Encuentro padres que proyectan sobre sus hijos lo que no han logrado resolver y, después, pretenden que sus hijos se comporten tranquila, serena y fluidamente, que actúen como ellos no logran hacerlo frente a sus propias angustias. Vino a constelaciones una joven de 12 años, consume medicamentos para la ansiedad, el trastorno de sueño, para el dolor en el cuerpo, para la tensión muscular, para los nervios. Me acordé de una publicidad que vi en redes sociales hace unos meses: “Le ayudamos a que su hijo viva sin problemas. Le ayudamos a que su hijo no le duela la cabeza cuando tiene estrés”. Cuando entrevisto al padre, caemos en la cuenta de lo siguiente: el padre lleva dos años sin trabajar, viven de los ahorros, maneja un estrés severo y, según sus palabras: “¡mi hija es mi consejera!”. El padre no sabe qué hacer porque su hija está más estresada que él. Cuando un hijo escucha el estrés de su padre, no tiene otra salida que hacerse cargo del sufrimiento del padre. Muchas veces, nos desahogamos con el que no está preparado para escuchar y orientar.Haz clic aquí para editar. El santón sufí Shams-e Tabrizi cuenta acerca de sí mismo la siguiente historia: Desde que era niño se me ha considerado un inadaptado. Nadie parecía entenderme. Mi propio padre me dijo en cierta ocasión: No estás lo suficientemente loco como para encerrarte en un manicomio ni eres lo bastante introvertido como para meterte en un monasterio. No sé qué hacer contigo. Yo le respondí: Una vez pusieron un huevo de pata a que lo incubara una gallina. Cuando rompió el cascarón, el patito se puso a caminar junto a la gallina madre, hasta que llegaron a un estanque. El patito se fue derecho al agua, mientras la gallina se quedaba en la orilla cloqueando angustiadamente. Pues bien, querido padre, yo me he metido en el océano y he encontrado en él mi hogar. Pero tú no puedes echarme la culpa de haberte quedado en la orilla.
Paralizar la vida de los hijos, también es una forma de desperdiciar la propia vida. Hoy, mucha gente cree, que sus hijos son maestros que, llegaron a esta existencia a iluminar sus vidas. Respeto estas teorías, pero veo las consecuencias que traen. Los hijos en lugar de libertad encuentran esclavitud y, en lugar de fluir serenamente y crecer, como corresponde a su ser, a su destino, terminan implicados en las historias de sus padres y, en la inmadurez de éstos. A los hijos, no les corresponde llenar los vacíos de sus padres. El orden señala que, son los padres los que educan, orientan, acompañan y preparan a los hijos para el destino, no al revés. Padres cargados de culpa, convierten a los hijos en seres llenos de miedo frente a la vida. Cuando un menor es sumergido en el mundo de los fármacos, si bien la intención es darle bienestar, también sucede que, se le está diciendo que no aceptamos lo que pasa dentro de él, que no acogemos los movimientos de su alma y, de manera especial, que los adultos no queremos ver, como si su vida se tratara de un espejo que refleja, lo que nuestra razón intenta reprimir, esconder o rechazar de nuestra propia vida. Veo personas a las que, la superficialidad en la que viven no les preocupa en lo más mínimo, no se dan cuenta que, a través de la forma como se vinculan con sus hijos transmiten lo que está sin resolver en sus propias vidas. Recordemos que, somos parte de un sistema y lo que afecta a una de las partes, termina afectando al todo. No somos islas. La vida es una aventura y, quien la asume irresponsablemente o se reprime, vivirá con el temor a ser desbordado por la vida, por la enfermedad. Para una buena cantidad de personas, la adaptación, antes que la transformación es la verdadera tarea de la vida. Escribe Anselm Grun: “Para algunos padres, los niños no deben crecer según su propio modo, sino que deben adaptarse, funcionar según las expectativas de sus padres”. Aún recuerdo el día que, una madre lleva a su hija a consulta para que la volvamos una mujer apacible; su alegría, su forma extrovertida de ser, no coincide con la familia. Dice la madre: “no sabemos cómo lidiar con este carácter, mi esposo y yo somos seres tranquilos que no se relacionan con nadie”. Los padres normalizaron su ansiedad social y, ahora que ven a una persona que no teme el contacto, se sienten incomodos y la ven como alguien anormal. Fernando Gálligo, jesuita, escribe: “Nuestras relaciones son finalmente lo que nos constituye como personas, ¡somos animales sociales!, según Aristóteles, y sin embargo, nosotros en gran medida, creemos que, son otras las características (de corte más individual) que nos representan y explican quiénes somos. De hecho, al presentarnos en público, decimos dónde hemos nacido, qué estudios tenemos, dónde trabajamos, quizás la edad que tenemos, el colegio o instituto donde hemos pasado parte de nuestra juventud… y olvidamos citar a tantas personas que de una manera u otra han marcado y marcan nuestra vida y han definido quiénes somos”. Nos cuesta reconocer que, las personas que están y las que han pasado por nuestra vida dejan y han dejado su huella en nuestra alma marcando de una forma u otra nuestro destino. La seguridad no se encuentra en las cosas exteriores sino en el corazón. Los padres no logran ayudar a los hijos a alcanzar la seguridad y confianza que necesitan para fluir en la vida administrándoles medicamentos. Jesús nos invita a poner la confianza en Dios, para lograrlo, necesitamos dejar atrás los prejuicios que tenemos sobre la religión y empezar a entrar en contacto con nuestro núcleo interior que, entre otras cosas, es la morada de la divinidad. Escribe José Raúl Álvarez, jesuita: “El alma se afecta cuando emprendemos una lucha desmedida por erradicar de nuestras vidas las fragilidades propias de la existencia humana. En otras palabras ganar alma requiere de humildad. Un ser humano auténtico sabrá valorar, e incluso sacarle partido, a las fragilidades propias de su existencia. Aceptarlas será algo que le proporcionará paz. En efecto, el ser humano no pierde dignidad al aceptar sus fragilidades; al contrario, consolida justamente, en dicho acto, su dignidad. Es esto lo que le permitiría a una persona, sugiere Thomas Moore, encarar la cotidianidad de la vida sin estar buscando, desesperadamente, un estado de perfección o aquello que muchos denominan la salvación” La vida no se resuelve bloqueándola sino encarándola. Tenemos que ser conscientes de la fuente de la que proviene nuestra seguridad. Algunos, se sienten seguros hablando de los logros o proyectos que tienen para ejecutar. Otros, hablando de las hazañas del pasado. También están los que buscan la seguridad aislándose de la gente y encerrándose en su propio mundo. Están los que buscan la seguridad en los fármacos o en los alucinógenos. No faltan, lógicamente, los que encuentran la seguridad y confianza en Dios. Las personas confiables son aquellas que encuentran la confianza, sus raíces, en el interior de sus corazones y en el sentido de su vida. Son confiables los que han trabajado sobre sus debilidades y han sabido convertir la fragilidad en su fortaleza y el miedo en su aliado para discernir y caminar de la mano de Dios por la vida. En el ancho del horizonte, en los tonos de un bello atardecer, en la infinitud del mar y en la espesura de un frondoso bosque. En el recuerdo de los que ya se fueron, en la pasión de un joven actor, en la nostalgia del extranjero y en la dedicación de un viejo labrador. En la preocupación de un transeúnte, en una tranquila conversación, en una comida en familia y en el olor de una gran biblioteca. En la belleza de una catedral, en la inmensidad de un cielo estrellado, en la sala de espera de cualquier hospital y en el recogimiento de una implorante oración. En la tierna mano de un niño, en la mirada del anciano demente, en las páginas de un libro y en la sonrisa de un inmigrante. En los anhelos del preso, en una carta de amor, en los sueños de un adolescente y en el vientre de unos futuros padres. En el silencio de una capilla, en las preguntas de un filósofo, en el pincel de un artista y en las manos de un escritor. En los rincones de nuestra existencia, nos llamas en lo escondido, esperándonos en la realidad, para hacer de nuestra vida destellos de tu amor (Álvaro Lobo sj) Francisco Carmona
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