Creo que, la gran mayoría de nosotros ha vivido, por lo menos durante un tiempo, con la ilusión de encontrar una persona que sea exactamente la que andábamos buscando para vivir el amor que soñamos. Con el paso del tiempo, las crisis y los sucesos inesperados nos vamos dándonos de cuenta que, no existe el amor perfecto, que tampoco somos los seres perfectos y que el anhelo de amor y totalidad que habita en nuestros corazones no se encuentra en otras personas. Descubrir que, el amor que andamos buscando no se encuentra en la pareja ni en la familia resulta frustrante. Con el tiempo, descubrimos que, la persona que nos acompaña como esposo (a) puede llegar a lastimarnos y, en alguna ocasión, dañarnos. Esa consciencia invita a comprender que la vida en pareja y familiar no sólo es un gran desafío sino también un gran misterio. A medida que atravesamos las crisis y los momentos de oscuridad en la relación de pareja y la vida familiar también vamos comprendiendo que, sólo el amor adulto, es capaz de dar fruto abundante en medio de todas las tormentas y oscuridades que rodean nuestro corazón y, también nuestros proyectos. En la medida que, trascendemos el amor basado en ilusiones, falsas expectativas, deseos de llenar los vacíos de las relaciones con los padres, podemos abrirnos a la relación de pareja y a la vida matrimonial desde otro lugar y, llenar de sentido lo que, en medio de la crisis, parece estar destinado al fracaso y la ruptura. Dice la canción del P. Zezinho: “Que ninguna familia comience en cualquier de repente. Que ninguna familia se acabe por falta de amor. La pareja sea el uno del otro de cuerpo y de mente
y que nada en el mundo separe un hogar soñador… La familia comience sabiendo por qué y donde va y que el hombre retrate la gracia de ser un papá. La mujer sea cielo, ternura, afecto y calor. Y los hijos conozcan la fuerza que tiene el amor” En medio de las crisis de la vida familiar, en los momentos en los que vemos en acción la capacidad que tenemos los seres humanos de hacernos daño los unos a los otros, de manera especial, al interior del sistema familiar, se vuelve necesario preguntarnos, como lo hace un escritor anónimo en Rezandovoy, ¿Qué pasaría, Señor, si miro a mi familia, con los ojos con los que Tú la ves? La respuesta probable sería: “Vería, seguramente, algo distinto. Vería alguien muy amado. Vería posibilidades. Un proyecto. Una misión. Confiaría más. Disfrutaría con lo que es regalo (en lugar de temer perderlo). Celebraría los nombres de mi vida con más libertad. Disfrutaría de las cosas pequeñas sin complicarlo todo. Adquiriría perspectiva para ver también alrededor. Tendría menos miedo. Quizás también vería las sombras reales, como llamada. Así que, Señor, muéstrame. ¿Qué ves cuando miras a mi familia? Un grupo de religiosos se encontraron en una reunión. Como no tenían nada que hacer, comenzaron a hablar sobre cualquier asunto. Uno de ellos preguntó: En un entierro, ¿se debe caminar a la derecha del ataúd? Inmediatamente, el grupo se dividió: una mitad decía que a la derecha y la otra que a la izquierda. Así siguieron discutiendo sin llegar a ningún acuerdo. Entonces, pasó Nasrudín y lo detuvieron para conocer su opinión. Él se rió y dijo: Eso no importa, mientras tú no estés dentro del féretro. Añadió el Maestro: el humor nos salva muchas veces del conflicto. Escribe Inés Ordoñez: “Nuestro corazones fueron creados a la medida del amor de Dios, que es un amor que no tiene medida. Toda nuestra vida está entretejida por este anhelo de Dios, que nos hace ir en busca de la plenitud para la que fuimos creados. Sólo Dios calma nuestra sed de amar y ser amados, por eso, mientras vamos de camino, vivimos inquietos, buscando la felicidad y el sentido de nuestra existencia, suspirando por experiencias de amor que calmen nuestra necesidad de amar y ser amados”. Es curioso que, sea a través de las crisis, como vamos siendo conducidos hacia el encuentro del amor, para el que fuimos creados. Las crisis, al despojarnos de las ilusiones, las fantasías, las expectativas y las falsas imágenes del amor, va permitiéndonos comprendernos, conocernos, amarnos y entregarnos como somos y acoger a los otros como son. Las crisis aparecen para que tomemos consciencia de la forma como estamos viviendo o proyectando vivir el amor. Las crisis familiares develan la forma como nos estamos mirando a nosotros mismos y a los demás miembros del sistema familiar. Las crisis nos dicen que tenemos una herida que aún está abierta, que un tramo de nuestra historia, queremos cambiar sigue igual, que el heroísmo está aún despierto y, que el lugar dentro de la familia queremos tener y nos esforzamos en conquistar aún no se alcanza. Muchos ignoramos que, detrás de los conflictos familiares están las heridas abiertas antes que, el desamor. Muchos conflictos familiares son más el grito desesperado de un niño que quiere volver a tener contacto con sus padres y hermanos y, que el dolor que lleva, lo sabotea y, en lugar de vinculo, crea conflicto. Aquello que no se ha logrado sanar y que está activo en nuestro interior, aquello que no logramos resolver en el momento oportuno, llega un momento, en el que se despierta y crea caos dentro del sistema familiar. Si no fuera porque hay un dolor que aún no se cura, ¿cómo podrían entenderse ciertos comportamientos de la familia cuando los padres están ancianos, enfermos o a punto de abandonar esta existencia? El dolor convertido en desamor se hace presente en la forma cómo nos vinculamos, decidimos y actuamos. Donde hay conflicto, hay una experiencia de desamor que desgarra el alma y, al no hacerla consciente, amenaza con destruir los lazos familiares y, a quienes andan lastimándose creando conflicto. Señala Inés Ordoñez: “No podemos solucionar nuestros conflictos, si nuestra historia tiene anudados e irresueltos conflictos de amor de la infancia”. Los años más importantes en la vida de una persona son aquellos en los que dependía más de los otros y en los cuales era más vulnerable y necesitado. Es curioso que, en estos años, cuando no sabemos quienes somos, no sabemos ni podemos defendernos, es cuando más somos dañados y, también cuando somos más amados por nuestros padres y hermanos que son, a la vez, los que nos hieren, lastiman y abandonan. Cuando los padres llegan a su mayor estado de vulnerabilidad, la ancianidad o la enfermedad grave, aquellos hijos que nunca se curaron del dolor de la infancia, regresan a casa y, con la excusa de cuidar, devuelven al padre, a la madre o a los demás hermanos, de manera inconsciente, el dolor que llevan sin resolver en el corazón. Aquello que no se resuelve, a pesar de quererlo alejar de la consciencia, regresa a devolver el daño, que en su momento, fue experimentado. Inés Ordoñez llama heridas de amor a este tipo de comportamientos. Allí, donde el amor sufre, hace sufrir a todos los que encuentra a su alrededor. De todo esto aprendemos que, el amor humano, por grande que sea, siempre será limitado y, en ocasiones, percibido como puñal que hiere. ¡Qué bien tu amor aquí para que ladre y asuste a los leones de la muerte! ¡Qué bien tu amor velando como un padre este miedo que tengo de perderte! ¡Qué bien tu amor manando a mediodía una savia fresquísima y amada! ¡Qué bien despedazando la agonía y poniendo esperanzas en la almohada! ¡Qué bien que esté allá lejos, madurando como un durazno blando de ternura! ¡Qué bien cuando está cerca, despuntando como un trozo de Dios, de la amargura. ¡Qué bien en la mañana, despertando como un Resucitado de ternura...! (Jorge Debravo) Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|