Si algo deja claro la encarnación de Dios en Jesús de Nazareth es que, para acompañar la realidad del alma es necesario hacerse frágil, estar en medio de los que se quiere acompañar; de lo contrario, es fácil caer en una actitud de superioridad. Jesús se puede hacer pastor porque conoce la fragilidad y debilidad humana y porque está dispuesto, sin ningún reparo, a acompañar a quien se encuentra extraviado no sólo a recuperar el camino, sino también, a curar las heridas que se han producido en el intento de apartarse de aquello que conduce a la vida verdadera. Cuando el alma entra en la oscuridad vive con una especie de duda permanente que no se disipa fácilmente y, cuando menos lo pensamos, nos abarca y distancia de nosotros mismos. Enseña Lola Arrieta: “La incertidumbre, propia de la condición humana, tiene efectos muy importantes: aumenta los temores y hace crecer las preocupaciones, pone presión en el trabajo, hace que las situaciones cotidianas de la vida parezcan difíciles de soportar, deja notar un cansancio atrapante, convierte el miedo y el desconcierto en una niebla densa que, en lugar de levantarse, se pega a nuestra piel haciendo que todas las vulnerabilidades posibles afloren”. En estas condiciones, las personas pueden ver cómo surge en su alma el deseo de desconectarse y morir o el deseo de conectarse y realizar plenamente la vida. Cuando hemos aprendido que, en la debilidad también hay fortaleza, cuando la incertidumbre toca las puertas del alma podemos encajarla como compañera de vida y fluir sin albergar el deseo de desconexión.
Lo que más me deprime es la absoluta vulgaridad de mi existencia. Jamás en la vida he hecho nada tan importante como para merecer la atención del mundo. Te equivocas si piensas que es la atención del mundo lo que hace que una acción sea importante, dijo el Maestro. Siguió una larga pausa. Bueno, pero es que tampoco he hecho nada que haya influido en alguien, ni para bien ni para mal... Te equivocas si piensas que es el influir en los demás lo que hace que una acción sea importante, volvió a decir el Maestro. Pero, entonces, ¿qué es lo que hace que una acción sea importante? El realizarla por sí misma y poniendo en ello todo el propio ser. Entonces resulta ser una acción desinteresada, semejante a la actividad de Dios. El Cardenal Carlo María Martini sabía, a ciencia cierta que, dentro de nosotros se libra una batalla interior con diferentes escenarios y actores. Una de las luchas más intensas es la que libra el creyente y el increyente que hay dentro de nosotros. Abrirse al misterio de Dios y acogerlo es algo no sólo desafiante, sino también profundamente asustador. Quien se abre al misterio de Dios, se ve abocado a descubrir que posiblemente lo que consideraba la fuente de su felicidad, en realidad es, la fuente de su egoísmo y narcicismo. La fe nos desafía a construir una vida basada en la autenticidad; la increencia, un modo de vivir de espaldas a Dios y creyendo que, nadie más que nosotros tenemos la razón y poseemos la verdad, está instalada en el corazón de muchos a quienes por sus palabras y comportamientos podríamos llamar creyentes. Dice Martini: “Considero que cada uno de nosotros tiene en sí un creyente y un no creyente que dialogan en su interior, que se interrogan el uno al otro, que se hacen continuamente preguntas punzantes e inquietantes. El no creyente que hay en mí inquieta al creyente que también hay en mí, y viceversa (...) ...se trata de hacer emerger las preguntas que tenemos dentro. Significa inquietar a quien cree para hacerle ver que tal vez su fe está fundamentada sobre bases frágiles, y de inquietar a quien no cree para hacerle ver que nunca ha profundizado en su incredulidad” (Cátedra de los no creyentes) En muchas ocasiones, las personas experimentan la vida como una carga pesada. Hay situaciones que, por la intensidad emocional que despiertan, nos arrastran hacia la oscuridad y se convierten, como dice Lola Arrieta, en una niebla pegajosa que, impide que veamos, que nos conectemos con la vida y con Dios. La respuesta ante cada situación depende de la sensibilidad de cada uno. Una sensibilidad alterada, deformada o enferma permitirá que sintamos como una amenaza lo que sucede a nuestro alrededor. En esos momentos, de manera especial, necesitamos que venga alguien y nos ayude a comprender lo que sucede y celebre con nosotros la vida que, siempre puede nacer en medio del dolor. Dice una canción de Ismael Serrano: “A pesar del cansancio, gritaré para que al fin me encuentres a mitad del naufragio” Cada vez que leo el relato de Emaús, pienso en todas las personas, que van por la vida buscando una palabra que traiga consuelo a sus vidas y, les ayude a comprender que, en medio de la noche una luz brilla y disipa la oscuridad. Dice la plegaria eucarística: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana. Inspíranos la palabra y el gesto oportuno ante quien se siente solo y desamparado” El desconocido de Emaús ofreció una Palabra, la Escritura, y una celebración, la Eucaristía, para que aquellos que deseaban abandonarlo todo, descubrieran que, si podemos seguir tomando la vida de Jesús es porque ¡Él está vivo! Sólo los que tienen vida puede dar y comunicar vida a quienes se les acercan. La clave para salir de la incertidumbre que nos producen ciertos eventos no está en rumiar una y otra vez los sucesos sino en reflexionar lo que pasa y lo que nos pasa. En la medida que, vamos acogiendo la vida como se manifiesta, sin pedir explicaciones que no existen, podemos comenzar a conectarnos con nuestros recursos interiores y con las posibilidades que comienzan a despertarse. En medio de la tempestad, los discípulos gritan pidiendo a Jesús que intervenga, aprenden que si se dejan tomar de la mano de Jesús nunca van a naufragar. La mano que Jesús hoy nos ofrece es su Palabra y la Eucaristía. Además de la compañía de seres que, encuentran en acompañar a otros la luz de sus vidas y la forma de entregar su amor al mundo. En medio del camino, que nos lleva a distanciarnos de nosotros mismos, podemos encontrar al desconocido que nos alienta y ayuda a comprender e iluminar nuestra vida. La incertidumbre desaparece cuando podemos celebrar el Misterio de la Presencia. El miedo nos hace mirar hacia el pasado o huir hacia el futuro, nunca permite que estemos en el presente. Estar presentes es la forma de manifestar que nos tomamos la vida en serio. La presencia nos permite incrementar la consciencia, compartir los relatos de nuestras búsquedas construir juntos el camino y, de manera especial, conectar el corazón y confiar en el Dios que actúa trayendo luz y esperanza. Señala Lola Arrieta: “La Presencia siempre acompaña y nunca abandona. Esta ahí, haciendo la travesía con nosotros tanto en las nieblas de cada día como en las noches interminables”. Celebrar la resurrección es abrir el corazón a la experiencia de que Dios nunca nos deja solos con nuestros asuntos. El camino sube, Señor, se acerca mi destino. Pero cada día es un día nuevo. Cada día hay pendientes, está el sol, está el cielo, existen nuevos retos, dificultades, cansancios, nuevas personas. El camino sube y hay que adaptarse, respirar, es necesario sentir la fuerza y el esfuerzo de las piernas, hay que saber descansar. El camino sube y la gente te saluda y te da ánimos. El camino sube y hay veces que estás solo. El camino sube, pero cada día siento de nuevo la frescura de la mañana, el calor del sol, la fuerza y la energía que me das, Señor. El amor de tanta gente me ayuda a lo largo del camino. El camino sube, pero no me siento solo. Doy tantas gracias porque empecé buscándote a ti, Señor. Que este camino sirva para los demás, para aprender a querer mejor, acompañar mejor. Aproximarme un poco más a ese Dios que descubro en la misericordia, amor que desciende, amor que se hace luz para los que están en la oscuridad. Amor que es bondad, que es comprensión. El Amor tan y tan grande acompañándome en tantas circunstancias. Así que el camino se hace subida, pero yo cojo los palos, las piernas, la mochila de nuevo y cojo la subida que toca, al igual que la bajada que voy recibiendo en cada instante, con nuevas fuerzas todos los días (Alexis Bueno, sj) Francisco Javier Carmona
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