Existe hoy, un marcado interés por evidenciar las contradicciones que están presentes en los conceptos que marcan el rumbo de la vida. Se hace el esfuerzo por eliminar los opuestos, las jerarquías o desmitificar la realidad. Así es como llegamos por ejemplo a considerar que, podemos llamar perrihijo a la mascota que una pareja consigue y decide cuidar porque no desea engendrar hijos. Podemos decir que, los animales que conviven con nosotros son miembros de la familia como lo son los padres o “hijos humanos” como algunos sugieren que se diga. También se llega a proponer que se diga “progenitor que nos dio a luz” porque el termino madre puede resultar ofensivo para muchos. Según la psicología profunda, la aparición del Sí-mismo, símbolo que pone de manifiesto que el proceso de individuación está realizándose, es el resultado de la integración de los opuestos, no de su eliminación. ¿A dónde se dirige el ser humano cuando elimina los opuestos de su psique? Tosui fue el maestro zen que rompió con el formalismo monástico y se fue a vivir bajo un puente con unos pordioseros. Cuando era ya muy viejo, un amigo le procuró una forma de ganarse la vida sin necesidad de mendigar. Enseñó a Tosui cómo recolectar arroz y elaborar vinagre a partir de él, actividad a la que se dedicaría el maestro el resto de su vida. Cierto día, mientras estaba trabajando, uno de los pordioseros vino a visitarlo y le regaló un retrato de Buda. Tosui lo colgó de la pared de su choza y escribió una nota debajo. La nota decía: Señor Buda: ¡Este cuarto es tan estrecho! … Puedo permitirte que te quedes aquí algunos días, pero no vayas a pensar por eso que estoy pidiéndote que me hagas renacer en tu paraíso.
Marcos Crespo, filósofo, escribe: “Llevar una vida lo más equilibrada y feliz posible, pasa por integrar los opuestos, es decir, reconocer e integrar las propias contradicciones de nuestra personalidad, sin que ello nos genere sentimientos de inferioridad o superioridad. De tal manera que nos permita encontrar nuestro hueco en este mundo, y desde ahí, podamos ver este mundo como es, ni grande ni pequeño, sino nuestro, y no andemos todo el tiempo como huyendo en una búsqueda incesante. Para mí, hay un mito, el de Ceres y Proserpina, que ilustra espléndidamente esto que digo. Nos habla de dicha integración de los opuestos, con el descenso cíclico de Proserpina cada otoño, cuando los árboles se desprenden de sus hojas, hacia el mundo subterráneo del inconsciente, descenso al mundo de las sombras, a esa parte de nuestro interior que no podemos, o que no queremos ver; para renacer posteriormente cada primavera, con una nueva luz, una nueva esperanza, atravesando así el abismo de lo insondable, de lo ignominioso, de todas aquellas partes de nuestro ser que necesitan ser escuchadas, aceptadas, como partes integrantes del todo que somos”. Alejo Sarrubi, psicólogo, escribe: “Para Jung, lo valioso que había encontrado la alquimia era la capacidad de poder integrar opuestos. La alquimia era capaz de extraer la sombra de la luz y la luz de la sombra. Incluso, en la mayoría de los manuscritos alquímicos, se suele representar al alquimista junto a una mujer que lo ayuda, indicando claramente la unión de opuestos como requisito para encontrar la piedra filosofal. Todos tenemos luz y sombra, y no se trata de eliminar alguna de ellas para ser de forma íntegra, sino que la clave es unir ambos, que la luz y la sombra sean una sola cosa, así es cuando nos convertimos en nosotros mismos, cuando integramos los opuestos logramos ser totalmente nosotros mismos. Debemos asimilar en nosotros eso que parece ser incompatible, irreconciliable. De esta forma, la potencia de ese opuesto se convertirá en un aliado nuestro. Los opuestos no hay que destruirlos, hay que integrarlos a nuestra realidad. Mi realidad con la realidad del otro. Se produce una sublimación de los opuestos, que se sintetizan en un plano superior, en una realidad superior, en algo más sutil. Esa es la integración”. Muchos rechazan la existencia de los opuestos porque éstos crean inestabilidad y, si hay algo que la cultura moderna rechacé, es precisamente, la incertidumbre. Curiosamente, hoy se evidencia que muchas personas siguen patrones prolongados de conducta caracterizados por la turbulencia e inestabilidad de sus emociones. De hecho, se puede comprobar como aumenta el número de suicidios cada día. La gran mayoría de los suicidios se dan por baja tolerancia a la frustración y como resultado de reacciones impulsivas ante la adversidad, la incertidumbre o ante lo que no se puede controlar o evitar. Se ha construido la imagen de una sociedad donde para lograr la armonía se construyen identidades que intentan excluir el conflicto que genera la existencia de lo opuesto. Llama la atención, por ejemplo, en la película Barbie, que los hombres, para poder ser aceptados, tienen muchos rasgos feminizados. Así, al parecer, se elimina la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Dice el Kibalión (2001, p19), la obra cumbre del ocultismo: “Todo es dual; todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo […]” La polaridad es la que permite saber que, no soy el único ser que existe, también existen los otros. La negación de la polaridad termina dando origen al individualismo actual. Se reconoce la existencia del otro sólo en la medida en que sirva a los propios intereses. En la constelaciones familiares, se insiste en la importancia que tiene la aceptación de uno mismo y del otro como es. Cada quien, según la filosofía sistémica de las Constelaciones, cada uno está invitado a encontrar la alegría en el disfrute y desarrollo de la propia singularidad. Esto último, representa un gran desafío para la madurez del amor y el éxito en la vida familiar y de pareja. La diferencia no es una excusa para la exclusión o para el maltrato físico o emocional. Hoy, muchos quieren reinventar la relación de pareja o la vida familiar suprimiendo la existencia del binomio hombre/mujer como unidad sentimental o socioeconómica. Otros, se esfuerzan en suprimir el compromiso y desean, como dice Joan Garriga, una monogamia secuencial, es decir, tener a lo largo de la vida, varias parejas estables. Hace algunos días, una persona afirmaba en constelaciones: “uno debe estar con una persona hasta el día que termine el disfrute. Cuando llega ese momento, nos damos una buena despedida y, ¡que venga la siguiente! ¿Qué sentido tiene estar con una sola persona el resto de la vida? Aunque la intención es vivir libres y sin estrés, el alma no logra alcanzar esa pretendida armonía porque, aunque parezca conservador, para el alma el amor es para siempre; lo demás, el alma lo toma como un juego. Llega un momento, en el que el alma anhela una relación estable y para siempre. El problema en la relación de pareja y en la familia no viene de la existencia de los opuestos sino de las formas insanas de vinculación que se dan. Las relaciones enriquecen o pueden empobrecer. El amor no basta para asegurarnos el bienestar y la armonía. Hay amores donde las personas no pueden ser ellas mismas porque vivir y realizar la propia identidad resulta amenazante para el miembro más débil y vulnerable. El amor para poder garantizar bienestar necesita ser y dejar ser, acoger al otro como es y acompañarlo a que cada día sea más él. El amor de pareja no es un sustituto del amor de los padres. Lo que no pudimos recibir de los padres, con toda certeza, no lo vamos a poder tomar de la pareja porque esa no es su tarea ni la razón de su existencia. La pareja crece cuando reconocemos al otro como otro y sabemos y experimentamos que, somos mucho más que dos. Esperamos oír tu voz en medio de tantos silencios, en medio de tantos gritos. Esperamos oír tu voz aun cuando nos quieren hacer creer que está todo dicho o que no tenemos nada para decir. Queremos oír tu voz en medio del monte, en medio de la tormenta, mientras esperamos la lluvia, mientras esperamos que amanezca. Queremos oír tu voz más allá de nuestras sorderas para aprender a escucharnos a nosotros mismos y compartir nuestras sabidurías reconociendo nuestras ignorancias. Esperamos oír tu voz que ilumina nuestros miedos. Esperamos oír tu voz que colorea nuestras debilidades. Queremos oír tu voz con todo lo que tenés para decirnos, porque queremos también decirlo nosotros, oyentes de la Palabra. Es tu Reino hecho diálogo. Es tu Reino hecho encuentro (Marcos Alemán, sj) Francisco Carmona
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