Mientras Natanael está sumido en la sensación de haber fracasado, su amigo Felipe está feliz de haber encontrado a Jesús. Al parecer, Felipe es conocido en el evangelio de Juan como el que conduce a los que buscan en lo profundo a Dios. Los griegos buscan a Felipe para que los lleve ante Jesús. El que ha descubierto una luz, el que sabe dar sentido a sus búsquedas, está listo para acompañar a otros en su peregrinar hacia la Fuente verdadera y auténtica de la vida. Natanael, mientras está bajo la higuera, lucha con su decepción y, también con Dios. ¿Cómo es posible que no funcione algo que está para la mayor gloria de Dios? Aquí es cuando son convenientes las palabras de Joan Garriga: “Cierta sumisión tiene sentido. Me someto a lo que ha sucedido, a lo que está sucediendo en este momento estricto”. Muchos encuentran en la religión la excusa perfecta para autoexplotarse. Hoy, se anuncia el Evangelio de la prosperidad. Hay muchos discursos religiosos que venden la relación con Dios y con Jesús como el camino que nos lleva a la abundancia económica y material. Un comentario sobre la parábola de Lázaro y el rico epulón dice: “Lázaro es un nombre, una persona, una historia. En cambio, rico y epulón son sólo un adjetivo. Ambos adjetivos indican a la persona que vive convencida que el sentido de la vida está en la fiesta, en la comida, en la bebida y en el complacerse a sí mismo. El evangelio no le pone nombre para indicarnos que, quien vive de esta forma, desperdicia su vida, pierde su identidad.
Cuando las cosas no resultan podemos pasarnos el tiempo buscando una explicación o manipulando a los demás con nuestras quejas. Al respecto, señala Garriga: “Sí, asumo esta realidad y dejo de utilizarla para perder mi fuerza. Y ahora, si puedo, la cambio. O siento una vivencia desagradable en mi cuerpo, y ahondo e investigo en ella en lugar de tratar de alejarme con dureza o alcohol, por ejemplo. La asumo, me abro a ella. La teoría paradójica del cambio, muy querida por los abordajes humanistas y la terapia Gestalt, evidencia que las cosas pueden cambiar con mayor facilidad cuando más se permite que sean como son, en lugar de evitarlas. Acepto, luego transformo”. Uno de los monumentos más peculiares de la ciudad japonesa de Kioto es un Jardín Zen: una superficie de arena que contiene 15 rocas pero que, en principio, tuvo 16. Cuenta la leyenda que cuando el jardinero terminó su obra llamó al emperador para que contemplara su jardín. “Te felicito. Es el más hermoso de los que he visto y esa roca es la más bella de todas”, sentenció el monarca. Al instante, el jardinero cogió la piedra señalada por el emperador, la sacó del jardín y la tiró al mar. Entonces le explicó a su señor: “Ahora todo está perfecto y el jardín puede contemplarse en armonía. Un jardín, como la vida, tiene que ser visto en su totalidad. Si nos detenemos en la belleza del detalle, el resto nos parecerá demasiado feo”. Para Natanael su sensación de fracaso cambia cuando se deja interpelar por Jesús. El verdadero éxito de la vida no consiste en las cosas que somos capaces de lograr sino en la disposición de nuestra vida para entrar en relación con nuestra identidad profunda, esa que nace cuando en lugar de lamentarnos, escuchamos la voz de Dios que, a través de su Hijo Jesús, nos invita a servirlo con nuestros talentos. Una obra puede fracasar, una oportunidad se puede perder o desperdiciar pero, lo que somos, sigue intacto en nosotros porque es la luz divina que nos habita. Para quien sabe ver la luz en medio de la oscuridad que lo rodea, dice Joan Garriga, las puertas de la vida y de las nuevas oportunidades están abiertas. No se trata de encontrar respuestas que satisfagan nuestro Ego, sino de abrir caminos que nos lleven a nuestro ser más profundo. Cuando perdemos la conexión con nuestro centro no queda otro camino que la autoexplotación. Aquello que necesitamos raramente viene de afuera. Dentro de cada uno habita la llama divina, la que nos da el poder y la fuerza para crecer y madurar. Muchos piensan que la conexión con esa fuerza les permite creerse dioses y hacer a un lado a Dios. El fuego existe porque hay una fuerza que lo produce. Dios es la fuente del fuego que arde en nuestro interior. Desconocer la fuente implica, necesariamente, negarnos a nosotros mismos. El signo más claro del conflicto interno que tenemos está en la lucha que el ser humano libra contra sí mismo. Jesús ve el corazón de Natanael y comprende su decepción y también su lucha interna. De nada valió haberse esforzado tanto sí, al final, la ofuscación de los demás por el talento del joven se convierte en el obstáculo para que naufraguen los proyectos y anhelos. Natanael tiene frente a sí el reto de comprender las siguientes palabras: “el Dios del exitismo termina llevándonos al agotamiento”. Santi María Obligio escribe: “Sí, claro que estamos llamados a entregarnos, pero al modo de Jesús. Y el modo de Jesús es ir a la Cruz solo al final. Durante sus años de misión lo vemos entregarse dedicando tiempo a la oración, a formar comunidad con sus apóstoles, lo vemos predicar y sanar, pero al modo de la levadura en la masa: uno por acá, otro por allá… ¿Por qué, Señor, no curaste a todos los enfermos? ¿Por qué, Señor, un puñado de varones y mujeres, en vez de una masa multitudinaria y organizada? No sé, Señor, pero no puedo negar que mirar tu modo aquieta mis ansiedades y desvanece mis frustraciones. La necesidad –siempre urgente e inagotable– sumada al exitismo y al activismo, a veces cambian al Dios de la vida por el dios del agotamiento”. La sociedad del cansancio con su dinámica de autoexplotación no solo nos arrebata el contacto con nosotros mismos sino también con el Misterio y con el Alma. Allí, donde reina el vacío también están presentes la incertidumbre, el sin-sentido y la angustia. La dinámica actual de producir más invita también a la contemplación, no como modo de sobrevivencia, sino como camino que nos conduce de regreso hacia nosotros mismos, hacia el alma y hacia el Misterio. De ahí, la necesidad de aprender a vivir el desapego. Dice san Gregorio Magno: “Vivid menos para vosotros mismos y más para Aquel que llena de amor y de sentido todo lo que haces”. Si te has parado a contemplar el cielo, un bosque, un arroyo, que te han impresionado por algo que has llamado belleza, si has sentido de pronto ganas de cantar, o de correr un buen trecho, por algo que has llamado alegría, si te has preguntado asombrado cómo alguien cercano a ti te puede querer precisamente a ti...¡puedes entender lo que significa alabar! (Carlo María Martini)Francisco Carmona
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