Creo que, hay una pregunta, que cuando se hace con honestidad y libre del desorden afectivo que, a veces rodea nuestra vida, puede transformar radicalmente nuestra existencia. Esa pregunta es: ¿Qué quieres hacer con tu vida? Esta pregunta va más allá del bienestar propio y, cuando es hecha desde la libertad del corazón, nos pone frente a nuestro destino. La respuesta honesta a dicha pregunta exige que nos olvidemos de nosotros mismos y, como dice Víctor Frankl, “saber qué hacer con la vida define lo que realmente deseo darme a mí mismo y a la vida, cuando me olvido de mí, para entregarme a algo más grande que la consecución del propio bienestar, estoy siendo invitado a entrar en contacto con algo que está por encima de nosotros”. En el evangelio de Marcos (Mc 10, 17-27) encontramos el siguiente relato: “Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El, entonces, le dijo: Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud. Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme. Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes”.
La samaritana va cada día al pozo a sacar agua. Siente que una sola cosa hace falta para que su vida tenga sentido y no tenga que volver más al pozo. El escriba que pregunta a Jesús cuál es mandamiento más importante, siente que una sola cosa le falta para poder vivir una relación auténtica con Dios. El joven rico, curiosamente, siente que nada le falta y, por esa razón, Jesús dice: una sola cosa, te hace falta. Sin conectar con nuestra verdadera carencia, difícilmente podemos llegar a descubrir el camino que nos conduce hacia la verdadera plenitud, esa que nos hace saltar de gozo y cantar: “proclama mi alma, la grandeza de Dios”. A los buscadores espirituales, los que padecen glotonería espiritual, porque en ningún camino encuentran la respuesta, Jesús también les diría: una sola cosa, te hace falta. La samaritana necesita conectar con el Amor que habita en su corazón; de ahí que, Jesús este sentado en el brocal del pozo diciéndole: “Si, conocieras el don de Dios y quien te habla”. Dice el apóstol san Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros primero, y envió a su Hijo”. El corazón deja de estar inquieto cuando se abre a un amor más grande que, aquel al que nosotros estamos acostumbrados a dar o recibir. Al escriba, absorto en el conocimiento que tiene y que ha podido acumular, Jesús le ayuda a tomar consciencia de quien es su prójimo, a quien debe realmente ayudar, acompañar, sanar y amar. Al joven rico, Jesús le señala que, sin morir a su Ego, a su máscara, difícilmente, podrá optar por la felicidad que anhela, por lo que le da sentido real y profundo a su existencia. Al glotón espiritual, a ese buscador incansable, Jesús le dice: en ti, todo está bien, no hay nada imperfecto, lo imperfecto está en el mundo de los adultos que nunca comprendieron tu singularidad con respecto a tus hermanos, en tí está presente la bondad con la que fuiste creado”. También Jesús le dice: “Así, como eres, te amo y me entregué por ti en la Cruz” Enfrentamos el destino el día que, no sólo nos preguntamos: ¿Qué quiero hacer con la vida? sino también cuando le decimos Sí a Dios y a la vida que nos llaman a realizar una misión según nuestra vocación. San Pedro dice: “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando bien la gracia de Dios en sus diversas formas”. San Pablo (Ef. 4, 1-3), por su parte, invita a vivir con dignidad la vocación. “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. La vocación no sólo define nuestro destino sino también el valor que le damos a nuestra vida. La principal tarea en la vida consiste en responder a la vocación. No se trata, dicen los especialistas, en preguntarnos: ¿Tendré éxito? Sino en saber que, si somos llamados es porque tenemos los dones y talentos necesarios. Si asentimos la riqueza que hay en nosotros, la única preocupación consiste en preguntarnos: ¿Cuál es mi misión? ¿Qué quieres de mi Señor? ¿A qué nos sentimos enviados? El evangelio es claro cuando define a qué nos envía Jesús: “Sanen enfermos, limpien leprosos, resuciten muertos, echen fuera demonios” (Mt 10,8) cada uno define como lo hará según su capacidad, interés y deseo. Escribe Anselm Grun: “No todos estamos llamados a ser médicos o terapeutas, o profetas o pastores. Pero algo de este envío y encargo se encuentra en cada uno de nosotros. No vivimos simplemente en el mundo para acomodarnos bien en él. Nosotros también somos enviados. Somos enviados a quienes se han perdido o extraviado. Si hemos llegado a encontrarnos con nosotros mismos, si hemos llegado a estar en contacto con nuestro centro, entonces no debemos quedarnos tranquilos en esta situación, sino que tenemos que dirigirnos a quienes han perdido su centro, sus ideales, su fuerza, su entusiasmo” Con respecto a la vida, al destino, a la vocación escribe un colaborador de Rezandovoy: “A veces me asalta la duda. A veces me asalta el desánimo. Me parece que esto es una lucha interminable, que el día a día me desborda, y que siempre va a ser igual. Hoy son los estudios; mañana el trabajo; hoy son amistades complicadas; mañana amores difíciles; hoy son esfuerzos estériles; mañana proyectos que me desbordan; hoy son dudas sobre quién soy; mañana también. Y entonces me pregunto: ¿a dónde va mi vida? ¿Qué estoy haciendo? Y de nuevo tu palabra me abre horizontes...A veces me siento débil. Quiero ser un héroe y me descubro limitado. Quiero amar y me descubro impasible ante otros. Quiero ser acogedor y me descubro hermético. Quiero ser flexible y me sé intransigente. Pido tolerancia, pero yo mismo soy duro en mis juicios. Quiero tener fe y me descubro escéptico. Quiero creer en los seres humanos, pero me resisto a dar otra oportunidad. Quiero un mundo donde el perdón sea real, y a mí me cuesta tanto olvidar las ofensas. Quiero que triunfe la solidaridad, pero me cuesta dar pasos... Pero incluso en mi debilidad tu palabra me sigue llenando de ilusión”. Nuestra disposición consiste en salir de nosotros mismos y ponernos en camino para realizar aquel encargo o misión que el destino puso en nuestras manos. Podemos quedarnos paralizados ante las exigencias de la vocación y, como el joven rico, marcharnos tristes porque no nos sentimos capaces o porque deseábamos otra cosa para nosotros. A veces, las expectativas de lo que pensamos que la vida tiene para nosotros son muy altas, creemos que merecemos lo mejor o nos quedamos atrapados en la vida no vivida de nuestros padres y, en consecuencia, nos da temor o aparece la ansiedad para detenernos e impedir que demos el paso que, la vida nos pide dar o que nosotros deseamos dar, pero no nos atrevemos. De nosotros depende ir por la vida felices o llenos de amargura. La vida será la expresión de nuestra preferencia. Si puedes mantener intacta tu firmeza cuando todos vacilan a tu alrededor. Si cuando todos dudan, confías en tu valor y, al mismo tiempo, sabes exaltar tu flaqueza. Si sabes esperar y a tu afán poner brida o blanco de mentiras, esgrimir la verdad o, siendo odiado, al odio no le das cabida y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad. Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey. Si piensas y el pensar no mengua tus ardores. Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley y los tratas lo mismo como dos impostores. Si puedes soportar que tu frase sincera sea trampa de necios en boca de malvados. O mirar hecha trizas tu adorada quimera y tornar a forjarla con útiles mellados. Si todas tu ganancias poniendo en un montón las arriesgas osado en un golpe de azar y las pierdes, y luego con bravo corazón sin hablar de tus perdidas, vuelves a comenzar. Si puedes mantener en la ruda pelea alerta el pensamiento y el músculo tirante para emplearlo cuando en ti todo flaquea menos la voluntad que te dice adelante. Si entre la turba das a la virtud abrigo. Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo. Si marchando con reyes del orgullo has triunfado. Si eres bueno con todos pero no demasiado. Y si puedes llenar el preciso minuto en sesenta segundos de un esfuerzo supremo tuya es la tierra y todo lo que en ella habita y lo que es más serás hombre hijo mío... (Rudyard Kipling)Francisco Carmona
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