El dogma, según la teología, es una verdad revelada por Dios. La verdad que expone el dogma es considerada indiscutible, irrefutable. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pio IX declaro la inmaculada concepción de María como un dogma de la fe católica. En su página, Fray Marcos escribe: “Hablar de inmaculada es tomar consciencia de que, en María descubrimos algo en lo hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha, inmaculado. Lo verdaderamente importante es que ese núcleo inmaculado se da en todos los seres humanos. Es decir, esa parte de nuestro ser, que nada ni nadie puede manchar (ni siquiera nosotros mismos), es nuestra verdadera identidad. Es el tesoro escondido, es la perla preciosa”. El pecado hiere nuestra humanidad pero no la destruye porque en ella hay algo, como dice Fray Marcos, “nadie puede dañar porque Dios la hizo incorruptible”. Cuando entramos en contacto con ese núcleo sagrado, divino, nos damos cuenta que, somos mucho más que el dolor que nos ha tocado vivir. La espiritualidad es el camino que nos conduce a entrar en contacto con la divinidad que habita en nosotros y nos revela quienes somos realmente. Al respecto, escribe John Main: “Una vez que entramos en la consciencia humana de Jesús, comenzamos a ver como Él ve, a amar como Él ama, a comprender como Él comprende, y a perdonar, como Él perdona”. Otro autor, Willigis Jäger, monje cisterciense, dice: “Estoy convencido que me he convertido en ser humano porque Dios quiere ser persona en mí. La vida es nuestra verdadera religión. La verdadera religión es nuestra condición de seres humanos”.
A un discípulo que se lamentaba de sus limitaciones, le dijo el Maestro: Naturalmente que eres limitado. Pero, ¿no has caído en la cuenta de que hoy puedes hacer cosas que hace unos años te habrían sido imposibles? ¿Qué es lo que ha cambiado? El discípulo respondió: Han cambiado mis talentos. No, contesto el Maestro, has cambiado tú. ¿Y no es lo mismo? No, tú eres lo que tú llevas en el corazón, cuando cambias lo que llevas en el corazón, cambia tu forma de ser y se ven mejor tus talentos. Delante de Jesús está un hombre recostado en una camilla. Sus amigos lo descolgaron por el techo cuando vieron que era imposible entrarlo por la puerta de la casa que estaba llena, a reventar. Jesús mira al enfermo y le dice: “Tus pecados están perdonados”. Jesús no hace otra cosa que mirar al núcleo del corazón y del alma de aquel hombre. El perdón que Jesús ofrece, nos recuerda que no es el mal, ni el dolor y, mucho menos, los patrones destructivos de conducta, los que nos definen. Jesús, a través de sus palabras, nos recuerda quienes somos realmente y, también nos descubre a qué nos estamos aferrando. La verdad sobre nosotros mismos la encontramos cuando reconocemos que, en cada uno de nosotros existe algo divino que, siempre está presente, actuando y llamándonos a vivir plenamente. Con María, aprendemos que Dios es el verdadero fundamento de toda existencia humana. María es exaltada como el ser humano que, siempre mantuvo el contacto con su centro o núcleo vital y, actúo guiada desde él. En la piscología profunda se dice que la palabra Señor significa aquella fuerza que nos guía interiormente, para conocerla es necesario entrar en contacto con ella, logramos esa conexión interior a través de la meditación, la reflexión, la revisión de vida, la contemplación y la entrega a la vocación, misión o servicio al que somos llamados. María sabe que su Señor es Dios porque acoge su Palabra, la que fue revelada a Moisés y a los profetas anunciándoles el fin de la esclavitud, del dolor y del exilio. Cuando encontramos nuestro lugar, nuestro territorio, también encontramos nuestra identidad. El dogma de la inmaculada concepción nos recuerda, como dice un documento de las misioneras de la inmaculada concepción, que la plenitud está en el origen de nuestra vida. La plenitud, dice el documento, “nunca puede consistir en quitar algo, aunque se trate de un pecado. La plenitud está en el origen de todo ser, no se debe al esfuerzo personal a través de una vida”. La plenitud es la realidad que nos define porque es lo que siempre anhelamos, buscamos, nos esforzamos en alcanzar. A veces, nos define lo que tenemos; otras veces, sobre todo cuando estamos desconectados de nosotros mismos, nos define aquello que buscamos porque, en el fondo sabemos, que es lo que nos permite sentirnos a gusto con la vida, con lo que somos, con lo que nos rodea. Recordemos las palabras del apóstol san Pablo: “Él nos eligió, en la persona de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él por el amor.” Cristo es la verdadera vocación o destino del ser humano. María fue inmaculada en virtud de la relación que, como Mujer, madre y discípula tuvo con Cristo. Sin Cristo, María no habría sido preservada, como lo confiesa la fe, del pecado; es decir, de la pretensión de vivir una vida marcada por la indiferencia a Dios y a todo lo que haga referencia a Él. María encontró el sentido de su vida en Cristo, solo vivió para Él y por Él se convirtió en la Madre, la Maestra y la Compañera del género humano. Escriben las misioneras de la inmaculada concepción: “Lo que descubrimos en María, debemos descubrirlo en nuestro propio ser. Lo que hay de divino en nosotros será siempre inmaculado. Tomar conciencia de esta realidad, sería el comienzo de una nueva manera de entendernos a nosotros mismos y de entender a los demás. Podemos decir que María es inmaculada, porque vivió esa realidad de Dios en ella. Dios no hace excepciones ni tiene privilegios con nadie. María no es una excepción sino lo normal. En María descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano”. En la vida de María encontramos un camino auténtico. A través de María podemos llegar a Cristo. Cuando la Tradición se refiere a María dice que “ella es la primera discípula entre la multitud de discípulos que siguen a su Hijo”. Desde el nacimiento, todos tenemos todo lo que Dios nos podía ofrecer. Desde el principio fuimos destinados a ser hijos de Dios, abarcados por su amor y sanados por la apertura a ese amor cuando el pecado nos amenaza o el mal está desfigurando nuestra identidad. “Lo que hay en nosotros de divino, dicen las misioneras de la inmaculada concepción, no es consecuencia de un esfuerzo personal, sino la causa de todo lo que podemos llegar a ser. Aquí está la buena noticia que quiso trasmitirnos Jesús”. Podemos confiar nuestra vida a María para que sea ella quien nos conduzca al verdadero encuentro con Jesús desde la comunión de vida con Él porque, al abrirle nuestro corazón, descubrimos que, también en nosotros habita la divinidad, como lo hizo en Él. Tu vida se veía destruida, pero tú alcanzabas la plenitud. Aparecías clavado como un esclavo, pero llegabas a toda la libertad. Habías sido reducido al silencio, pero eras la palabra más grande del amor. La muerte exhibía su victoria, pero la derrotabas para todos. El reino parecía desangrarse contigo, pero lo edificabas con entrega absoluta. Creían los jefes que te habían quitado todo, pero tú te entregabas para la vida de todos. Morías como un abandonado por el +Padre, pero él te acogía en un abrazo sin distancias. Desaparecías para siempre en el sepulcro, pero estrenabas una presencia universal. ¿No es sólo apariencia de fracaso la muerte del que se entrega a tu designio? ¿No somos más radicalmente libres, cuando nos abandonamos en tu proyecto? ¿No está más cerca nuestra plenitud, cuando vamos siendo despojados en tu misterio? ¿No es la alegría tu última palabra, en medio de las cruces de los justos? (Benjamín González Buelta, sj)Francisco Carmona
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