El peregrino necesita palabras que le den sentido a su camino. Algunas veces, esas palabras provienen del corazón. Otras, son los llamadas de la vida. También hay momentos, como hoy, en los que las palabras vienen de Dios a través de la lectura y meditación de su Palabra. En el libro del eclesiástico encontramos: “Dichoso quien piensa en la Sabiduría, presta atención a sus caminos y se fija en sus sendas. Sale tras ella a espiarla y acecha junto a su portal, mira por sus ventanas, y escucha a su puerta, acampa junto a su casa pone su tienda junto a ella y se acomoda como buen vecino, pone nido en sus ramas y habita en su fronda, se protege del bochorno a su sombra y habita en su morada. Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como la esposa de la juventud. Lo alimentará con pan de sensatez y le dará a beber agua de prudencia, apoyado en ella no fracasará hasta alcanzar el gozo y la alegría” (Eclo 14, 20ss) El Maestro dirigiéndose a sus discípulos, les dijo: tres cualidades del hombre en su relación con Dios: Confianza, humildad y recuerdo. Al alma confiada, la promesa le colma. Al hombre humilde, el conocimiento le llena. Al buscador en el recuerdo, el decreto divino le sumerge. La confianza es el punto de partida, la sumisión la mitad del camino y el recuerdo, la llegada
En la Cruz, dice Anselm Grun, Jesús se dejó romper por nosotros. “Jesús se dejó romper por nosotros en la cruz para sanar y unir en nosotros lo roto y quebrado, para juntar de nuevo los fragmentos y pedazos de nuestra vida. En la Eucaristía, el sacerdote parte el pan para recordar el rompimiento de Jesús en la muerte. Y parte el pan porque en la muerte Cristo se abrió completamente al Padre, para dejarse caer en sus manos. La fracción del pan pretende también abrir lo que en nosotros hay de endurecido, para que nos abramos interiormente al misterio del amor de Dios. Así, lo mismo que forzamos una cerradura cuando no encontramos la llave, Cristo nos abre porque hemos perdido la llave que da acceso a nuestro interior. Jesús fue herido por nosotros en la cruz. Un soldado abrió su costado con una lanza, para abrir el blindaje con que hemos rodeado nuestro corazón. Hay muchas personas que se han acorazado para reprimir sus sentimientos y no sentir ya la relación con los demás. En esas situaciones, es necesario que nos abran”. La apertura a las relaciones sanas con los demás es uno de los rostros que tiene la sabiduría. Cuando algo nos lastima, nuestra primera reacción consiste en contraernos y aferrarnos a la desconfianza, se convierte en la mayor tentación en la que podamos caer. Mientras estamos contraídos actuamos como necios: proyectando sobre los demás la sombra de aquellos que nos lastimaron y frente a los cuales nos sentimos vulnerables. Cuando descubrimos que el alma se nutre de los vínculos, en lugar de aislarnos, aprendemos a acercarnos asertivamente, sin complacencia y estableciendo límites sanadores. La sabiduría no consiste en encerrarnos en nosotros mismos sino en saber cómo dirigirnos al otro amorosamente sin permitir que el otro nos haga daño y, si lo hace, en saber curarnos oportunamente. Henry Nouwen nos recuerda: “En la Eucaristía, cuando el sacerdote parte el pan, nos recuerda que todos somos personas rotas. Pero allí donde estamos rotos quedan quebrantados nuestros roles y máscaras. Allí quedamos abiertos a lo auténtico. Allí conseguimos tener acceso a nuestra verdadera esencia, a nuestro núcleo interior. Y allí quedamos abiertos a Dios y al inconcebible misterio de su amor. Y quedamos abiertos a nuestros prójimos. Conseguimos tener un nuevo acceso a ellos. La partida pretende abrir al peregrino a su verdadera imagen. Pretende abrirlo a Dios. Y pretende abrirlo de manera nueva a quienes están con él en el camino - sea como acompañantes o como personas del ancho mundo-, con quienes él se siente vinculado porque tanto ellos como él están en camino”. En el evangelio de Lucas, Jesús es un caminante. El final del camino, para Jesús, está en la Cruz, donde se abre plenamente al Padre como Hijo y el Padre lo acoge plenamente como es, el Hijo que pasó haciendo el bien porque amó mucho al Padre. Cuando alguien se pone en camino, lo hace porque escucha la llamada de la vida para subir al Monte Santo o entrar en el Templo del Señor, en ese momento, irrumpe algo nuevo en él. La Gloria de Dios se manifiesta en Aquél que, sabiendo que donde está se dispone a seguir adelante, en aquel que decide salir e ir a atender el llamado de la vida que le dice: la vida sin contacto con la Fuente, de donde brotan los anhelos más profundos y auténticos, es difícil que resplandezca, que sea luz que guie tus pasos y sirva a quienes están en la oscuridad para orientar sus propios pasos, Escribe Anselm Grün: “la partida nos recuerda nuestra propia fragilidad y debilidad. Pero al mismo tiempo nos abre al esplendor que Dios nos ha regalado, a la belleza del alma y a la belleza de toda la creación. Quien permanece encerrado priva a sus ojos de tanta belleza, al alma del gozo auténtico y al corazón de la alegría verdadera. Sólo quien reconoce las rupturas que hay en su corazón, en su historia, en sus vínculos puede disponerse a peregrinar. Cada ruptura nos recuerda que sólo el amor que se entrega, que se abre, merece la pena ser vivido. Cada ruptura, cada herida, si las abordamos de la fe nos recuerdan que no son las máscaras, los roles, los sacrificios y las compensaciones las que hacen verdadero y valioso el amor. Cada herida también nos invita a permanecer abiertos a Dios antes que, a escuchar el Ego y sus voces que invitan a humillar a quien en su propio dolor, nos hizo daño. El que hiere, dice Jung, se hiere a sí mismo. No se trata de construir un mundo de pedazos rotos sino de puentes de reconciliación y sanación. La vida humana es una invitación permanente a andar. Nos dice Anselm Grün: “La Biblia dice que andemos en la Ley del Señor (Éxodo 16,4) y que sigamos el camino del Señor (Deuteronomio 8,6). Andar, caminar y cambiar son acciones íntimamente unidas. Quien camina cambia. No hemos de caminar en las tinieblas, sino en la luz (Isaías 1,5). Hemos de caminar con humildad ante nuestro Dios (Miqueas 6,8). Pablo habla incluso de que hemos de caminar en novedad de vida (Romanos 6,4) o en el amor (Romanos 14,15). Y también dice que, aquí en la tierra, andamos nuestro camino en fe y no en visión (2 Corintios 5,7). En todos estos pasajes, nuestra vida se entiende como un camino que debemos andar. En este camino vivimos las experiencias más dispares. Nos sentimos amenazados. Pero también confiamos en que en el camino estamos protegidos. En medio de los peligros de nuestra vida podemos andar con el versículo del salmo: Aunque camine por cañadas oscuras no temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan (Salmo 23,4)”. Yo sé que tú eres el Dios siempre mayor. Te nombramos el Inefable, el Ilimitado, el inconmensurable, el Infinito, confesión arrodillada al borde del esfuerzo porque no podemos encerrarte en la palabra, ni confinarte en el proyecto. Hoy prefiero llamarte Dios siempre menor. Estás en el fondo del ojo redondo del microscopio en su viaje sin fin al interior de todo lo pequeño. Eres el Dios de los tres puntos suspensivos, cuando se agota el corazón y el diccionario. Eres el Dios de la complicidad primera de dos ojos que se buscan en el encuentro sin saberlo, y del inicio germinal en la fantasía y el lienzo, en los vientres y los surcos. Eres el Dios sin espacio expulsado al margen donde acaba el nombre de las calles, donde apuestas por la vida entre basura, donde acoges la muerte entre tus brazos, donde la vida está tan cerca de los golpes, y el nacimiento tan cerca del ocaso, Dios pequeño, Dios de abajo, me gusta que me sorprendas envuelto en la ropa de lo cotidiano, cuando no te vemos porque viajamos en un blindado sin ventanas, al que llamamos rutina, costumbre, conocido, archivado (Benjamín González Buelta)Francisco Carmona
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