Thomas Moore, autor del libro el cuidado del alma, señala que la pérdida del alma es el gran mal del Siglo XX. Este autor afirma: “La pérdida del alma se manifiesta en forma de obsesiones, adicciones, violencia y pérdida de sentido”. Frente a este hecho, podemos constatar la escasez que existe de especialistas en el alma que nos ayuden a tratar con sabiduría nuestras necesidades, los cambios que experimentamos, el dolor emocional y los síntomas que, van apareciendo en el día a día, reclamando nuestra atención por lo esencial. Es difícil encontrar quien nos ayude a entender que, la satisfacción, el placer profundos y la coherencia interna entre lo que somos realmente y lo que hacemos es fundamental para el bienestar del alma. Cuando se habla de cura del alma, de inmediato, nos vemos remitidos a la labor del sacerdote que, a través de los sacramentos hace posible que nuestra fe y unión con Cristo se mantenga vital cada día. El problema está en que, al hacerse de forma institucional, el cuidado del alma se ve sujeta al cumplimiento de normas, de un código de derecho. Al final, la experiencia que es para muchos termina siendo casi exclusiva de unos pocos; de los que cumplen las normas, aunque se corazón, esté puesto en otras cosas. Muchos creen que, llevan a Cristo porque son fieles en el cumplimiento de las normas aunque, para el amor, el perdón, el servicio y el respeto por la vida del otro, sean indiferentes. La autoaceptación es el signo más claro y evidente de qué estamos en conexión con el alma.
Bert Hellinger nos recuerda que, en constelaciones familiares se puede ver como los representantes son tomados por un fuerza que viene más allá de sí mismos y, a través de la cual se puede conocer una información, que va más allá de los órdenes del amor. Cuando se siguen esos impulsos, dice Bert Hellinger, nos encontramos confrontados con situaciones nuevas y movimientos nuevos. En esta dinámica se aprende que, si contemplamos los movimientos del alma, podemos aprender a caminar junto a ella y a entrar en contacto con las fuerzas que nos llevan a la realización del destino. Así es como, dice Bert Hellinger, la cura del alma adquiere un carácter diferente y se convierte no sólo en asunto terapéutico sino también profundamente espiritual. Recordemos que, por su misma naturaleza el alma es espiritual y religiosa. A través de las constelaciones familiares he aprendido que los individuos no dependemos sólo de nuestros padres. Todos nacemos siendo hijos; sin embargo, las circunstancias que ocurren a diario en la vida, sirven para que, tomemos un lugar diferente al nuestro y, aunque no seamos del todo conscientes, busquemos pertenecer y mostrar nuestro amor hacia el sistema familiar. Los padres no son los únicos que influyen en nosotros. Podemos estar influenciados de muchas maneras. Podemos estar implicados en destinos de otros miembros de la familia, incluso sin conocerlos, sin ser conscientes. Dice Bert Hellinger en Religión, psicoterapia y cura de almas: “Así, por ejemplo, una hija imita a la hermana de la madre, despreciada por el resto de la familia, porque se quedó soltera para cuidar a sus padres. También ella renuncia al matrimonio para cuidar a sus padres, sin que ni ella ni nadie más de la familia se dé cuenta del contexto. Otro ejemplo sería el de un hijo que siente el anhelo irresistible de suicidarse. Sólo a través de una Constelación Familiar surge que su padre desea seguir a la muerte a sus camaradas que cayeron en la guerra, y que su hijo, interiormente, dice: Yo me muero para que tú, querido padre, te quedes. Aquí se evidencia que los miembros de una familia se encuentran unidos por un alma común, y que también son dirigidos por ella. Este alma familiar se rige por unos órdenes que en su mayoría permanecen ocultos para los miembros de la familia. Nosotros los percibimos por sus efectos: los efectos fatales y las suertes trágicas son consecuencia de una infracción de estos órdenes, aunque sea a un nivel inconsciente. Los efectos positivos resultan del acatamiento de estos órdenes”. El cuidado del alma exige que los vínculos que tenemos sean sanos. En la medida, que nuestros vínculos enferman, también enferma el alma que, precisamente, se nutre de los vínculos. El bienestar emocional es la base sobre la cual se construye la salud mental. La enfermedad mental es la expresión del desorden emocional en el que comenzamos a entrar porque las relaciones se vuelven difíciles. Las dificultades en los vínculo comienzan a evidenciarse debido a la incapacidad para aceptarnos como somos y, en consecuencia, aceptar al otro, a lo que sucede y a la vida como es. La salud del alma depende, en gran medida, del Sí amoroso que somos capaces de darle a la vida. Dice Thomas Moore: “Jung, uno nuestros más recientes médicos del alma, decía que todo problema psicológico es en última instancia un asunto religioso”. Pues bien, si lo vínculos enferman y, con ellos también enferma nuestra mente, podemos decir, sin ningún temor, que la causa de dicho malestar se encuentra en una distorsión de nuestra relación con Dios, con aquella fuerza de donde brota no sólo el sentido de la vida sino también la fuerza para ir hacia nuestro destino con libertad y caminando en la verdad profunda de nuestro ser. Una espiritualidad sin formación puede llegar a ser tan nociva como un antibiótico ingerido o aplicado sin la debida autorización médica. De una espiritualidad semejante nacen los dogmatismos, los comportamientos radicales, compulsivos e incluso violentos. La experiencia religiosa o espiritual tiene su origen en la experiencia del Ser. La religión o espiritualidad representan, según Willigis Jäger, la consciencia que puede lograr un individuo de sentirse parte de la creación y de su proceso evolutivo. El que tiene consciencia de sí mismo, sabe que hace parte de algo más grande, llamado evolución. Según Jager nadie puede vivir al margen de la creación. El rechazo a Dios obedece más a un conflicto psicológico antes que, a un desarrollo auténtico de la consciencia. Continúa señalando nuestro autor: “No existe ninguna divinidad separada de la creación”. A lo anterior añado, no hay una verdadera consciencia de la creación, allí donde se excluye a Dios. El que tiene consciencia de su existencia sabe que ésta es dada. En este sentido, todos somos dependientes de algo mayor y externo a nosotros mismos. Lo más bello es que, sólo accedemos a conocer ese Algo más grande, entrando en nuestro corazón. ¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendemos, aunque se nos haya tratado injustamente? ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa, y cuando el silencioso perdón era aceptado como evidente? ¿Hemos obedecido alguna vez no por necesidad o porque de no obedecer hubiéramos tenido disgustos, sino sólo por esa realidad misteriosa, callada, inefable, que llamamos Dios y su voluntad? ¿Hemos hecho algún sacrificio sin agradecimiento ni reconocimiento, hasta sin sentir ninguna satisfacción interior? ¿Hemos estado alguna vez totalmente solos? ¿Nos hemos decidido alguna vez sólo por el dictado más íntimo de nuestra conciencia, cuando no se lo podemos decir ni aclarar a nadie, cuando se está totalmente solo y se sabe que se toma una decisión que nadie le quitará a uno, de la que habrá que responder para siempre y eternamente? ¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos empujaba una ola de entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse con Dios ni confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece que uno va a morir de ese amor, cuando ese amor parece como la muerte y la absoluta negación, cuando parece que se grita en el vacío y en lo totalmente inaudito, como un salto terrible hacia lo sin fondo, cuando todo parece convertirse en inasible y aparentemente absurdo? ¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando aparentemente sólo se podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y aniquilarse a sí mismo, cuando aparentemente sólo se podía cumplir haciendo una tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos para con un hombre cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión, y sin que fuéramos recompensados tampoco con el sentimiento de haber sido desinteresados, decentes, etc.? Busquemos nosotros mismos en esas experiencias de nuestra vida, indaguemos las propias experiencias en que nos ha ocurrido algo así. Si las encontramos, es que hemos tenido la experiencia del Espíritu a que nos referimos (Karl Rahner, sj) Francisco Javier Carmona
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