El corazón en la espiritualidad representa la razón que mueve nuestra existencia. Nuestra vida puede estar animada por el deseo de venganza, por el gozo de vivir, por la necesidad de controlarlo todo o por la neurosis. Para saber que mueve al corazón, es necesario que, examinemos su núcleo, aquello que se ha convertido en el centro vital, en lo fundamental de nuestra existencia. Un corazón roto conecta más con el dolor que, con la vida. Una persona dominada por el miedo al fracaso, por la incertidumbre o por la inseguridad verá como en su alma florece la necesidad de querer controlarlo todo. En el alma florece aquello que cultivamos o guardamos celosamente en el corazón. La necesidad de control puede llevarnos a la manipulación y ésta, a +vivir aquello que tanto se teme la incertidumbre, la inseguridad, el abandono, el fracaso, etc. Lo que más me deprime es la absoluta vulgaridad de mi existencia. Jamás en la vida he hecho nada tan importante como para merecer la atención del mundo. Te equivocas si piensas que es la atención del mundo lo que hace que una acción sea importante, dijo el Maestro. Siguió una larga pausa. Bueno, pero es que tampoco he hecho nada que haya influido en alguien, ni para bien ni para mal...Te equivocas si piensas que es el influir en los demás lo que hace que una acción sea importante, volvió a decir el Maestro. Pero, entonces, ¿qué es lo que hace que una acción sea importante? El realizarla por sí misma y poniendo en ello todo el propio ser. Entonces resulta ser una acción desinteresada, semejante a la actividad de Dios.
En un taller de constelaciones, recientemente celebrado, una consultante expreso: “tengo una vida que, podríamos decir perfecta; sin embargo, no hago sino buscar y buscar. Algo no me deja en paz”. En medio de la constelación, aparece una hermana que falleció en un accidente. La representante de la consultante se acostó junto a la representante de su hermana. También le pido a la consultante acostarse en el piso, al lado de las dos representantes. Todo en la constelación parecía haber encontrado su lugar. Cuando le pido a la consultante que se levante; de inmediato, empieza a protestar diciendo: ¡No creo que esto sea la fuente de mi insatisfacción! Sin darse cuenta, estaba afirmando que la muerte de su hermana era injusta. Según el Ego, quien debía haber muerto era la consultante. Cuando ella protesta, el representante del asunto responde: “Ella sabe que estoy aquí esperando, si se acerca la puedo abrazar porque estoy lleno de compasión por ella”. Sucede que, momentos antes del accidente, la mujer había discutido con su hermana y se sentía profundamente culpable. Esta enojada con Dios porque debía haber tomado su vida en lugar de la de su hermana porque quien había actuado injustamente había sido ella. Nadie puede controlar el destino de los demás. Cada día, esto me resulta sumamente claro. El destino es individual aunque, en algún momento, lo podamos vivir colectivamente. En otras palabras, nadie puede tomar el lugar del otro en la muerte. El dolor, la culpa, el resentimiento, entre otros sentimientos, convertidos en el núcleo del corazón hacen que, nuestra vida sea en consonancia con lo que llevamos dentro. El corazón, que representa nuestra interioridad, está habitado por los sentimientos más profundos o por aquello que ha sido vivido más intensamente. Del corazón brota la imagen de la vida que vivimos. Si no somos capaces de desprendernos del abuso, de la manipulación, de la culpa o de cualquier otro sentimiento profundo, el guión de vida será aquello que, aunque nos duela, conservamos y custodiamos como un tesoro en el corazón. La forma como nos vinculamos con el corazón, con nuestra centro vital, resulta de suma importancia a la hora de conocer cuál es nuestra verdadera esencia. Aquello que somos realmente permanece oculto, escondido, como un tesoro, bajo los sentimientos profundos de dolor, ira, venganza, culpa y tristeza que, muchos, durante una buena cantidad de años, hemos intentado conservar en el corazón como si fueran, en realidad, nuestro bien más preciado. La renuncia al yo neurótico, aquel que se apega, que desea, que controla, que tiene miedo, se compara, que demanda, que exige, se cree especial, que se toma todo personal, dramatiza, es intransigente sólo es posible cuando entramos al corazón, con los pies descalzos, en profunda humildad y tomamos aquello que, realmente nos define: el amor de Dios que habita en nosotros, aunque muchas veces esté escondido. El ser humano es esencialmente espiritual. En ese sentido, el corazón es la sede del espíritu. Reconocer nuestra esencia, nos obliga, en cierto modo, a decidir, amar, pensar y actuar en coherencia. La esencia es nuestra identidad profunda. Accedemos a la verdad de nuestro ser a través del contacto con el corazón; es decir, a través de nuestro mundo afectivo, intelectivo, vincular y racional. La vida en el Espíritu es una vida donde el cultivo de la sabiduría no sólo tiene un buen lugar sino que es una tarea cotidiana de suma importancia. Algunas tradiciones consideran al Espíritu como el gran animador de la vida. Para la metafísica filosófica, el Espíritu se manifiesta y revela en la capacidad de reflexión. El Espíritu se agita cuando el ser humano se deja llevar por el impulso de sus pasiones y desordenes emocionales. Cuando una persona se siente insegura, tiene dificultad para definir que quiere vivir y qué puede hacer está bajo los efectos del trauma relacional temprano. Estas personas, para poder sentirse seguras en el mundo, adoptan el patrón de conducta de la persona que, en la infancia, en lugar de brindarles seguridad y protección, se dedicó a amenazarlas, chantajearlas emocionalmente y desvalorizarlas. Un corazón perturbado, en lugar de dejarse guiar por el amor, por Dios, adopta como guía el control, la amenaza, la violencia y la descalificación. En medio de su agitación, el corazón se resiste a reconocer y aceptar que el dolor está en él y, se dedica a proyectar, culpabilizar y chantajear a quienes le son cercanos. El corazón anhela volar hacia lo alto; sin embargo, se encuentra que la realidad vivida, no asumida y negada, que lo constriñe a volar bajo y lo pone en modo sobrevivencia: ataque o huida. Cuando el dolor nos desborda, los actos que proceden del corazón rompen los patrones de la normalidad y hace que la persona actué a la ligera e imprudentemente; en algunas ocasiones, en contra de los valores que defienden y promueven la vida. En palabras de Cicerón el corazón traduce: saber lo que se hace; es decir, consciencia. La vida espiritual es el camino a través del cual despertamos a la consciencia real sobre nosotros mismos, abandonamos los espejismos y podemos sumergirnos en la experiencia del amor según el proceder divino. Recordemos que, cada uno tiene la libertad de elegir que será lo que mueva al corazón y le dé sentido a la vida. En el disfrute de esa gozosa libertad podemos elegir a Dios y vivir en la Verdad. Hoy no tengo nada que pedirte, ni te traigo ninguna queja. Yo sólo busco un encuentro desde lo infinito que late en mí ¡Pobre de mí si atase tu respuesta a mi pregunta tan medida, o a mi lamento tan herido! ¡Pobre de mí si ya supiese la respuesta! Tal vez sólo encontraría para mi sed, mi propia agua reciclada, el eco de mi monótono decirme, mi pasado humedecido por el sudor o por el llanto. Te necesito más allá de lo que sé o de lo que digo de mí mismo ¡Hoy descubro ya presente, en el amor con que me atraes, la pasión con la que me buscas! (Benjamín González Buelta, sj) Francisco Javier Carmona
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