El evangelio de Marcos nos cuenta la historia del Ciego Bartimeo, el hombre que sentado al borde del camino pide a Jesús que vuelva a ver, a creer. Cuando la gente le dice: “El Maestro te llama”. Bartimeo suelta el manto y sale corriendo hacia Jesús. A veces, el cansancio se apodera de nosotros y, como Bartimeo, esperamos que el Señor nos vuelva a llamar y nos invite, de nuevo, a seguirlo. Unos viajeros, atravesando un desierto, se encontraron una brújula, fueron a enseñársela a Nasrudín y le preguntaron: ¿ Qué es? Nasrudín tomó la brújula, la examinó y rompió a sollozar. Un instante más tarde dejó de llorar y se echó a reír, a reír más y más. ¿Por qué lloras y por qué ríes? - le preguntaron los viajeros. Me he puesto a llorar al pensar en vuestra ignorancia - contestó Nasrudín-, porque no sabéis qué es este objeto. Y entonces me he echado a reír al pensar en la mía. Porque yo tampoco lo sé.
Thomas Moore señaló que el mal del siglo XX es la pérdida del alma. Byung señala la escisión psíquica como el mal del siglo XXI; es decir, la perdida de conexión del sujeto consigo mismo. La crisis de humanidad va profundizándose. Los síntomas que acompañan el malestar actual son el vacío existencial, el hiperactivismo, el déficit de atención, la depresión, la ideación suicida, el trastorno límite de personalidad, la desconexión con el momento presente. Sin lugar a duda, la actual situación invita a acompañar al individuo contemporáneo a volver a ser él mismo, a vivir desde su centro profundo. La sociedad actual en aras de favorecer el consumo ha desacralizado la vida en todos sus ámbitos. Si el ser humano se desconecta del Misterio, el único que puede llenar de sentido la vida, el vacío que aparece y se puede llenar comprando, entregándose al disfrute, a la vida inauténtica. Deseamos vivir y hacerlo por muchos años, pero no sabemos para que queremos la vida. Sin Dios, el único camino que nos queda es la barbarie. Donde no hay referencia a lo sagrado, solo queda el impulso. La incapacidad de controlar los impulsos está moviendo a muchos a salir de la existencia por la puerta equivocada, la que abre el suicidio. Para la psicología profunda, la neurosis de identidad y de sentido se resuelven en el ámbito de lo religioso, de la conexión con algo superior a nosotros mismos. Bartimeo sigue el camino de la vida teniendo a Jesús como Maestro porque recupera la vista. Bernardo Sastre, dominico, escribe: “Imaginemos que tenemos los ojos vendados, y sentimos que no vemos. En los tiempos de Jesús ser ciego era pertenecer al mundo de los despreciados. Según la mentalidad religiosa de la época, la ceguera era consecuencia de alguna culpa: bien personal, bien heredada de los padres u otros antepasados. Ser ciego era como haber recibido un castigo para toda la vida. Nosotros a veces tampoco valoramos el don de la visión. Cuando despertamos cada día, entre los muchos regalos que Dios nos hace, también nos encontramos con el milagro de poder ver. El sentido de la vista es uno de los sentidos más valiosos de la vida humana, y a su vez uno de los más útiles para observar y experimentar. Hoy vivimos en el mundo de la imagen, lo que entra por la visión parece que tiene mucha fuerza: por ejemplo, en los anuncios publicitarios nos bombardean constantemente con imágenes espectaculares. Estamos tan por los estímulos visuales que a veces vivimos obnubilados, confundidos; no sabemos discernir qué y para qué lo queremos hacer, y terminamos siendo esclavos de tales imágenes. Sin embargo, la cultura de la imagen también tiene sus ventajas, pues dicen que una imagen vale más que mil palabras. Si logramos ordenar ese caos frenético social, gracias a la visión podemos representarnos el mundo exterior en nuestro interior, grabar imágenes en nuestra memoria e imaginar nuevas posibilidades, así como ofrecer una mirada limpia y bondadosa a los demás”. Cuidar el alma es una tarea urgente en los tiempos actuales. Con la pérdida del alma también perdemos el contacto con el Misterio y la consecuencia es la conexión con el vacío y a través de él con la ideación suicida y con la muerte. Donde no hay conexión con la Fuente de la vida, con mucha facilidad conectamos con aquellas fuerzas que nos la arrebatan. Hablar del Misterio es abrirnos a la experiencia del encuentro y del contacto con Dios. Al respecto, escribe Thomas Merton: “Dios nos toca, y su contacto, que es vacío, nos vacía. Nos mueve con una simplicidad que nos simplifica. Entonces cesa toda variedad, toda complejidad, toda paradoja y toda multiplicidad. Nuestra mente flota en la atmósfera de una comprensión, de una realidad que es oscura y serena y lo incluye todo en sí misma. No deseamos nada más. No nos falta nada más”. Mientras conectamos con el Misterio también es necesario la conexión con nosotros mismos. De no ser así, podemos estar a merced del hiperactivismo, del déficit de atención, de la desconexión con el momento presente y, de manera muy especial, con el sentido profundo de la vida. Escribe san Juan de la Cruz en el libro la Subida al Monte Carmelo: “Dios es como la Fuente, de la cual cada uno coge como lleva el vaso”. Experimentamos a Dios del mismo modo como nos experimentamos a nosotros mismos y a la vida que llevamos. Si nuestra vida es pequeña también nuestra experiencia de Dios lo será. Pero si nuestra vida está comprometida con lo noble y grande que puede haber en la humanidad, así será nuestra experiencia de Dios. Sin conexión con el Misterio también se quebranta la percepción que tenemos de nosotros mismos. Curiosamente, la experiencia de Dios, de algo que trascienda nuestra existencia, nos permite comprendernos a nosotros mismos y a nuestra humanidad. El secreto de nuestra identidad, como diría Thomas Merton, está oculto en el amor y la misericordia de Dios… “Nunca podremos conocernos a nosotros mismos desconectándonos del Misterio y aislándonos de la humanidad como si fuéramos seres de otra clase”. En Dios somos, nos movemos y existimos, nos recuerda san Pablo. Curar el alma y cuidar de nosotros mismos, de nuestra identidad profunda, es la tarea que nos queda si queremos mantener la conexión con el momento presente y permitirnos llevar una vida centrada en lo fundamental antes que, vivir corriendo detrás de las quimeras que nos ofrece la sociedad de la producción y del consumo. Cuando torcemos la orientación fundamental de la vida nos abocamos a caer en la oscuridad más profunda que pueda rodear la existencia y, que la teología llama infierno. Perdernos a nosotros mismos y nuestra relación con el Misterio es una de las condenas más dolorosas que el ser humano puede imponerse a sí mismo. Escribe Merton: “La falta de interés en el desesperado destino del ser humano es síntoma de insensibilidad culpable, de una deplorable incapacidad de amar. En modo alguno puede pretender ser cristiana. Ni siquiera es auténticamente humana”. Que no te vea, Señor, solo en lo pobre. Que no te vea, Señor, solo en la sabiduría. Que te vea, en todo y en todos, sin hacer excepción. Que te deje entrar en mi sencilla habitación, muchas veces desordenada, sucia y vacía. Transfórmame por dentro, conduce mi corazón por el camino de la vida, una vida que se presenta apasionante, llena de Ti y de otros. Necesito de la alegría de saberte nacido, de saberte conmigo, para poder ser esperanza en medio de un mundo tan vacío de ella. Conviérteme, Señor a tu pobreza, sencillez y misericordia. Yo, te espero con mi humilde pesebre, y te lo ofrezco para que nazcas en él. Solo te pido que no dejes de mirarme. Solo quiero ver tu sonrisa de niño. Solamente, Señor, no me dejes solo (Pablo Sánchez)Francisco Carmona
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