En constelaciones Familiares, se considera que la persona que lleva un sufrimiento en su alma, cargado sobre sus espaldas muchos años, y quiere hacer un trabajo personal profundo, es porque siente que la muerte la tiene atrapada y ella quiere regresar a la vida; sólo que la persona no sabe cómo liberarse de la redes en la que está envuelta. A partir de esta imagen, podemos decir que, en las constelaciones somos testigos de la fuerza que tiene el amor, que rescata de la muerte a los que están aferrados a ella para conducirlos a la vida, a través del dar orden a los afectos y del poder tomar la fuerza para hacer a un lado la lealtad o la implicación con el sistema familiar. Vida y muerte en el orden del amor se conjugan dando como resultado un ser que, puede ir con mayor libertad y respeto por sí mismo a recorrer los distintos senderos de la vida. Cuando Jesús invita a los discípulos a convertirse en pescadores de hombres, en realidad, les está proponiendo lo siguiente: en la cotidianidad, los hombres para ganarse el sustento van al mar que está habitado por seres que pueden dar vida al ser humano porque le sirven como alimento. Éstos hombres, llamados pescadores, lanzan al mar sus redes para atrapar los seres vivos que habitan allí. Una vez atrapados en las redes, los peces son sacados afuera donde mueren y sirven de alimento. Los peces entregan su vida para que otros tengan vida. También sucede que, hay seres humanos abrumados por las crisis que acompañan la existencia. Éstos hombres quedan atrapados por las fuerzas vivas y oscuras que hay en el inconsciente, fuerzas que al mantenerse activas, le quitan al ser humano la esperanza, la bondad, la alegría, el deseo, entre otros. Aquellos que han comprendido en qué consiste el amor, se animan a lanzar a las profundidades las redes de la vida. Los que quedan atrapados en esas redes son sacados, no para morir como los peces, sino para volver a conectarse con la vida. De ahí, la invitación o promesa de Jesús: “¡Haré de ustedes pescadores de hombres!”
Una tarde, un discípulo intrigado le preguntó a su mentor: Maestro, ¿Nunca te acontecen situaciones difíciles o que no puedes resolver? No entiendo cómo es que siempre dices; “Está bien, todo está bien”, en todo momento que se te pone al corriente de alguna contrariedad o se te presenta alguna vicisitud. El maestro sonrió y con una mirada apacible dijo: Es que cuando todo está bien, está bien. Pero, ¿Por qué? ¿Cómo es posible que siempre todo este bien? -preguntó escéptico e incluso un poco irritado el discípulo. El maestro explicó: Porque cuando no puedo solucionar una situación en el exterior, la resuelvo en mi interior, cambiando de actitud hacia esa circunstancia. Simplemente cambio o corrijo todas las cosas que dependen de mí, y las cosas que no puedo cambiar las acepto y me adapto a eso. Ningún ser humano puede controlar todos los escenarios o situaciones externas que se les presentan, pero sí puede aprender a controlar su actitud y emociones ante las mismas. Por eso, para mí, todo está bien. No todo el servicio de ayuda que se presta está al servicio de la vida. De ahí que, Bert Hellinger definiera los órdenes de la ayuda. La insatisfacción es el cáncer del alma, lentamente la va consumiendo y conduciendo a una mayor experiencia de muerte. No hay mayor dolor para el alma que, experimentarse muriendo en vida. Dice Bert Hellinger: “Ayudar es un arte que requiere de un saber hacer, que se puede aprender y practicar y requiere del poder sintonizar con aquel al que se ayuda. Lo cual significa que podamos entrar en contacto y reconocimiento de aquello que, para aquel que pide ayuda, es verdaderamente significativo y no necesariamente que hagamos lo que el otro piensa que le ayudaría y que debemos hacer por él. Sabemos que las personas que vienen en busca de ayuda, con frecuencia nos traen su queja, su problema, junto con sus ya elaboradas hipótesis de causas y razones de los mismos, como también de cual ha de ser la solución. Y es que es justamente toda esta elaboración que se ha creado alrededor de un evento lo que hace que se encuentren atrapados en el mismo. Así pues, en nuestra práctica se trata, de que nuestro hacer como ayudadores de otros, les permita elevarse a una posición más amplia e incluyente en su perspectiva”. Es curioso, durante muchos años se ha pensado que, lo que cura es el vínculo terapéutico. Observando a Jesús, me doy cuenta que, en los casos en que la curación viene a través de un milagro, Jesús no tiene vínculo con las personas. Es más, un alto porcentaje de las acciones de Jesús, no están mediadas por el vínculo. La resurrección de Lázaro y el agua convertida en vino son de las pocas veces en las que el vínculo está en el medio. “Sucedió que un día estaba Jesús enseñando y estaban sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te quedan perdonados. Los escribas y fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te quedan perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios” Al respecto, señala Bert Hellinger: “El vínculo hace que perdamos la posibilidad de ayudar, puesto que perdemos la distancia necesaria para contactar con las necesidades reales del otro y lo importante al dar ayuda es tener la mirada fresca para encontrar el punto relevante que ha de tratarse y poder actuar sobre el mismo”. En la mayoría de las ocasiones, el vínculo atrapa al terapeuta y le impide ver las cosas y al otro como es. De ahí, por ejemplo, que sea contraproducente la ayuda que se presta a los miembros de la propia familia. La mayoría de las veces, la ayuda que se presta a los miembros del propio sistema familiar termina conduciendo al enojo. Nos sana la disposición del terapeuta de brindar al otro aquello que realmente necesita y, al otro, la buena disposición para tomar aquello que le están ofreciendo. Muchos quieren recibir y, curiosamente, no están dispuestos a tomar porque detrás de un movimiento como este, casi siempre está la creencia de que yo puedo recibir sin necesidad de tomar porque todo lo merecemos. Con frecuencia encuentro personas que asisten a los talleres de constelaciones, no porque deseen cambiar algo en sus vidas sino porque desean curiosear. Cuando se asiste por curiosidad a terapia, a la oración, a la práctica espiritual detrás está el creer que, podemos recibir sin tomar. Hace poco, en un taller asistió una persona que decía: “A mí, nadie me valora”. En la Constelación aparecían los padres. En primer lugar, la madre decía: “Lo amo profundamente, su vida es una bendición para mí, cuando nació encontré motivos para vivir”. En segundo lugar, el Padre decía: “Siempre me ha parecido un niño muy inteligente, es mi verdadero orgullo”. El joven decía: “Lo sé, pero nada de eso me llena”. Pues bien, el joven recibía, pero no tomaba. Tomar significa que ese amor y admiración del padre se instalen en el corazón. Si este joven tomara a sus padres iría por la vida dando amor y valorando a los demás; en lugar de reclamarles lo que no ha podido tomar de sus padres. Los que se creen merecedores, en realidad, son personas que no se atreven a tomar porque saben que, de inmediato, tienen que convertirse en adultos. Cuando nosotros tomamos estamos listos para darnos. Nadie puede darnos lo que no tomamos de quienes nos han dado la vida. Las dificultades en las relaciones, sentirnos incomprendidos o abrumados por el compromiso tienen, la mayoría de las veces, su origen en la incapacidad de recibir, de tomar y de entregar. El que ayuda ha de ser humilde; esto significa: libre de expectativas y sin involucrarse en el dolor del otro. Tener respeto por el otro es dejarle el dolor a Él, no podemos hacernos cargo de lo que no nos corresponde. Las palabras de Jesús: “A ti, te digo…” podrán traducir perfectamente: “Hasta aquí, llego yo, de aquí en adelante, te corresponde a ti, toma lo que te estoy entregando”. Es de adultos enseñar al otro a cuidar de sí mismo y, si no quiere, respetar la es decisión, lo que implica, entre otras cosas, un profundo amor. Un amor que deja ser, aunque sea doloroso. Mirar. Clavar los ojos en el Dios que se muere revelando, en el dolor extremo, que es extremo su amor crucificado. Mirar, como empaparse de Dios y dejar luego que se abra una herida en mi costado y mi yo se derrame gota a gota,-agua y sangre-, callando, al que quiera beberlo sin llamar, sin pagarlo. Que soy agua de Dios, continuamente manando; pero puedo ser sangre, amor ardiente, regalo. La muerte se hace vida y el dolor santuario y campana de gloria Repicando ¿Dónde estáis los que lloran? Venid volando. La campana es por vosotros. A todos os atraigo. Mirad al Traspasado! Y sentir que me dicen: ¡Haced esto! Y yo lo hago (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|