos y actos. Acompañar para que las personas puedan ser íntegras. Jesús nos invita a aprovechar la vida, en lugar de desperdiciarla pensando qué vamos a hacer para que el mundo nos acepte y aplauda. Desde que Tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida, y entre sus mallas sólo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra cubierta de cemento ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?¿Quién recuerda la última vez que amamos? Y una tarde Tú vuelves y nos dices: Echa la red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda al corazón, levántate y camina. Y lo hacemos sólo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe cargada de ciento cincuenta esperanzas. ¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos, Señor, a tu alegría (José Luis Martín Descalzo)Francisco Carmona
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