En el evangelio es común ver que, los discípulos son quienes caminan con Jesús. El Dios que puso su morada entre nosotros, el que asumió nuestra condición humana menos el pecado, es el peregrino por excelencia. La forma como Jesús va haciendo camino, nos va revelando a cada uno en qué consiste ser nosotros mismos. Así, el que contempla a Jesús descubre el llamado a sanar, a reconciliar, a acoger, a enseñar, a ir de un lugar a otro predicando, etc. Jerusalén es la meta de la peregrinación de Jesús. Allí, el Padre se manifestará y nos revelará que Él no es un Dios de muertos sino de vivos. Un discípulo preguntó a Hejasi: Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos. Hejasi contestó: Siempre piensan al contrario. Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud. Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.
Jesús emprende el camino hacia su destino después de escuchar que Juan el Bautista ha muerto decapitado por orden de Herodes en la cárcel de Maqueronte. Un suceso sumamente doloroso suele ser el que nos ponga en la dirección hacia nuestro destino. En este caso, la muerte del pariente, del hombre que le bautizo, fue el hizo que Jesús empezara a predicar el Reino de Dios y la necesidad de una conversión profunda del corazón hacia Dios. Escribe Anselm Grün: “Uno no se pone en camino igual que se va de vacaciones. Se necesita una llamada. A menudo, dicha llamada es muy suave, un barrunto interior. Pero hay ocasiones en las que se tiene la sensación de que en ese momento uno tiene que atreverse a emprender el camino, no sólo por un día, sino por más tiempo. Se trata de una ejercitación en el seguimiento de Jesús. Para poder seguir la voz interior en el propio corazón, debemos dejar atrás las redes, las redes del trabajo, pero también las redes de relaciones y las redes en las que estamos metidos y de las cuales ya no sabemos salir”. Jesús invitó a los discípulos a marchar con Él por Galilea. Los envío para que fueran de aldea en aldea predicando, sanado y expulsando demonios. Hoy, seguimos a Jesús también curando, enseñando, acompañando, etc. Para seguir a Jesús necesitamos escuchar su voz en nuestro interior y, decidir hacerle caso. Jesús nos llama a un camino que, necesariamente, se convierte en una bendición para los demás. Aquella experiencia que transforma nuestra vida es conocida como experiencia numinosa o experiencia religiosa fundamental. Dios habla y el que acoge su palabra termina transformado. Así, es como han nacido en la humanidad muchas formas de vida y de seguimiento de Jesús que, de una forma u otra han marcado la existencia de muchos. Después de la resurrección ya no son los discípulos los que caminan con Jesús. Ahora, el Resucitado camina con los discípulos, los escucha, les ayuda a entender lo que sucede, celebra con ellos la fracción del Pan y mantiene su corazón encendido en el Amor que brotó de la Cruz, cuando el soldado con la lanza atravesó su costado, sacando hasta lo último que podía quedar guardado allí. Seguir a Jesús hoy consiste en dar testimonio de la vida que renace, de la semilla que da fruto, de la integración que sufre quien se acoge al amor y a su poder sanador. Ahora, seguir a Jesús significa mantener la conexión con el resucitado. Dice Anselm Grün: “Si esto es así, se sigue que debo organizar mi vida conforme a ello. El seguimiento tiene a menudo una consecuencia interior. Si sigo a Jesús, debo regirme por él. Por eso, la tradición espiritual también ha vinculado a menudo el seguimiento con la configuración”. Hoy, existen muchas experiencias religiosas que, con su discurso de perfección, hacen que las personas refuercen sus complejos y se consideren mejores personas que los demás, se sientan con derecho sobre la vida de los otros y, de manera especial, sientan que pueden juzgar y condenar a otros en nombre de un Dios que, en nada se parece al que anuncio Jesús en los evangelios. Escribe Thomas Moore: “No siempre es fácil distinguir la diferencia entre una espiritualidad basada en una inspiración profunda y una espiritualidad arraigada en la paranoia o en un entusiasmo irrefrenable. Hasta los movimientos sutiles dirigidos a propiciar un cambio pueden estar impulsados por un celo desalmado. El siglo XX ha conocido a muchos líderes, en las iglesias y en las esquinas de las calles, que emitían fuego por la boca y predicaban militancia. Algunos, como Martín Lutero King, Jr., nos estimularon a llevar a cabo cambios urgentes, mientras que otros, como Timothy McVeigh, transformaron nuestra fe y nuestra devoción en una violencia trágica. De la visión espiritual a la agresividad media sólo un paso, y estoy convencido de que todas las guerras y los conflictos políticos tienen una base espiritual, si bien retorcida y en ocasiones psicótica”. Permitir que el Resucitado acompañe nuestro caminar, nuestro peregrinar por la vida, nos conduce a manifestar la verdadera y autentica Gloria de Dios. Escribe Fray Marcos: “La suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está solo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el dolor, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz es la certeza de un amor autentico, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar”. No siempre estamos dispuestos a dejarnos conducir por el amor. El amor nos obliga a ser nosotros mismos, algo a lo que muchos se resisten y prefieren aferrarse a sus complejos, a sus heridas, a su dolor. Antes de lavar los pies, es necesario meter las manos propias en el agua. El que sana tiene la responsabilidad de sanarse a sí mismo. El espíritu del resucitado enciende nuestros corazones y nos anima a compartir con los demás el gozo verdadero de una vida transformada por su capacidad de entregarse hasta el final por amor. Respecto a la alegría, escribe Joan Garriga: “Hay dos tipos de alegría, la alegría por algo y la alegría por nada. La primera tiene que ver con el ganar, con lo que conseguimos y logramos. Es maravillosa y nos expande. La segunda, en cambio, es la cosecha después de haber perdido, después de haber sufrido los tormentos del desprendimiento de lo que fue importante y la vida nos quitó. Viene después de la aceptación del vacío y la conformidad que nos quedan al final de una pérdida. Es libre, risueña, espontánea, silenciosa o alborozada, y sobre todo contemplativa. No nos expande sólo a nosotros, sino a los demás y a todo aquello que encuentra a su paso. Realza la belleza de los otros y de la vida” ¿A dónde van las siembras sin cosecha, las gestaciones sin parto, las torturas sin libertad, los insomnios sin respuesta? ¿A dónde van esas criaturas perdidas para nuestras cuentas? ¡Nada se pierde! Vuelven todas a la tierra maternal para hacerse humus fértil donde el futuro crezca. Regresarán una por una hasta nuestra mesa en la flor del mañana, más libres y más nuestras (Benjamín G. Buelta, SJ)Francisco Carmona
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