En Nazaret, María pronunció la oración más bella que puedan pronunciar unos labios: “Hágase tu voluntad”. María es la persona que mejor sabe cómo se vive hasta el final el Fiat que pronunció en presencia del arcángel Gabriel. María no solo vive el Fiat sino que, también puede formar nuestro corazón para que, en todas las circunstancias de la vida, en las que las cosas van bien y en aquellas que nos cuestan asumir, el Fiat pueda ser pronunciado, vivido e integrado en el camino mismo de la propia vida. María, la madre de Jesús, fue una de las personas que estuvo al pie de la cruz hasta el final del fatal desenlace. Ella acoge, una vez más, al Hijo en el regazo y, esta vez, con sus lágrimas, prepara su cuerpo para la resurrección. La humanidad está herida, pero la fe de María permanece intacta. En su corazón, María guardaba todo lo que escuchaba meditándolo. Ella aprendió a orar como lo hace el salmista: “Yo he dicho: Tú eres mi Señor, no hay dicha para mí fuera de ti…Yo bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye mi conciencia…por eso está alegre mi corazón, mis sentidos rebosan de júbilo y aún mi carne descansa segura: pues tú no darás mi alma a la muerte, ni dejarás que se pudra tu amigo. Me enseñarás la senda de la vida, gozos y plenitud en tu presencia, delicias para siempre a tu derecha”.
Donde hay vida interior también hay esperanza. En el blog del Santo Nombre se encuentran las siguientes palabras: “A poco de andar el día podemos darnos cuenta si estamos centrados, descentrados o perdiendo el rumbo. Atendamos a la prisa que hay en nuestros actos. Si hay apresuramiento ya tenemos la medida de nuestro alejamiento del corazón. Es un criterio muy sencillo que nos libra del error. Cuando pasamos de un momento al otro muy a las corridas, o cuando estamos deseando ya acabar con esto y pasar a lo otro... nos hemos ido hacia la periferia de nosotros mismos. Mientras más cerca del centro, más calma se encuentra y habita allí una estabilidad que es claridad. Antiguamente solían construirse torres muy altas en la cima de montañas elevadas, que permanecían al abrigo de tormentas porque estaban encima de las nubes. Eran sitios inexpugnables y aunque del todo expuestos permanecían al abrigo. Estar allí implicaba distancia y observación fácil de todo el entorno”. Al pie de la Cruz, María vive la noche oscura de su fe. Cuando tiene al hijo muerto en su regazo, la oscuridad acrisola todo aquello que guardaba en su corazón. María es la mujer que, en la comunidad encabeza la oración. Sin oración el ánimo desfallece cuando el dolor o la dificultad tocan las puertas de nuestra existencia. “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1, 14). La fe mantiene a María atenta a la acción de Dios que, “siempre se acuerda de su alianza en favor de Abrahán y de todos nosotros” Escribe el Papa Francisco: “María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo… María está en oración, cuando el arcángel Gabriel viene a traerle el anuncio a Nazaret. Su hágase tu voluntad, pequeño e inmenso, que en ese momento hace saltar de alegría a toda la creación, ha estado precedido en la historia de la salvación de muchos otros hágase tu voluntad, de muchas obediencias confiadas, de muchas disponibilidades a la voluntad de Dios. No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Los que oran mantienen viva la esperanza. La oración nos mantiene en contacto con Dios, la fuente de la que brota la fuerza con la que podemos afrontar las sombras y la oscuridad que, en ocasiones, se ciernen sobre el alma incitándola a transitar caminos que, en lugar de acercarla a Dios, la pueden extraviar y hasta conducir a la muerte. De nuevo, El Papa Francisco nos recuerda: “La oración sabe calmar la inquietud: pero, nosotros somos inquietos, siempre queremos las cosas antes de pedirlas y las queremos en seguida. Esta inquietud nos hace daño, y la oración sabe calmar la inquietud, sabe transformarla en disponibilidad. Cuando estoy inquieto, rezo y la oración abre el corazón y nos vuelve disponibles a la voluntad de Dios. La Virgen María, en esos pocos instantes de la Anunciación, ha sabido rechazar el miedo, aun presagiando que su sí le daría pruebas muy duras. Si en la oración comprendemos que cada día donado por Dios es una llamada, entonces agrandamos el corazón y acogemos todo. Se aprende a decir: Lo que Tú quieras, Señor. Prométeme solo que estarás presente en cada paso de mi camino. Esto es lo importante: pedir al Señor su presencia en cada paso de nuestro camino: que no nos deje solos, que no nos abandone en la tentación, que no nos abandone en los momentos difíciles”. El día de Pascua, después de recibir la noticia de la resurrección de su Hijo, María al igual que toda la creación estalla de Alegría. El autor de la vida no está muerto, de la semilla brotó una nueva vida y, ahora, en lugar de lamentarnos por la muerte, celebramos con gozo la vida. Joan Garriga escribe sobre la alegría lo siguiente: “Hay dos tipos de alegría, la alegría por algo y la alegría por nada. La primera tiene que ver con el ganar, con lo que conseguimos y logramos. Es maravillosa y nos expande. La segunda, en cambio, es la cosecha después de haber perdido, después de haber sufrido los tormentos del desprendimiento de lo que fue importante y la vida nos quitó. Viene después de la aceptación del vacío y la conformidad que nos quedan al final de una pérdida. Es libre, risueña, espontánea, silenciosa o alborozada, y sobre todo contemplativa. No nos expande sólo a nosotros, sino a los demás y a todo aquello que encuentra a su paso. Realza la belleza de los otros y de la vida”. María a través de la oración alimenta la esperanza propia y de los que compartieron la vida con Jesús. Nos dice el Papa Francisco: “María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hech 1,14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad. ¡María no hace el sacerdote entre ellos, no! Es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está por cumplirse: por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convierte en Madre de todos nosotros”. “Sabemos que, la vida está de nuestro lado, dice Thomas Merton. Sabemos que el silencio y la cruz son fuerzas que no deben ser rechazadas. En el silencio y en el sufrimiento, en el esfuerzo desgarrador para ser honestos en medio de la deshonestidad (la mayor parte de las veces nuestra propia deshonestidad), en todo ello hay victoria. Es Cristo dentro de nosotros el que nos conduce a través de la oscuridad a una luz de la cual no tenemos idea y que solo puede ser hallada atravesando la aparente desesperación. Todo tiene que ser sometido a prueba. Todas las relaciones tienen que ser examinadas. Todas las lealtades tienen que pasar a través del fuego. Mucho se ha de perder. Mucho de lo que hay en nosotros tiene que morir, incluso mucho de lo mejor que hay en nosotros. Pero la victoria es cierta, La resurrección es la única luz, y con esa luz no hay error”. De ahí, la enorme necesidad de mantenernos en oración para que nuestra esperanza nunca desfallezca Escribo desde abajo, desde el sudor y el polvo, donde tu Nombre se funde con la risa y el llanto. Tu Nombre cuando el frío nos hiela en madrugada, y en su vientre la tierra nos quema los sembrados. Tu nombre cuando el sol ilumina las tardes y se enciende la fiesta después de la cosecha. Tu nombre cuando el llanto nos desgarra los sueños, y lloramos los hijos que nos robó la guerra. Tu nombre en la mañana cuando empieza el trabajo, mientras la madre acuna el hijo entre sus brazos. Escribo desde abajo donde la piel desnuda, sin ropajes ni excusas, me sabe más a cielo (Judith Bautista Fajardo)Francisco Carmona
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