Cada uno de nosotros vive dentro de una narrativa. La historia que nos contamos dirige nuestra vida y revela el nivel de comprensión que hemos alcanzado con respecto a nuestro destino. Federico Faustino González escribe: “En la vida de una persona pueden distinguirse dos escenas: lo que los demás observan y lo que la persona cree estar viviendo”. Es muy posible que, cada uno de nosotros se considere protagonista de un guión o libreto que vamos forjando a través de las experiencias que sumamos cada día. Dentro de la trama de nuestro guión podemos ser jueces, víctimas, salvadores, héroes, mesías o, simplemente, creer que estamos por encima de los demás y nada puede afectarnos. En el interior, puede que experimentemos cada evento, cada momento y cada etapa de la vida como parte de una obra mucho más grande y completa. Dos ranas cayeron en un recipiente con leche. Sigue nadando, dijo una rana a otra - saldremos de alguna manera. Es inútil - chilló la primera - es demasiado espeso para nadar, demasiado blando para saltar, demasiado resbaladizo para arrastrarse. Como de todas maneras hemos de morir algún día, mejor que sea esta noche. Así que dejó de nadar y pereció ahogada. Su amiga siguió nadando y nadando sin rendirse. Y al amanecer se encontró sobre un bloque de mantequilla que ella misma había batido. Y allí estaba, sonriente, comiéndose las moscas que acudían en bandadas de todas direcciones
Cada uno de nosotros construye un conjunto de argumentos que defendemos como si fueran la verdad porque no comprendemos bien que nos sucede internamente. Muchas de las cosas que nos contamos acerca de lo que experimentamos internamente, en lugar de acercarnos a nuestro centro vital, terminan alejándonos de él trayendo como consecuencia la inestabilidad emocional, la enfermedad psíquica y espiritual. Muchos de nuestros relatos están deformados porque no incluyen toda la realidad que vivimos. Una buena narrativa, dice Joan Garriga, incluye recursos internos, motivos para seguir creyendo y esperando. Los malos relatos tergiversan la realidad, nos constriñen y nos cierran los caminos, que podríamos tomar, para ir a las fuentes de agua viva que nos revitalicen y llenen de sentido nuestra existencia. El trastorno de narrativa, aquella historia en la que nos sentimos amenazados, despedazados interiormente, tiene su origen en el trauma. Por trauma entendemos, aquel evento intensivo y aversivo que se pone por fuera de nuestro alcance para hacerle frente, para resolverlo o tramitarlo asertivamente. Bajo el efecto del trauma nos sentimos amenazados, vulnerables, expuestos, inestables y, en muchos casos, paralizados. Según Peter Levine, la persona traumatizada está constantemente bajo la presión interna de defenderse, algo que, la mayoría de las veces, resulta incómodo e insoportable para la psique. Uno de los efectos del trauma consiste en ver enemigos por todas partes, menos dentro de uno mismo. La narrativa sobre lo que nos sucede se distorsiona cuando conectamos inadecuadamente con experiencias similares a las que dieron lugar al trauma. Francisco Javier Díaz Calderón escribe: “El trauma mantiene una serie de manifestaciones que a veces parecen invisibles; en ocasiones se traducen en tabúes que tenga la familia, así como en prejuicios, reacciones desproporcionadas, introyectos, etc. La experiencia traumática generalmente tiene sus huellas más profundas en la experiencia somática, cuando el cuerpo reacciona ante una experiencia que se ha codificado como peligrosa. Esto generalmente sucede ante circunstancias que presentan cierta similitud con la vivencia de trauma. El trauma no es una experiencia individual, sino que lastima el between, por lo que afecta a todos los miembros de la familia. Por ejemplo, cuando alguno de los padres ha sufrido abuso sexual desarrolla actitudes que modifican radicalmente la relación con sus hijos, siendo excesivamente cuidadosos para prevenir cualquier tipo de abuso sexual. Del mismo modo, el que ha sido víctima de la persecución política, termina considerando enemigos a todos los que, de un modo u otro, confrontan sus ideas o contradicen sus proyectos. En personas traumatizadas la narrativa puede verse orientada hacia la fantasía, hacia la mentira, hacia discursos que fomentan el odio, a encontrar matices en la realidad que nadie más encuentra con el fin de protegerse, a aparentar una creatividad en los discursos que, en lugar de inspirar, terminan generando confusión y burla. Lo más curioso es que, las personas con trastorno de narrativa nunca concluyen un proyecto o desarrollan plenamente una propuesta porque se quedan ancladas en las imágenes del pasado sin que logren darles un orden diferente al que se quedó grabado en su memoria traumatizada. Las personas con una narrativa distorsionada de la realidad muestran una gran incapacidad emocional de hacerse cargo de sus actuaciones. Las personas traumatizadas tienden a construir narrativas basadas en la mentira. De esta forma, ellas intentan darle a la realidad un matiz diferente al que les tocó vivir y atenuar la carga dolorosa que llevan consigo. En estas personas, la mentira es una forma de protegerse, es un intento de huir del vacío que produce el recuerdo de la experiencia vivida. A través de la mentira, muchos intentan reconstruir el Self que destruyó el dolor. No se trata entonces, de juzgar al otro sino de entender que, un Self destruido busca recomponerse de alguna forma. La ayuda que podemos ofrecer consiste en acompañarlos a que, lentamente, entren en contacto con lo que realmente ocurrió sin intentar deformar o añadir algo que no corresponde. Sin caer en la desconfianza, conviene poner una lupa sobre lo que estamos escuchando para poder discernir donde se está produciendo la evasión del dolor. Acompañar el dolor exige no sólo compasión sino también la habilidad necesaria que nos permita, a través del diálogo, inspirar al otro para que crezca en confianza y seguridad ante la vida; además, para que pueda entrar en contacto con el dolor que lo divide internamente. Como señalan los expertos: No se trata de curar algo del pasado, ni de salvar a nadie de su coraza, sino de acercarnos a lo que un día fue doloroso para tomar la fuerza creativa que nos permita conectar con la vida de una manera diferente, transformada, creativa. Muchos no logran desengancharse del pasado pero, pueden aprender a mirarlo como la muerte de algo y el resurgir de una nueva vida. De las heridas integradas surge una nueva esperanza de vida, una luz que no habíamos visto y un ser capaz de reincorporarse a la tarea de amar y servir. Extiende tu mano y ponla en mi piel, este sentido de la realidad desnuda. Tócame, Jesús, que cuando la soledad me duela, tu cálida caricia sea mi compañía. Tócame, Jesús, que cuando el rechazo me hiera, tu tierna caricia sea mi acogida. Tócame, Jesús, que cuando el pecado sea mi lepra, tu misericordiosa caricia me restaure. Tócame, Jesús, que cuando la vehemencia me acelere, tu lenta caricia me recuerde el sosiego. Tócame, Jesús, que cuando la desolación me turbe, tu luminosa caricia sea mi consolación. Tócame, Jesús, que cuando a mi memoria todo lo olvide, tu silenciosa caricia me recuerde: que todo se pasa, que todos se pasan, que Tú y sólo Tú bastas, que todo mi ser y toda mi piel ha sido tocada, besada, abrazada, marcada y tatuada por tu caricia, una vez y para siempre (Genaro Ávila-Valencia sj)Francisco Carmona
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