Con frecuencia, encuentro grupos religiosos, denominados conservadores dentro de la iglesia católica, que hablan de cadenas intergeneracionales. Dichos grupos, sin ningún inconveniente, organizan jornadas de oración y liberación de cadenas familiares. Estas prácticas obedecen más a un proyección del Ego que a un realidad propia de la intimidad con Dios. Dice el profeta Jeremías (33, 29): “En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera”. Carolyne Hobbs escribe: “Los hábitos inconscientes desde siempre han aprisionado a nuestros padres, a nuestros abuelos y a cada ser humano durante siglos”. Nadie es responsable de los acciones de sus ancestros. Una lectura deformada del capítulo 28 del Deuteronomio dio origen al tema de las cadenas generacionales o intergeneracionales. Dice el texto: “Ahora bien, si tú obedeces de verdad la voz de Yahvé, tu Dios, practicando y guardando todos los mandamientos que te prescribo hoy, Yahvé, tu Dios, te levantará por encima de todas las naciones de la tierra. Entonces vendrán sobre ti y te alcanzarán todas las bendiciones siguientes, por haber obedecido a la voz de Yahvé, tu Dios: Bendito serás en la ciudad y en el campo. Bendito será el fruto de tus entrañas y el fruto de tu tierra, las crías de tus burras, el parto de tus vacas y ovejas. Benditos tu canasta de frutos y tu reserva de pan… Pero si no obedeces la voz de Yahvé, tu Dios, y no pones en práctica todos sus mandamientos y normas que hoy te prescribo, vendrán sobre ti todas estas maldiciones…” El texto advierte, nuestros actos traen consecuencias sobre nosotros y sobre los demás. Nunca dice que, asumimos como deuda la maldad del otro.
Quienes tienen una formación religiosa preguntarán: ¿Qué sucede con el pecado original? La tradición enseñó que el pecado de los padres pasa a los hijos. Lo anterior, no es una cuestión de genética, sino de lealtad con el sistema familiar. Mientras estamos en estado de inconsciencia, los hijos creemos que es nuestra obligación asumir los errores de los padres. Pues bien, la doctrina del Bautismo nos dice que. “En Cristo todos hemos sido liberados del pecado”. Eso incluye, como se diría en teología, del pecado original; es decir, de la responsabilidad de asumir como propios los pecados de nuestros padres. Sólo en la medida que damos a Cristo autoridad sobre nuestra vida, podemos vivir conformes a su Palabra. Mientras tanto, seremos como aquellos que escuchan la Palabra y su autoridad se la entregan a otro que, lógicamente, no es Cristo. Hasta donde se conoce, el Dios anunciado por Jesús es rico en compasión y misericordia, su yugo es suave y su carga ligera y, no es un Dios que castiga en los hijos los desvaríos de los padres. Hu-Ssong propuso a sus discípulos el siguiente relato: Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre? Que es un necio, respondió uno de los discípulos. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba? Dijo Hu-Ssong: Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro. Desde la creación, el ser humano es proclive al engaño. La inconsciencia hace que aceptemos como verdad la mentira y rechacemos la verdad creyendo que nos está confundiendo. Cuando en lugar de seguir la voz interior del alma, dejamos que sea el Ego quien nos guíe, terminamos arrastrando a quienes nos rodean hacia la oscuridad propia de las acciones que van en contra de nuestro destino. Los asuntos no resueltos de los padres pasan a los hijos que, por la fuerza del amor ciego intentan hacerse cargo de algo que no les corresponde, nunca como resultado de una maldición divina. La fuerza del amor es tal que, si no es contenida por el orden, es capaz de generar caos en nuestra vida y la de quienes nos rodean. El afán de ser los héroes familiares termina, casi siempre, haciendo que nos consideremos responsables de la historia de nuestros padres. Ninguno tiene responsabilidad en el camino que recorrieron los ancestros ni antes ni después de nuestro nacimiento. Lógicamente, lo que vive la familia nos afecta porque somos miembros del sistema familiar, pero no como una maldición. Quienes creen que pueden liberar a sus padres del dolor de su historia, no logran tomar la vida. El sufrimiento es el resultado de la obediencia a las historias que el Ego cuenta. Estamos atrapados en las historias del Ego cuando las reacciones ante lo que sucede en nuestra familia está cargada de orgullo, frustración, violencia y agresividad. Donde hay Ego, lo hemos dicho muchas veces, abunda el juicio, la desvalorización, la crítica y la acción destructiva en contra del otro. Para salir del laberinto que el afán de pertenencia crea, es necesario, que aprendamos a cuestionar las historias del Ego. Sólo así, podemos vivir la vida y asumirla como es. Mientras creemos que nuestra responsabilidad es enmendar los desvaríos de nuestros ancestros, desperdiciamos la oportunidad de vivir con libertad. La vida inconsciente, aquella que se sumerge en el afán de ser héroes, nos cuenta historias que, por su valor heroico seducen y comprometen la vida del alma y, también la apartan de su verdadero destino. Las preguntas sencillas ponen freno al afán del Ego de convertir nuestra vida en una historia de héroes y tiranos, de buenos y malos. Los discípulos se acercan a Jesús y le preguntan: “¿Este hombre es ciego de nacimiento por causa del mal que hicieron sus padres?” La respuesta de Jesús es sencilla: “la ceguera de este hombre no tiene que ver con él ni con sus padres. Es para Gloria de Dios”. El ser humano, dicen los griegos, nace ciego: no se conoce a sí mismo y tampoco a Dios. En la medida que, descubrimos el principio y fundamento de nuestra vida también conocemos la Luz que nos habita y guía. Tropezamos en las historias que nos cuenta el Ego a causa del desconocimiento de nosotros mismos y de nuestra historia. Escribe Carolyne Hobss: “Si nunca cuestionamos las historias del Ego, nos arriesgamos a vivir creyendo que estas historias son reales. Cambiamos nuestra relación directa con la vida por las historias manufacturadas que teje el Ego en nuestras cabezas, basadas en heridas, decepciones y traumas pasados. Sin pistas sobre qué sentimientos ocultos alimentan nuestra historia actual, vivimos desconectados de nuestro corazón”. Cuestionar el Ego, permite que salgamos de la esclavitud en la que nos mantiene y podamos dirigirnos al desierto, al silencio interior, donde las respuestas sobre nuestra verdadera identidad esperan por nosotros. Un corazón libre ama en libertad. El corazón es nuestra mayor fuente de sabiduría. El Ego es nuestra fuente de necedad y de torpeza. Para escuchar el corazón debemos bajar a las profundidades de nuestro ser dejando a un lado al Ego y a sus voces agresivas que se despiertan, cuando siente que lo estamos abandonando. Empezamos a dejar a un lado al Ego cuando somos capaces de hacernos preguntas honestas sobre lo que nos sucede, sobre lo que vemos, sobre lo que sentimos, sobre lo que, realmente, Dios y la vida esperan de nosotros. Lo anterior, nos va llevando, poco a poco, al despertar de la consciencia. Quien sigue su consciencia obedece al Espíritu y manifiesta su deseo de ser conducido hacia las corrientes vivas del amor. Dice Hobbs: “Cuando salimos de la lógica del Ego, nos liberamos para recordar una vez más la primera noble verdad que ofreció Buda hace más de dos mil quinientos años: “el sufrimiento forma parte del tejido de la vida, del hecho de ser humanos que habitan un cuerpo. Si nos resistimos al dolor, lo ignoramos, nos medicamos para evitarlo o intentamos alejarnos de él, nos perdemos los mensajes ocultos que dejó sembrado en nuestro corazón” Está faltando la luz y escribo el poema a ciegas en la hoja de un viejo calendario. Por primera vez me doy cuenta que las palabras son vanas y vano es nuestro entendimiento si en la noche la tinta no logra desprenderse de la oscuridad del cielo y mi poema no logra iluminarme el camino adentro mío y si tú no estás conmigo para darme consuelo de esta amarga palidez del alma obscura (Silvia Favaretto) Francisco Carmona
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