En algún momento de su vida, El autor de Madame Bovary, Gustav Flaubert, escribe: “Dices que me analizo demasiado pero a mí me parece que no me conozco lo suficiente; cada día descubro algo nuevo. Viajo por dentro de mí como por un país desconocido, pese a haberlo recorrido ya cien veces”. En otro lugar, el mismo autor señala: “El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He aquí porque se nos escapa el presente”. Otro autor, san Agustín dice: “Dios mío, los hombre te consultan sobre lo que quieren oír, pero no siempre quieren oír, lo que Tú les respondes. El buen siervo tuyo es aquel que no se empeña en oírte decir lo que a él le gustaría, sino que está dispuesto a oír lo que tú digas”. Hace poco, en constelaciones familiares, encontré a una mujer que lleva 53 años casada. Según ella, quería constelarse para superar el dolor que llevaba en su corazón, por lo experimentado en los años en que su esposo fue infiel. En la constelación fue apareciendo una niña de seis años caprichosa. La mujer al verse, dijo: ¡esa soy yo! Después, apareció una joven, igualmente caprichosa: de nuevo, la mujer dijo: ¡Esa, soy yo! Al final, apareció una mujer adulta haciendo berrinche. De nuevo, la mujer dice: ¡Esa, soy yo! El hombre todo el tiempo repetía: “¡Yo estoy aquí, la miro y espero a la mujer!” de nuevo, la mujer dice: “Esas, son las palabras de mi esposo!”. Finalmente, la mujer dice: “todos estos años, los dedique a hacerle reproches a mi esposo, estaba convencida que, si ponía problema, mi esposo iba a estar ahí y no iba a tener la mínima posibilidad de mirar a otra mujer”. Al parecer, ella pensaba que, al molestar al esposo, si venía otra mujer su respuesta iba a ser: para que me molesten la vida, ya tengo suficiente con mi esposa, gracias, no me interesa. Pues bien, esta lógica nunca resultó como la mujer imagino. Lo curioso es que, al finalizar el ejercicio, la mujer dice: “¡No me voy contenta, no era lo que yo esperaba!” Cuando le digo: “Usted, esperaba que dijéramos: “¡su esposo es un desgraciado y una bestia que no sabe valorar lo que tiene!” Ella sonríe y dice: ¡Sí! Ciertamente, Señora su esposo ha obrado inadecuadamente. Ninguno de los dos ha puesto de su parte para construir una relación de pareja como adultos y, así es muy difícil y doloroso. Ambos han tenido que sufrir mucho. Ella asiente y añade: “Él se volvió un hombre muy dedicado y amoroso, ¡yo no sé qué hacer con un hombre así!”
Había una vez una planta muy joven en la que se ponían grandes esperanzas. Tenía exactamente cuatro hojas. Cuatro bonitas hojas, resplandecientes al rocío y al sol. Un día las cuatro hojas tuvieron una reunión. Una dijo que su vocación clara consistía en permanecer unida al naciente arbolito, pero que en lo sucesivo había decidido prescindir del agua. Cuestión de proyecto personal: Que sus compañeras estudiasen el asunto y una vez entendido respetaran su libertad. Las otras tres hojas estaban repletas de buenas disposiciones y decidieron aceptar lo que su compañera les pedía. Se instaló un ingenioso sistema de paraguas: con el buen tiempo el paraguas se cerraba y se abría en cuanto amenazaba lluvia. Y he aquí que el arbolito tan prometedor dio signos de languidez y murió. Cada hoja fue llevada por el viento a un sitio distinto. ¿Qué se podía haber hecho? ¿Pedir a la hoja que no quería agua que se marchara a otro sitio? ¿Llegar a un compromiso? Añadió el Maestro: Hay grupos en que para respetar la libertad de uno, no se respeta a los otros. Y, finalmente, termina muerto todo el grupo. En muchas ocasiones, he visto gente despedirse de Ananké porque han escuchado algo que no querían admitir que estaba pasando en sus vidas. Muchos, van al desierto para escuchar a Dios y, sin embargo, cuando les dice algo que no se acomoda a sus expectativas, a su victimismo, se enojan y, eligen quedarse en el Desierto a esperar sí, en algún momento, Dios cambia de parecer y les dice, lo que ellas quieren escuchar. El desierto sin deseo de transformación según el deseo y el corazón de Dios, puede terminar en la muerte de nuestro ser interior. Ir, hacia dentro de nosotros mismos, nunca será suficiente, cuando el dolor, la negación y la resistencia, en lugar de ceder espacio, se arraigan en nuestro corazón. No se trata de tener un Dios a nuestra medida sino de ser seres humanos según el corazón de Dios. Cuando aprendemos a conocer el espíritu interior que hay en nuestro corazón también experimentamos la necesidad de abrirnos a nuevas formas de relación con nosotros mismos y, con todo lo que hace parte de la cotidianidad. Así, es como podemos llegar a ser seres que escuchan, consuelan, prestan ayuda, actúan solidariamente, oran por los demás y, hacen lo que está a su alcance por mantenerse en el camino del Amor que, entre otras cosas, coincide plenamente con el camino de Dios. Señala Villaume: “Cuando nos acogemos como somos, sin pretender cambiar nada pero sí, interesados en sanar y desarrollar nuestro ser auténtico podemos ser como los monasterios en medio de la ciudad, lugares que recuerdan, una y otra vez que, lo esencial está en el interior”. Estamos invitados a ser en el corazón del mundo, el símbolo del corazón de Dios. Lo anterior significa, según la espiritualidad del Desierto, que podemos vivir en medio de lo que afana a todos, sin perder el centro de la vida. Más importantes que los aplausos y el reconocimiento, es vivir según lo que podemos cultivar en el interior, cuando entramos en contacto con lo que realmente somos, sin máscaras, sin necesidad de aprobación, sin afán de aplausos. A dónde vamos podemos llevar la experiencia de Dios que fortalece el corazón y permite que seamos auténticamente nosotros. Dice un refrán: a dónde vamos, nos llevamos. Si el desierto es un lugar para experimentar la cercanía amorosa de Dios, ese será, al final de cuentas, el equipaje con el que iremos por la vida. Siguiendo las instrucciones de Foucauld podemos decir: Tu Desierto está ahora en la ciudad […] En el corazón del Desierto, personas que creen en Dios, crean un oasis con el esfuerzo de la oración, del conocimiento de sí mismos, la entrega generosa a su servicio, con el trabajo que hacen por transformarse y transformar las visiones erradas de sí mismos y de la vida. Cuando el agua brota y sabemos reconocer su Fuente podemos acercarnos con confianza, beber, sentir la Gracia que otorga y, además, compartirla con otros que, igual de sedientos a nosotros andan perdidos en sus soledades, angustias, frustraciones y expectativas. En el Desierto, dice Foucauld, aprendemos la santa hospitalidad: cuando encontramos a uno que tiene sed, le ofrecemos agua; si está herido, curamos sus heridas y, si está cansado, le ofrecemos nuestro corazón como lugar donde puede sentirse acogido y tomar fuerza para continuar. Señor, Señor, ¿por qué te escondes de mí de esa manera? Te llamo con todas mis ansias. Te busco en todas direcciones. Grito desesperadamente hacia Ti. Me ofrezco a Ti por entero...¿Qué más quieres? ¿Acaso vas a negarte indefinidamente a escucharme? Hijo mío, deja de agitarte de ese modo. ¿Cuándo vas a comprender que no eres tú quien me busca, sino Yo quien te llamo desde siempre; que no eres tú quien me ora, sino Yo quien intenta sin descanso hacerme oír por ti; que no eres tú quien me desea, sino Yo quien aspira a ti infatigablemente; que no eres tú quien me llama, sino Yo quien, día y noche, llama a tu puerta? Tus ruegos y tus súplicas no son sino respuesta a las que yo te dirijo. Y es que el hambre que tienes tú de Mí jamás podrá compararse al hambre que Yo tengo de ti. La sed que tienes tú de Mi agua no se aplacará jamás si no aprendes, en el silencio a venir a beber de Mi fuente sin desear ninguna otra..(Rezandovoy) Francisco Javier Carmona
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