Después de la muerte de Jesús en la Cruz, dos discípulos desilusionados regresan a su aldea, a su casa, al lugar donde sienten que pertenecen y, más aún, después de la experiencia de fracaso que parecen haber vivido al dejar todo para seguir al nazareno. Es difícil creer que, un hombre que hizo tanto bien terminará su vida crucificado y tratado como un malhechor. Al parecer, la sombra tiene más poder que la luz. Su corazón se encuentra abatido y triste. No logran entender lo que sucedió y, no guardan en su corazón esperanzas con respecto al futuro. Pregunta: En sus libros y conferencias parece haber diferencia entre animales y pájaros, ¿es así? Respuesta: Sí, así es. Pregunta: ¿Hay alguna diferencia profunda entre los pájaros y otras bestias? Respuesta: Sí, ciertamente. Uno toma la dirección del cielo; la misma dirección hace la diferencia. Las otras toman la dirección de la tierra, lo que hace diferente sus inclinaciones. La tendencia de unos es hacia lo alto, la de los otros hacia la tierra. El hombre representa a ambos; porque aunque permanezca en la tierra -sus piernas lo unen-, sus manos están elevadas sobre ella. La inclinación del hombre perfecto es hacia el Cielo....
En la Sagrada Escritura peregrinar es sinónimo de seguir. Nuestro peregrinaje estará condicionado por aquello que seguimos, que buscamos. En el Evangelio está claro que el objetivo final de la peregrinación es Jesús, el encuentro intimo con Él. Los sabios de Oriente vieron una estrella diferente en el firmamento, dejaron su vida y todo atrás, se pusieron en camino y la estrella los guío hacia la casa donde estaba Jesús en compañía de sus padres. Al ver a Jesús, se ponen de rodillas delante de Él y le ofrecen sus dones, lo más preciado de su vida. Sin ofrecimiento de sí mismo y de lo más valioso que hay en nosotros, la peregrinación pierde toda su fuerza. Jesús sabe que su destino se consumará en Jerusalén. Aquella voz que Jesús escuchó al salir del jordán, resonará de nuevo en el momento final de la vida cuando su último suspiro será decir: “Padre, me pongo en tus manos”. Lucas nos dice que, Jesús sabiendo el final trágico que lo espera en Jerusalén permanece firme en su intención de viajar hacia allá. Los que escuchan la Palabra de Jesús, los que ven sus milagros, los que han sido curados por su compasión y misericordia, están invitados a subir también a Jerusalén; es decir, a asumir y no rehuir el destino. En la Cruz, se manifiesta con claridad que, Jesús definitivamente era el Hijo de Dios. Escribe Anselm Grün: “No estamos simplemente en un camino. En dicho camino seguimos a Jesús. Según la Biblia, Jesús es el caminante divino que desciende del cielo para andar con nosotros nuestros caminos y, en el camino, instruirnos en el misterio de nuestra vida y en el misterio de Dios. En el evangelio de Lucas, Jesús es el caminante que en su viaje se hospeda una y otra vez en casa de la gente. Va delante de los discípulos. Es el guía que lleva a la vida. Su camino conduce a la gloria de Dios pasando por la cruz. Así, también nuestro camino nos conducirá al reino de Dios pasando por muchos apuros. La mirada puesta en Jesucristo nos hace andar con brío y confianza nuestro camino, aun cuando éste, a veces, sea fatigoso”. Cada uno de nosotros es llamado a peregrinar de manera particular y especifica. Jesús, al ver a Mateo “sentado en la mesa cobrando impuestos para Roma”, lo invita a caminar con Él. El Ciego Bartimeo, cansado de una vida sinsentido, es invitado por Jesús a ir con Él hacia Jerusalén. María Magdalena, atormentada por muchos espíritus que la distanciaban de sí misma, al ser curada, también es invitada a subir a Jerusalén. Santiago y Juan, que vivían ocupados en los asuntos de su padre, son invitados por Jesús a peregrinar con Él. Muchos aceptan la invitación. También están los que, deseando peregrinar, ir hacia su propio destino, se aferran a lo que tienen, como Nicodemo y el joven rico, y rechazan la invitación. También los que sacan excusas: “tengo que despedirme de los padres, tengo que sepultar a mis muertos, mis amigos se casan y estoy invitado a su boda, tengo negocios que aún no he cerrado y puedo perder dinero, etc.” La peregrinación se inicia con una llamada, con una invitación. A veces, esa llamada viene directamente de Jesús que nos ve ocupados en cosas que no corresponden con nuestra identidad profunda. Otras veces, somos llamados a través de los fracasos, de las crisis profundas, de las enfermedades, del vacío existencial que arrastramos y no logramos llenar con nada. Donde hay insatisfacción, el terreno para la llamada a peregrinar está abonado. Hay momentos, en lo que el corazón y el alma saben que es necesario emprender la peregrinación porque ya no se resiste más el agobio, la tristeza o la desesperanza. Al partir para seguir la voz interior, es necesario dejar el puesto de trabajo, las redes, la ceguera, los espíritus impuros, etc. Muchos detienen la marcha y, se abstienen de emprender el camino hacia el Santuario o Monte santo porque les parece sumamente difícil realizar la tarea que tienen por delante. Dicen por ahí que, la distancia no importa y, la dificultad desaparece una vez que se da el primer paso. Para ir hacia donde la vida nos invita, solo necesitamos seguir la voz que nos anima a dejar atrás lo vivido, para abrirnos a lo nuevo, a lo santo, a lo que la da a la vida un sabor diferente. Nos preparamos para partir en obediencia a la vida y con la consciencia de que atrás queda lo viejo, lo que ya se agotó, lo que es doloroso continuar viviendo. El primer paso no nos conduce a ningún lugar, pero nos saca del dolor y nos permite ver las cosas de manera diferente. Toda peregrinación es, en el fondo, un seguir a Jesús, un deseo de conectar con nuestro destino y una resonancia con la vida que siempre, de una forma u otra, busca que seamos nosotros mismos. Seguimos a Jesús hasta Jerusalén, el lugar santo, donde según la Tradición Bíblica, “Dios tiene su morada”. Peregrinar es ir hacia nuestra verdadera casa, esa que alcanzamos cuando nuestra morada terrenal desaparece y solo nos queda la verdad sobre quienes somos: Uno con Dios. Caminar juntos, en los momentos de alegría, en los de tibieza y en las noches más oscuras. Caminar juntos, por el buen camino, cuando las palabras acarician y la compañía te envuelve. Caminar juntos, en la espesura de la niebla, y en la encrucijada de las crisis y cuando toca quemar las naves. Caminar juntos, también cuando la vida duele, y prefieres avanzar solo y quieres huir hasta de ti mismo. Caminar juntos, hacia tu horizonte, contigo, con otros, porque Tú nos sigues invitando a conjugar en familia el verbo amar (Álvaro Lobo, sj)Francisco Carmona
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