Los seres sensatos comprenden, en algún momento de su vida, que no pueden quedarse viviendo para siempre dentro de la constelación familiar, en el argumento o guión de vida que, en un determinado momento, construyeron para iniciar el viaje heroico del Ego. Hace poco, un consultante manifestó que estaba acompañado por un profundo sentimiento de inutilidad. Según él, estaba descubriendo que, las cosas que había hecho y alcanzado a sus cincuenta años parecían más humo que, algo verdaderamente auténtico. Cuando estos sentimientos aparecen, muchos huyen y se refugian en la depresión, en el alcohol, en la obstinación. En lugar de aceptar el llamado de la vida, se cierran a ella. La psicología profunda nos enseña que la vida tiene dos momentos. El primero es el tiempo del Ego. Nos empeñamos en construir un lugar en el mundo, en ser reconocidos familiar y socialmente. Tener una buena imagen, cumplir expectativas ajenas y alcanzar algunas metas son el objetivo principal. Durante este período tomamos fuerza de nuestras heridas de la infancia. El abandono, el rechazo, la injusticia, la traición, la humillación y la desvalorización nos dan la gasolina que necesitamos para movernos bien sea en la dirección del progreso o del estancamiento. Los reclamos hacia nuestros padres resultan necesarios para tomar distancia de ellos. Algunos logran la individuación; otros, en cambio, se quedan unidos a ellos desde la dependencia simbiótica. La vida se encarga de poner fin a este período a través de la crisis, la enfermedad, el conflicto o la desilusión.
En la Biblia, para el llamado de la vida a salir del Ego y comenzar el viaje de regreso al santuario interior, al lugar donde arde el fuego que nos conecta con la divinidad, se utiliza la imagen de los 40 años o 40 días. Moisés tuvo dos etapas en su vida. La primera etapa fue en la corte del Faraón. La herida de infancia fue el rechazo. Durante este período de la vida aprendió las costumbres de la corte y la ciencia del pueblo egipcio. El asesinato del egipcio, el miedo a ser acusado y perder la vida, lo llevan al Desierto. Cuando su alma ha logrado entrar en contacto consigo misma aparece la Zarza ardiendo. El llamado a liberar al pueblo de la esclavitud da inicio a la segunda etapa de la vida. Para la otra mitad de la vida necesitamos un corazón generoso y dispuesto a amar en libertad. Para realizar la vocación es necesario ser sumamente generoso y, eso sólo se logra, con un corazón reconciliado. Hablando sobre las dialécticas del viaje de la vida, Joan Garriga dice: “una de las mayores dialécticas del viaje heroico de la vida se articula entre los deseos de nuestro yo personal, repleto de subidentidades construidas al hervor de nuestra narrativa personal, que parece que nos dan coherencia e identidad configurando el paisaje de nuestra alma gregaria, y el deseo o voluntad de la vida. Esta es soberana y parece tener propósitos o planes un tanto distintos de los personales. Cuando la vida nos frustra, duele o simplemente no nos complace, a veces se caen ciertas pretensiones y se abre una puerta al Alma Grande o al Ser, más vacío o esencial”. El ser humano sensato sabe que, cuando las cosas dejan de fluir, la vida nos está invitando a iniciar la marcha hacia nuestro santuario interior. A la hora de iniciar la peregrinación resulta conveniente conocer nuestro yo personal que está compuesto, entre otras cosas, por nuestros instintos, a veces oscuros y nuestras pasiones, a veces, un tanto desordenadas. El desconocimiento del Yo personal puede hacer que este nos tiranice y haga que la dirección de la vida, en lugar de estar orientada hacia el santuario interior, termine dirigiéndose hacia la complacencia, la vanidad y la autosatisfacción del Ego. En el proceso de ir hacia nuestra casa, al reencuentro con nosotros mismos y con Dios, es importante saber integrar, asentir, y procesar aquello que la vida nos trae y hace que todo sea diferente a lo que personalmente anhelamos y proyectamos. Sin este conocimiento, nuestros esfuerzos pueden quedar a la deriva y el alma sin un rumbo especifico. El peregrino que hizo el camino para conocer su Yo personal aprende que el secreto de la identidad profunda está en el amor y la misericordia. Dice Thomas Merton: “Nunca podremos hallarnos a nosotros mismos si nos aislamos del resto de la humanidad como si fuéramos seres de otra clase o naturaleza”. No es sintiéndonos diferentes como alcanzamos el verdadero propósito de la vida y de nuestro peregrinar en ella. El peregrino comparte con otros su camino y, también su experiencia, sabe que lo anima el mismo motivo que sus acompañantes y también permanece vigilante a la voz interior de su corazón que es la única que le revela cuál es la esencia única de su búsqueda. En todas las religiones y culturas se habla de la peregrinación. Ponerse en camino es la forma de expresar la conexión con la propia esencia. A veces, en la búsqueda de nuestra realización e independencia podemos llegar muy lejos. Un joven pidió la herencia a su padre y, después de malgastarla en excesos, termino cuidando cerdos y robándoles la comida para poder sobrevivir. Este joven llego muy lejos, terminó tiranizado por el deseo de tomar la vida en sus manos. Se trata de ir hacia nuestro centro profundo, no de alejarnos de nosotros mismos hasta el punto de perder la consciencia sobre quienes somos y a qué estamos llamados en la vida. El peregrino es aquella persona que, tomando consciencia de sí mismo desea habitar en el santuario de su ser donde también está presente la divinidad. Señor, que vea… que vea tu rostro en cada esquina. Que vea reír al desheredado, con risa alegre y renacida. Que vea encenderse la ilusión en los ojos apagados de quien un día olvidó soñar y creer. Que vea los brazos que, ocultos, pero infatigables, construyen milagros de amor, de paz, de futuro. Que vea oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma. Que vea cómo la dignidad recuperada cierra los infiernos del mundo. Que en otro vea a mi hermano, en el espejo, un apóstol y en mi interior te vislumbre. Porque no quiero andar ciego, perdido de tu presencia, distraído por la nada… equivocando mis pasos hacia lugares sin ti. Señor, que vea…que vea tu rostro en cada esquina (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|