Hace poco, en uno de los sectores más concurridos de Medellín sucedió un hecho que dio origen a una profunda conmoción. El periódico el colombiano publicó el 22 de enero de este año el hecho en los siguientes términos: “Cientos de personas se agolparon en la carrera 70 durante la tarde del pasado viernes para presenciar cómo un hombre adulto atentó contra su vida al lanzarse de un hotel ubicado en el cruce con la calle 46. En una cruda escena que fue captada desde todos los ángulos por decenas de peatones, conductores y hasta huéspedes de ese mismo hotel, en múltiples videos quedó registrado cómo aquel hombre estuvo durante varios minutos aferrado a la baranda de un balcón generando todo tipo de reacciones, que fueron desde la angustia hasta la mofa”. El periódico registró las reacciones de las personas así: “¡Ya no se tiró! ¡ya la dudó mucho! ¡Se acobardó!”, dijo por ejemplo un grupo de transeúntes que se detuvo en frente del hotel a grabar la escena con un teléfono móvil. “¡Tírese!, ¡Tírese mano!”, gritó otro de los espectadores, al tiempo que realizaba silbidos. Pese a que a la zona fue acordonada, que hubo bomberos y policías buscando evitar una tragedia, el hombre terminó lanzándose al vacío y perdiendo su vida al instante”. Me llama profundamente la atención que, la tragedia de un ser humano, se convierta en espectáculo para muchos. ¿Qué nos está pasando como seres humanos?
Octavio Gómez escribe: “vi el video que circula en redes. Escuché, aterrorizado, el coro de personas comunes, trabajadores, imagino, gentes buenas de su familia, buenos hijos, excelentes hermanos, grandes amigos, tal vez amantes soñados, no creo que fuera un congreso de una organización criminal. Eran personas buenas, como nosotros, gentes limpias, honradas con toda seguridad, llamando al desesperado a que se lanzara al vacío. Entonces, el hombre que sufre se tira al vacío y emprende un viaje sin retorno y murió 10 pisos abajo, estrellándose contra la acera. Sentí vergüenza por esas buenas personas porque de sus almas salieron gritos no de compasión y empatía sino de burla, indiferencia y desprecio hacia el dolor y la tragedia de un ser humano que, también pudiera ser su cónyuge, hijo, hermano o, padre”. Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo. Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así que se reunió con su mujer y los ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. Algo anda mal cuando el dolor profundo se convierte en burla y genera indiferencia. Si algo llama profundamente la atención de Dios es que “siempre siente compasión por el dolor del ser humano”. Este tipo de reacciones revelan que, una sociedad tiranizada por el afán de producir y ser felices, el sufrimiento no tiene espacio y, si aparece, es motivo de mofa y burla. En la sociedad actual, nos parece ridículo que alguien no sea capaz de resolver sus problemas. Es curioso que, en las grandes ciudades del país, los centros de salud mental estén presentando altos niveles de ocupación. Pusimos tanto interés en ser resilientes que, nos olvidamos de acoger la debilidad, la vulnerabilidad y el miedo. La desconexión con el alma ve como normal que seamos indiferentes ante el dolor. Eventos como el que acabo de presentar nos revela la necesidad profunda que existe en nuestro mundo de volver a conectar con el alma; de otro modo, la enfermedad mental y espiritual pueden llegar a convertirse en una próxima pandemia. Conectamos con el alma, regresamos a la conexión con nosotros mismos, aprendiendo el silencio y la contemplación. Una sociedad agobiada y frustrada como la nuestra necesita descubrir a Cristo. Dice, bellamente, Tomás Merton: “No es genuino el descubrimiento de Cristo si no es más que un escape de nosotros mismos. Por el contrario, el descubrimiento no puede ser un escape, debe ser un cumplimiento. No puedo descubrir a Dios en mí, y a mí en Él, si no tengo el valor de enfrentarme a mí mismo tal como soy, con todas mis limitaciones. La respuesta religiosa no es religiosa si no es plenamente real. La evasión es una respuesta supersticiosa". Darle un lugar a Cristo en la vida, no necesariamente nos convierte en seguidores de una doctrina, de un líder o de una institución. La teología enseña que, sin la comunidad, la fe puede convertirse en alienación o en opiáceo. Pero la comunidad debe aprender a ser un lugar de experiencia y no un lugar para juzgar, atemorizar e infantilizar a quienes se acercan con el deseo de compartir su camino de fe con otros. La estructura no nos salva, excepto en tiempos de una crisis profunda. La estructura al igual que la letra cuando pierden la conexión con el espíritu envejecen y mueren. En la sociedad del cansancio, Byung dice: “La sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma, un exceso de positividad que está conduciendo a una sociedad del cansancio. Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, hay una época bacterial que toca a su fin con la invención del antibiótico. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia, ya no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. La depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, sino estados patológicos que siguen a su vez una dialéctica, pero no una dialéctica de la negatividad, sino de la positividad, hasta el punto de que cabría atribuirles un exceso de esta última que nos conduce a ver el sufrimiento del otro como un auténtico espectáculo que +en lugar de compasión genera provocación”. En el libro Diarios Thomas Merton nos recuerda: “Lo único esencial no es una idea ni un ideal: es Dios mismo, que no puede encontrarse contraponiendo el presente al futuro o al pasado, sino exclusivamente hundiéndose en el corazón del presente, tal cual es” (Diarios I, 128) Tú nos diste la vida para convivir y nosotros lo llevamos todo a la muerte, a la guerra, a la competencia, a la indiferencia. Tú nos diste árboles y bosques y nosotros estamos talándolos. Tú nos diste la primavera a los pájaros y ríos a los peces y nosotros no hacemos más que contaminarlos con los residuos de las industrias. La primavera se hace armonía y los ríos quedan vacíos y el aire se corrompe. Tú nos diste el equilibrio de la creación y nosotros la hemos desequilibrado y nos encaminamos al fracaso. Nuestro tiempo pasa, Señor. Danos tu tiempo para que podamos vivir. Danos el valor de servir a la vida y no a la muerte. Danos tu futuro a nosotros y a nuestros hijos (Jürgen Moltmann)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|