La razón de ser de la Navidad es Jesús, su Encarnación. La invitación central de la Navidad es contemplar como Dios toma nuestra humanidad rota por el pecado o escindida por la constelación familiar para redimirla, llenarla de sentido y transfigurarla. Recordemos que, por constelación familiar entendemos, aquel lugar, papel o actitud que, un día asumimos ante la familia y, desde entonces, se manifiesta o actualiza en todas nuestras relaciones, cargándolas de sufrimiento e impidiéndoles fluir en el verdadero amor. Hablamos de escisión porque desde el día que nos hicimos a un personaje, para pertenecer a la familia, nos abandonamos a nosotros mismos. El personaje para vivir necesita que lo alimentemos, lo cuidemos y, de muchas formas, le demos fuerza. Jesús nos revela que, la verdad se encuentra cuando nos despojamos de lo que no nos pertenece para dejarnos transformar por la fuerza de su amor, compasión y misericordia, transformarnos en lo que somos realmente. Contemplar lo que sucede en Belén, cuando María da su Si a Dios, permite que entremos de lleno en la experiencia del Dios, que se manifiesta trayendo la salvación al género humano; es decir, revelándonos que cuando encontramos la luz que ansiamos para nuestra vida, al configurarnos con Cristo, antes que hacerlo con el dolor, el sufrimiento, el mal o la alienación que nos propone la cultura. Creer en Jesucristo significa recorrer el camino, hacer la experiencia, que lo condujo a una relación profunda con Dios. La vida es un camino que, cuando se recorre con los ojos puestos en Jesús termina revelándonos que la meta final de nuestra existencia es la realización plena del amor. El amor comienza a realizarse cuando sabemos quiénes somos y nos ponemos al servicio de la vida para que esta abunde.
Milarepa era el devoto alumno de Marpa. Después de doce años de agotador entrenamiento espiritual, Marpa envió a Milarepa a continuar por su cuenta. Milarepa se fue a vivir a una cueva y una noche fría de invierno tres terribles demonios invadieron su cueva. Ellos chillaron, quemaron sus libros y escupieron al mándala. Milarepa lanzó conjuros, gritó nombres santos y pidió ayuda a su Señor pero todo fue en vano. Descorazonado, salió a la nieve. Sentía que los demonios estaban a punto de jalarlo al infierno. Lentamente, comenzó a pensar: Este es el momento que he estado esperando. Siempre he querido deshacerme del apego. Si estos demonios me hicieron temer por mí mismo, entonces todo mi trabajo ha sido en vano. Una gran calma lo invadió. Regresó a la cueva y saludó a los demonios: ¡Honorables demonios! Bienvenidos a su humilde casa. Yo sé que su tarea asignada es destruirme y arrastrarme al infierno. No quiero evitarles el intentar cumplirla. En cuanto a mí, mi tarea es luchar para lograr la iluminación. Hagamos cada uno nuestra tarea al máximo de nuestra habilidad. Sentémonos a hablar sobre la sabiduría, ustedes con su dharma negro y yo con mi dharma blanco. Pero primero, tomen un té conmigo. Los demonios chillaron mostraron sus fauces y azotaron sus colas. Milarepa repitió su invitación. Gradualmente, se encogieron hasta desaparecer completamente Jesús nos revela que la vida verdadera se encuentra cuando dejamos de ser esclavos del pasado y, libres del miedo, nos entregamos a la realización de nuestro destino, de nuestra vocación, de nuestra verdadera identidad. La mediocridad existencial se puede medir por la incapacidad de adherir nuestra vida al proyecto de amor que Jesús anuncio. Muchos ignoran la transformación que puede producirse en la psique de una persona cuando pone a Jesús en el centro de su existencia. No es lo mismo ser dirigidos por Jesús, por su mensaje, que por el afán de ser alguien en el mundo o tener poder, prestigio o reconocimiento. Nuestra vida no es lo que pensamos, como lo sugieren algunos, sino conforme a lo que ponemos en el centro. Nos define el corazón, no el pensamiento. José Antonio Pagola escribe:” Necesitamos esforzarnos por poner en el centro de nuestras vidas el mensaje de Jesús. Necesitamos sintonizar con su vida, con su mirada, con su forma de amar, con su capacidad de acoger al Espíritu. También necesitamos seguir su trayectoria de entrega a Dios, a su reino, hasta la muerte y dejarnos transformar por su Resurrección”. En la psicología profunda se insiste en la importancia que tiene para el creyente penetrar en las profundidades del alma de Cristo y en el alcance que tiene su integridad, la forma como acoge a Dios hasta convertirse en su Hijo amado. Acoger a Cristo implica la transformación interior, aquello que antes nos definía pierde sentido frente a la fuerza viva que tiene el Evangelio. Cuando logramos una conexión profunda con Cristo nuestra naturaleza real sale a la luz y se revela ante nuestros ojos y los ojos de quienes nos acompañan en la vida desde el amor y la bondad que nos habitan. Recordemos las palabras de Jung sobre la experiencia religiosa en su libro “Mysterium Coniunctionis”: “La función principal de la religión, o mejor, de la espiritualidad, es la de religarnos a todas las cosas y a la Fuente de donde proviene todo ser: Dios”. En otro de sus textos, Jung afirma: “el mundo está dividido en dos partes: la parte ordenada y la parte desordenada. La parte ordenada es la que podemos entender y controlar, mientras que la parte desordenada es la que está fuera de nuestro control y comprensión. Sin embargo, la parte desordenada del mundo también es una parte esencial de la realidad y no hay nada que nos salve de ella. En otras palabras, la parte desordenada y la carente de sentido son partes inevitables de la experiencia humana y de la vida en general”. La vida es un proceso permanente de aceptación y adaptación a la realidad tal como es, no solo a la parte de ella que podemos entender y controlar. En este proceso, la espiritualidad tiene mucho que aportarnos. El camino que nos lleva a Jesús comienza en Nazareth, el lugar donde un Sí transforma la vida de María y, también de toda la humanidad. Sin ese Sí, el misterio se habría quedado sin revelarse y la oscuridad que, aún sigue arrastrando al ser humano, sería la única alternativa para nuestra vida. Caos y orden forman parte. Escribe Cristina Llaguno: “A través de las Constelaciones Familiares se observa que muchos hechos, conductas, enfermedades o síntomas, están relacionados con un acontecimiento traumático que ocurrió en la familia o porque existe un desorden sistémico. El desorden puede estar producido por la exclusión de alguno de los miembros de la familia, por fidelidades inconscientes, identificaciones con miembros del sistema. Es posible solucionarlo si uno sabe, si conoce el orden y si se reconoce en ese orden”. Al decirle Sí a Dios, María reconoce que, primero es Dios y, después, todo lo demás. Donde hay orden, el amor fluye. Cuando las preguntas agobian, cuando las inquietudes nos roban la paz, cuando los prejuicios no nos dejan ser, cuando las renuncias nos pesan porque no nos pertenecen realmente a nosotros, sino a nuestro afán de pertenecer, de ser vistos, amados y reconocidos, cuando la eficacia se convierte en una fiebre que nos quita el sueño y nos roba el descanso, cuando las tentaciones nos hablan todo el tiempo, cuando la monotonía pesa más que el amor y el deseo de servir, cuando el mal parece prevalecer sobre el bien y nadie quiere escuchar hablar de Dios, es tiempo de ir a Nazareth, al silencio que contempla y ve como Dios pide permiso para hacerse carne, uno de nosotros y compartir nuestra vulnerabilidad. En el silencio, el corazón nuestro, como el de María, vuelven a decir: “Sí, hágase según tu voluntad” Dentro de mí, lates valiente, gestando humanidad y animando sin medida. Dentro de mí, como soldado vigoroso, renuevas promesas, para lidiar batallas. Dentro de mí, fortaleces pilares, abres espacios, de esperanza y consuelo. Dentro de mí, te conviertes en Señor de horizontes. Dentro de mí, tú Jesús (David Cabrera sj)Francisco Carmona
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