Jesús dedicó toda su vida a revelarnos cómo nos ama Dios. También enseñó la forma cómo podemos amarnos los unos a los otros. Jesús siempre puso su atención en el corazón del ser humano, porque éste anhela amar y ser amado. Un anhelo que, la mayoría de las veces, termina en frustración. Cuando esto sucede, el alma comienza a buscar formas neuróticas de alcanzar la satisfacción. Intentando alcanzar el amor de manera inadecuada es como el ser humano termina perdiéndose a sí mismo. Estamos destinados a la plenitud. El sistema de creencias y las falsas imágenes sobre la felicidad, la plenitud, la relación de pareja y la propia identidad pueden terminar esclavizándonos. Un hombre tenía una finca cruzada por un río. Cerca de la orilla había una cabaña donde pasaba la primavera. El cauce bajaba cargado de agua del deshielo de las montañas. Habitaba por aquellos alrededores toda clase de pajarillos que convertían la mañana en un agradable concierto. Al llegar el verano el río disminuía su caudal y el hombre marchaba a otro lugar donde poseía una casa más confortable. Una primavera, al volver a la cabaña de la ribera, observó que el nivel del agua había aumentado considerablemente. El hombre aprovechó la oportunidad y construyó un canal para que el agua llenara un hermoso estanque. Podría permanecer más tiempo junto al río disfrutando de la paz y la frescura que se respiraba junto al estanque. Un día al despertar comprobó que el nivel del agua subía y subía. Sin pensarlo mucho se puso manos a la obra y comenzó a construir un dique para que el río no lo invadiera todo. Quería conservar su tranquilidad. Pasaba los días y las noches vigilando el río. Aquel lugar de paz se convirtió en una carga. Necesitaba controlarlo. Tantos días estuvo trabajando que, derrotado por el cansancio, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía, el río aumentó tanto su caudal que rebasó por completo el dique. Todo quedó inundado. El sueño de aquel hombre por convertir su finca en un rico jardín parecía haberse roto. Pasaron tres días y el agua comenzó a descender. Al volver el río a su cauce brotaron miles de flores. Ese verano los árboles dieron frutos más grandes y sabrosos que nunca. El hombre comprendió que hay fuerzas contra las que no se puede luchar. Desde entonces vivió en la cabaña y miraba al río de otra manera. Comprendió que era imposible modificar su cauce. Nunca más intentaría controlarlo. Dejando al río ser río encontró la paz verdadera.
Cada miembro de la pareja tiene delante de sí la tarea de vivir siendo él, antes que intentar ser como el otro desea y, sólo con el objeto de encajar en un modelo ideal de pareja. Lo que imaginamos que debe ser la pareja tiene que servir como un motor que impulsa a ir hacia adelante. En muchas ocasiones, la imagen de pareja termina inundando la psique de uno de los miembros de la pareja. cuando esto sucede, el otro miembro termina sufriendo las consecuencias. Muchas separaciones, que podrían evitarse, se dan porque el corazón, en lugar de amor, se llena de soberbia y se presiona de tal manera al otro para que deje de ser él y se dedique a complacer las expectativas infantiles de quien, aparentemente, muy seguro de sí mismo dice: “Sí no es así, entonces no quiero nada”. Actualmente, psicólogos expertos en psicología social, identifican seis arquetipos de comportamiento amoroso. Antes de describirlos, recordemos lo que es un arquetipo. Según la psicología profunda de Carl Gustav Jung, los arquetipos “representan patrones de comportamiento, una especie de imágenes universales que forman parte de lo que llamó el inconsciente colectivo”. A veces, estos comportamientos son sanos, pero también pueden ser enfermos y hasta autodestructivos. Los primeros, se reconocen porque empoderan al ser humano, llenan de dinamismo y alegría la existencia cotidiana. Los segundos en cambio, paralizan, estresan, angustian y vuelven inestable la relación. En la psicología profunda se enseña que, cuando enferma el arquetipo, el sufrimiento se vuelve inevitable. La incapacidad para sanar el patrón o la imagen nos vuelve neuróticos. Para la psicología profunda y el alma, la herida es el desorden. Allí donde hay desorden el alma, la psique y el espíritu enferman. Cuando la idealización entra en la relación de pareja, ésta no tiene otra alternativa que enfermar para revelarnos que, el camino que emprendimos no corresponde a la identidad profunda de la pareja, a su centro vital y, menos aún, al propósito de su existencia. La pareja se cura cuando es capaz de poner en el corazón aquello que es fundamental para vivir en el amor. He visto que, la pareja comienza en la atracción sexual y, perdura en el tiempo, cuando a pesar de todas las vicisitudes de la vida, las personas son capaces de amarse y respetarse. La fidelidad, en realidad, es un acto de amor propio y de respeto a sí mismo. Sólo quien es capaz de sentir aprecio por su alma y se interesa en su cuidado comprende que, el otro, con el que se comparte la vida y el destino, merece el mismo amor y respeto. Recordemos la invitación de Jesús: “Permaneced en mi amor, así como yo permanezco en el amor del Padre”. Para permanecer en el amor es necesario guardar en el corazón y observar, día a día, los mandamientos del amor. El apóstol san Pablo define claramente cuáles son los mandamientos del amor en la primera carta a los Corintios, en el capítulo trece. Dice el apóstol: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios; si poseo todo conocimiento, si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, si entrego mi cuerpo para tener de qué presumir, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue. Pero las profecías cesarán, las lenguas terminarán y el conocimiento se agotará. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido”. El primer tipo de comportamiento amoroso es, aquel donde el amor es un juego. Este tipo de comportamiento evita el compromiso. Juega con las expectativas del otro. En este tipo de comportamiento, lo importante es la conquista, una vez que se logra, se pierde el interés y la persona desaparece, dejando al otro con el dolor de la frustración. En muchas ocasiones, estas personas tienen varias parejas a la vez. El segundo tipo de comportamiento lo llamamos “busco un compañero”. Las personas comprenden el amor de pareja como una forma evolucionada de la amistad. Por esa razón, se vuelve importante que el otro comparta gustos, intereses y nivel de compromiso. Si no es así, entonces no vale la pena estar juntos. El tercer comportamiento está centrado en la pasión y en la atracción física. Es un amor basado en la atracción física y en el goce sexual. Se dice que, si no hay belleza y conexión sexual no tiene sentido estar juntos. Este tipo de comportamiento es un estereotipo del amor romántico. Los tres primeros tipos de comportamiento son los que más se destacan, por ejemplo en la consulta y en los ejercicios de constelaciones familiares. Después están los otros tres tipos de comportamientos que podemos considerar como un grupo secundario. El cuarto tipo de comportamiento es el del amante. Es el comportamiento donde la persona amada está por encima de los propios intereses. En este tipo de comportamiento, se le exige al otro que deje sus cosas para que esté, junto a nosotros, compartiendo nuestros gustos o viendo la televisión toda la tarde. Si el otro nos dice que tiene cosas qué hacer, de inmediato, aparece el reclamo: “me estás dejando solo(a); así es mejor estar solos”. El chantaje y la manipulación están a la orden del día. El quinto comportamiento es el controlador. Se cree que, el otro es feliz si estamos a su lado todo el tiempo, si le ayudamos en sus tareas, si estamos al tanto de todos sus asuntos. El control está al orden del día. La pareja necesita saber qué tiene el otro y cualquier movimiento autónomo se lee como un acto sospechoso. Las personas que están dentro de este comportamiento idealizan el amor y creen que, vivir el amor de esta forma, es sumamente romántico. Por último, está el comportamiento pragmático. En este tipo de comportamiento la persona presume de tener claras las metas y objetivos de su vida. Se espera que el otro cumpla nuestras expectativas y las satisfaga; de lo contrario, se presiona, a veces, desmedidamente. Las personas creen que, para que la pareja funcione hay que meter presión al otro para que cambie y responda a los propios deseos narcisistas. Es un amor conducido por la cabeza y no por el corazón. Siempre hay que estar demostrando compromiso. Cuando se internalizan las imágenes y, no se reflexiona sobre ellas, terminamos bajo su dominio y convertidos en sus esclavos. A través de las constelaciones familiares, vemos como las imágenes que las personas llevan a la relación de pareja actúan, como las personas se esfuerzan en hacerlas realidad y, a partir de que comportamiento, intentan estructurar el vínculo con el otro. También podemos observar las consecuencias de nuestro proceder y la fuerza que tienen las motivaciones inconscientes sobre nuestro mundo afectivo, sexual y relacional. Además de lo anterior, en constelaciones familiares vemos, cómo se puede encontrar el propio camino, el que permita ser y dejar ser. Vivir la identidad propia no tiene por qué ser una amenaza para el amor y, menos aún, para la relación de pareja sana y plena. Mira la flor, mira los campos, Soy yo. Mira los niños y a los ancianos, Soy yo. Mira tú adentro, mira en tu cuerpo, Soy yo. Mira el mundo, me estoy muriendo, Soy yo. Soy yo el que vive en ti, el que ama en ti, permanece. El que todo lo puede y transforma la vida si tú quieres. Mira la tierra, mira las aguas, Soy yo. Mira la luna y el universo, Soy yo. Mira las calles y las aceras, Soy yo. Mira los muertos y los hambrientos, Soy yo (Rezandovoy) Francisco Carmona.
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