Toda controversia sobre la experiencia numinosa o religiosa proviene, generalmente, más del Yo interior que, del Yo exterior. Es decir, nuestras posturas ante lo espiritual, lo sagrado, lo religioso revelan mucho de lo que nos sucede internamente. Frente a una experiencia numinosa o mística lo que sale a flote, al mundo exterior, proviene de la experiencia personal subjetiva. Para Rudolf Otto tanto como para Jung, el ser humano es esencialmente religioso; es decir, en lo profundo de la psique existe una idea, arquetipo, deseo, acerca de la Algo Mayor a lo que se desea estar unido. La desconexión con nuestro mundo interior pone en riesgo nuestra salud mental. Lo espiritual o religioso, como decidamos llamarlo, es un conocimiento interno de las cosas que tiene como objetivo ayudar a quien lo vive, lo aprende o lo busca a adquirir un mayor conocimiento de sí mismo. Estoy convencido de que la dureza de nuestros juicios hacia los demás, la inflexibilidad para aceptar nuestras imperfecciones y conductas provenientes de la sombra está más relacionado con la falta de conocimiento y aceptación de sí mismo que de haber alcanzado la iluminación o estar en la verdad. Muchas actitudes hacia los demás son más expresión de nuestros complejos, que de un proceso interior real de reconciliación con nosotros mismos y con nuestra historia personal y familiar. Lo mismo ocurre, con el afán de mostrarnos como si fuéramos moralmente superiores al resto.
Oscar Castro en el artículo el Yo interior. Reflexiones interdisciplinares escribe: “La historia, la fenomenología, la sociología y la filosofía de las religiones estudian junto a las neurociencias el proceso de integración de los aspectos emotivos e intelectivos de las experiencias espirituales y el sentido de la firme convicción consciente de la experiencia íntima. Lo anterior, nos sirve para apoyar la idea de que las experiencias místicas, religiosas o espirituales dan cuenta del orden, armonía o equilibrio que existe en nuestro mundo interior. Siendo subjetiva la experiencia mística podemos dar cuenta de su veracidad por la integración que produce de todo aquello que está disociado o fragmentado en la psique. Lo realmente místico produce salud mental. Si el resultado es confusión, desequilibrio psíquico y emocional estamos ante una inundación psíquica por parte del complejo o trauma. La experiencia numinosa viene a descubrirnos quienes somos realmente, nunca a confundirnos. Un texto sagrado del Veda (RV I, 164,37) dice: “No sé lo que soy, camino limitado por el peso de mi mente. Cuando el primer nacido del Orden (la Verdad) venga a mí tomo parte en la misma verdad”. Aquello que habita en nuestra mente es lo que termina gobernando nuestra vida y decidiendo nuestros actos. Si lo que habita en nuestra mente es el Ser, será él quien tire los hilos de nuestra vida y la conduzca hacia la Fuente donde todo lo que somos es revelado: nuestra propia trascendencia e inmortalidad. Ideas como la reencarnación, nos conectan más con la inmanencia de la vida que, con su carácter trascendente. La vida física, una vez que termina, no se repite porque su carácter es trascendente antes que, inmanente. Aquello que una vez fuimos nunca más lo volveremos a ser; en eso consiste trascender. La energía no se recicla, se transforma. El Atman, dice un texto Upanishad, “concibe la verdad, tiene por esencia el espacio, contiene todas las acciones, todos los deseos, todos los sabores, abarca todo esto, carece de palabras, es indiferente. Ese es mi Atman dentro del corazón, más pequeño que un grano de cebada, o de centeno, o de mijo. Ese es mi Atman dentro del corazón, más grande que la tierra, más grande que la atmosfera, más grande que el cielo, más grande que estos mundo”. Quien tiene acceso a su interior también lo tiene a todo lo que crea, ordena, gobierna y dirige el universo. Érase una vez un hombre sumamente estúpido, un loco, o quizás un sabio, que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que, por las noches, casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara. Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba. A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: Calzoncillos... y allí estaban. Se los puso. Camisa... allí estaba. Se la puso también. Sombrero... allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza. Estaba verdaderamente encantado, hasta que le asaltó un horrible pensamiento: ¿Y yo?¿Dónde estoy yo? Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y a buscar, pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo (Martín Buber) Jung insiste: “nadie puede desprenderse de lo numinoso alegando que es un asunto por fuera de lo racional”. Resulta que lo numinoso, lo espiritual o religioso hace parte del orden de la psique, nos conectan con las fuerzas vitales y, nadie puede quitarlo de ahí, sin asumir la consecuencia negativa que se deprende de tal acto. Las pérdidas que se asumen por desconectarnos de lo numinoso, de lo religioso, son grandes y graves. El alma desconectada de lo divino queda a merced de las imágenes que puedan ofrecerle las energías negativas provenientes del inconsciente que, al quedar desarticuladas, sin límite, intentan, de cualquier modo, encontrar algo que les de estructura, que las mantenga en el lugar que les corresponde y desde el cual puedan servir a la vida. Cuando lo numinoso es reprimido o rechazado su energía desaparece del inconsciente. La fuerza que aportan a la psique para construir el sentido de la vida y la identidad profunda deja de existir permitiendo que las tendencias inconscientes que, hasta ahora, no habían tenido la oportunidad de expresarse comiencen a hacerlo sin ninguna inhibición o límite. Así, se forma una sombra destructiva que, como dice Jung, estará siempre presente afectando la consciencia. Estas tendencias, al perder la estructura y el lugar que ocupan en la psique, salen a la consciencia con tal fuerza, que las personas terminan convencidas de estar poseídas por un demonio o haber encontrado la iluminación que los convierte en mensajeros de la divinidad o en la divinidad misma. Según la psicología profunda, cuando se abren irresponsablemente las puertas del mundo psíquico subterráneo, la enormidad y fuerza de todo lo que está ahí es de tal magnitud que, las personas pueden terminar arrastradas hacia la esquizofrenia. Muchos, actuando irresponsablemente, intentan acceder a experiencias místicas a través del consumo de sustancias que, la mayoría de las veces, lo único que logran es abrir el mundo subterráneo, donde lo que hay, en lugar de numinosidad contienen la fuerza de lo estrepitoso, de lo abrumador de lo que desorienta. Así, estas experiencias, en lugar de producir integración y reconciliación, terminan generando, desde la buena intención, una disociación mayor de la que se podría tener o experimentar antes de entrar en este tipo de ejercicios. Willigis Jagër, en el libro la ola es el mar, nos recuerda que el proceso de transformación espiritual es el resultado de un largo proceso de interiorización, de conexión con nosotros mismos y con Algo superior a nosotros. Continúa diciendo Jagër: “Hemos nacido como personas para caer en la cuenta de quienes somos en realidad, para experimentar nuestra parte divina. En eso veo yo el sentido de la vida. Existimos para devenir en seres humanos auténticos, trascendiendo nuestro Yo y reconociendo que nuestra naturaleza verdadera es la naturaleza de Dios” Que no te vea, Señor, solo en lo pobre. Que no te vea, Señor, solo en la sabiduría. Que te vea, en todo y en todos, sin hacer excepción. Que te deje entrar en mi sencilla habitación, muchas veces desordenada, sucia y vacía. Transfórmame por dentro, conduce mi corazón por el camino de la vida, una vida que se presenta apasionante, llena de Ti y de otros. Necesito de la alegría de saberte nacido, de saberte conmigo, para poder ser esperanza en medio de un mundo tan vacío de ella. Conviérteme, Señor a tu pobreza, sencillez y misericordia. Yo, te espero con mi humilde pesebre, y te lo ofrezco para que nazcas en él. Solo te pido que no dejes de mirarme. Solo quiero ver tu sonrisa de niño. Solamente, Señor, no me dejes solo (Pablo Sánchez) Francisco Javier Carmona
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