Nadie logra conservar la consciencia sobre sí mismo sino permanece en el amor. Cuando nos apartamos del amor aparece, casi de inmediato, la confusión sobre nosotros mismos, sobre lo que anhelamos en la vida y sobre el sentido que tienen las relaciones y la existencia misma. En el amor podemos ser, por fuera del amor, se diluye el sentido de nuestro Yo y la consciencia se distorsiona. Dice la canción de Fernando Leyva: “Y algunos dicen que aman, y no quieren perdonar, y otros dicen que aman y no saben escuchar. Y yo que digo que amo, y la caridad se me olvidó ¿Por qué decimos que amamos, si no es amor?” Jesús nos enseña en qué consiste el amor. Dice el Evangelio de san Juan: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”. El amor no calcula, tampoco exige sacrificios y, de manera especial, respeta el destino propio y del otro. Por eso, cuando Pedro intenta invadir a Jesús, de inmediato, Jesús pone límites: “¡Apártate de mí Satanás!”. El amor da espacio a la autonomía y representa un esfuerzo serio por superar la simbiosis. Donde las personas no logran la individuación satisfactoriamente, terminan asumiendo como propios los enredos afectivos de los demás.
La permanencia exige dos cosas: la primera, estar presentes. La segunda, vivir en la consciencia de unidad. Lo anterior implica, dar los frutos correspondientes a la vida en Cristo. Dice la canción de Fernando Leyva: “Algunos dicen que aman y en su corazón no hay compasión. Y otros dicen que aman, y aún en su ser hay rencor. La caridad se me olvidó”. El estado de presencia implica mantener la mente atenta a la actividad que se está realizando en el momento presente. Cuando nos distraemos, nos ausentamos. La ausencia nos revela que, nuestro corazón está inquieto. En esos momentos, es necesario recuperar la concentración y volver a lo que se estaba haciendo, sintiendo, reflexionando, elaborando. Un hombre se dirigió a Zainulabidin diciéndole: Te reconozco como mi guía y maestro, y te suplico que me permitas aprender de ti ¿Por qué crees que soy guía y maestro? El recién llegado respondió: He buscado durante toda mi vida y nunca he encontrado a nadie con tal reputación de bondad, afecto y excelente apariencia. Zainulabidin lloró y le dijo: ¡Querido amigo, qué cosa tan frágil es el hombre, y en qué peligro está! La reputación y las acciones que me atribuyes las comparto con algunas de las peores personas en el mundo. Si todos los hombres juzgan sólo por las apariencias, todo diablo será considerado un santo, y todo hombre superior podría ser visto como un enemigo de la humanidad. La oración es una de las formas de cultivar la relación íntima con Jesús. En la medida que, crecemos en el espíritu de oración, también crecemos en la consciencia de unidad con Jesús y con el Padre. Al respecto, escribe un autor: “Una clave para progresar en la oración es cultivar el presente y permanecer en él, y el modo para situarse ahí es volver sobre los sentidos. Dios no sólo habla en los pensamientos, también lo hace en los sentidos y nuestro cuerpo. Por aquí crece esta propuesta de oración. Por ir cuidando la capacidad de sentir, de ser consciente de todo lo que ocurre dentro y fuera de uno, por buscar ese silencio que está habitado, esas formas, luces y colores que nos abren a un mundo vivo y lleno de posibilidades” Otro autor comenta: “Con mucha frecuencia vivimos excesivamente en nuestras cabezas; vivimos tanto en los pensamientos y fantasías que emergen, que no nos hacemos conscientes de la actividad de nuestros sentidos. Y eso nos sitúa en el pasado o en el futuro”. Es muy difícil permanecer, estar centrados y concentrados cuando nuestra mente está en el futuro. En consulta, he visto que, las personas que viven en el futuro, que se sumergen en el mundo de sus fantasías y ensoñaciones, están presas de una duda enorme sobre lo que están viviendo. Cuando nos sentimos desbordados por el presente, aparece la evasión como mecanismo de sobrevivencia y una forma de disminuir la angustia que nos está produciendo el momento presente. De vez en cuando, es lógico y, por decirlo de alguna manera, estar ausentes. Hay momentos, en los que el alma pesa y es necesario ausentarse de los demás, del trabajo, de los compromisos y darse el permiso de respirar soledad, silencio y recogimiento. No siempre estamos con las fuerzas y la energía a tope. Cuando estas cosas suceden, es el tiempo de ir al desierto, al lugar seguro, donde el alma pueda sollozar, dejarse caer y, a la vez, permitir que venga Dios y con su amor nos sane. Acaso, no nos dijo Jesús: “¡vengan a mi todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviare!” No siempre podemos solos con todo. A veces, es necesario dejar las cargas en las manos y en el corazón bondadoso de Dios. Escribe un colaborador de rezandovoy: “La vida es difícil e incierta. Cuando hay salud, falta el amor y cuando hay amor, escasea el dinero. Esto, normalmente, no va a gusto de consumidor. En la vida hay muy pocas seguridades y en muchas ocasiones tocará caminar a ciegas, sin saber muy bien a dónde ni cómo se va. Hay pasados que pesan y futuros que asustan. Cargamos heridas y cicatrices. Pero esto no significa estar atravesando una mala racha. Esto significa estar vivo, acoger humildemente nuestra posición de criaturas en el Universo. La vida es eso que pasa mientras tú estás bien, mal o regular. La vida no espera a que lo tengas todo claro ni de tu parte para seguir su curso. La vida es siempre hacia adelante, no nos podemos parar. ¿Está bien no estar bien? Sí, claro. Permítetelo alguna vez y aprende de ello. Pero no te duermas en los laureles esperando, como canta Rosana, a que pinte la ocasión, que la vida son dos trazos y un borrón”. Cuando el deseo de no estar, de ausentarse, esté ganado terreno en el alma, es necesario volver a poner en el Corazón y en la mente las palabras de Jesús: “Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer”. Que la consciencia de unidad, antes que la consciencia de separación, sea la que guíe nuestros pasos por el camino de la paz. Quisiera un corazón bueno, con el sabor del buen pan. Un pan que esté en la mesa de todos, que sólo sepa a fraternidad. Dámelo, dame un nuevo corazón y en la palma de tu mano guárdalo y repártelo. Quisiera un corazón limpio, como un pozo de verdad que ni se cierre, ni aturda, que no pretenda nunca engañar. Quisiera un corazón libre, sin atarse y sin atar que deje atrás lo que pesa, que nunca busque hacerse notar. Quisiera un corazón pobre, que no intente acumular. Un corazón que luche y tenga esperanza, que esté dispuesto siempre a arriesgar (Rezandovoy)Francisco Carmona
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