Dice Byung: “Uno debe contenerse hasta que la cabeza, el corazón y todos los demás miembros del cuerpo sean puro silencio. Así, se alcanza el más puro desapego”. Por su parte, Jung señala que, si el ser humano aprende a estar en silencio ante los movimientos cíclicos del alma entonces, alcanza la sabiduría. Reaccionar repulsivamente ante las actitudes desequilibradas del otro, en lugar de claridad, genera desasosiego. Hay almas que, por más que lo intenten están llenas de ruido e impregnan de su ruido, todo lo que está a su alrededor. Cuando se aprende el silencio, el que acalla la mente y entiende que, el dolor de sus heridas no es la verdad que se cierne sobre el mundo, se aprende que, entre el afuera y el adentro existe una marcada línea que, no solo los separa, sino que los hace diferentes. La confusión entre adentro y afuera obedece a la inmadurez psicológica, en la que se encuentran sumergidas muchas personas. El silencio, dice Byung, “hace saltar la cuña que divide el mundo en partes”. El silencio cura la disociación que crea la incapacidad de reconciliarnos con nuestra historia personal.
La incapacidad de silencio es conocida, por autores como Thomas Merton, como alienación del valor de la vida. En estas condiciones, la persona que padece esta afección es incapaz de vivir su vida con autonomía respecto a sus complejos y creencias distorsionadas sobre Dios, los demás y ella misma. Una persona alienada tiene poca capacidad para ver las cosas de un modo diferente, siempre está regresando a los recuerdos dolorosos del pasado y, especialmente, a los juicios sobre los demás y a los patrones de conducta destructivos que, no sólo la afectan a ella sino al mundo de sus relaciones e interacciones. Estas personas siempre están mirando la vida en términos de la importancia personal, todo lo que ocurre lo toman como algo que sucede en contra de ellas. Es como si el mundo, sólo existiera en función de lastimarlas y hacerles daño. Dos ángeles que viajaban pararon a pasar la noche en el hogar de una familia rica. La familia era grosera, y rechazó la estancia de los ángeles en el cuarto de huéspedes de la mansión. En su lugar, los ángeles fueron hospedados en un espacio frío del sótano. Hicieron su cama en el suelo duro. Entonces, el ángel más viejo vio un agujero en la pared y lo reparó. Cuando el ángel más joven le pregunto por qué lo hizo, el ángel viejo le contesto: Las cosas no son siempre lo que parecen. La noche siguiente, los ángeles se hospedaron en un hogar muy pobre, pero el granjero y su esposa eran muy hospitalarios. Después de compartir el poco alimento que tenían, los esposos dejaron dormir a los ángeles en la cama de ellos, para que estuvieran cómodos el resto de la noche. Cuando el sol salió, a la mañana siguiente, los ángeles encontraron al granjero y a su esposa muy tristes: Su única vaca, de la cual obtenían dinero por su leche, yacía muerta en el campo. El ángel joven se enojó, y le pregunto al ángel viejo porqué permitió que esto sucediera. El primer hombre tenía todo y le ayudaste… la segunda familia tenía muy poco y estaban dispuestos a compartir todo… y dejaste morir a su única vaca. Las cosas no siempre son lo que aparentan, le contesto el viejo ángel. Cuando permanecíamos en el sótano de la mansión, noté que había oro en ese agujero de la pared. Puesto que el propietario era tan obsesionado, avaro y poco dispuesto a compartir su buena fortuna, sellé la pared para que jamás lo encuentre. Ayer por la noche, cuando nos dormimos en la cama de los granjeros, el ángel de la muerte vino por su esposa. Le di la vaca en lugar de ella. Las cosas no son siempre lo que parecen. En la contemplación, las cosas que existen separadamente se reconcilian y unen. Aquello, que es fuente permanente de egoísmo y ofensa, por la contemplación, a la que llegamos, cuando acallamos nuestra mente, deseos y heridas, termina convirtiéndose en un manantial de vida nueva que, no sólo refresca el alma, apagando el fuego del desorden afectivo, sino que también le brinda el descanso y el gozo necesario para avanzar sin temor al encuentro con Aquel que, en silencio y soledad, sabemos que nos acoge, sana y ama. Al silencio contemplativo se llega a través del cansancio que produce andarse quejando por todo lo que no funciona en nuestra vida o porque los demás no están a la altura de nuestras expectativas y deseos infantiles. En la contemplación, lo que nos hiere y desestabiliza, se convierte en camino para transfigurarnos delante de Dios. Lo que es puesto delante de Dios, por su amor, es transfigurado. La belleza y la verdad que son disociadas por el ruido interno que, producen nuestros complejos unidos a nuestro Yo, se reconcilian e integran, por la presencia del Amor que se dona continuamente. El resplandor que se alcanza cuando se contempla hace que, el árbol acoja la lluvia y la convierta en fecundidad, el aire se transforme en sólido y el llanto en fiesta y danza. Dice Byung: “En la contemplación nada persiste en sí mismo o se aferra a sí mismo. La contemplación es puro desapego y éste permite que todo encaje”. Un artista, antes de comenzar su obra, necesita un tiempo, un espacio, para entrar en silencio y contemplar, en su corazón, la obra que desea realizar. Una vez que se entrega a la realización de la obra, lo que va resultando, no es otra cosa que el consenso de las cosas guardadas en el corazón. Podemos contemplar el fuego, sentir como nos hacemos uno con él, descubrir los deseos que yacen dormidos en el corazón. Pero, una vez que la contemplación termina, tenemos que dejar al fuego, no podemos asirnos a él, nos corresponde alejarnos, sólo así la contemplación puede ocurrir en el alma; es decir, lo contemplado comienza a movilizar la psique hacia la realización de lo que, recién ha despertado en ella. La contemplación restablece internamente el orden de las cosas y las reconduce al reencuentro consigo mismas. En el interior, las imágenes de los complejos ceden su lugar a las fuerzas que sanan, que conectan con las corrientes de la vida. En la contemplación desaparece el Yo ruidoso, ese que, desde que se levanta cada mañana reclama, grita, desespera, descentra y manipula. La voluntad, los propósitos y la intención del Yo ruidoso, ser el centro de atención, se disuelven ante el silencio que la contemplación exige y, a veces, impone. El contemplativo cuando obedece a la voluntad que invita al silencio poco a poco va viendo cómo se acallan en él las voces de los prejuicios, los deseos de olvidarse de los demás, de hacer y hacer cosas. De esta forma, el ser humano va liberándose de las voces del pasado que lo atormentan y le impiden ser él mismo. La reconciliación del ser humano consigo mismo ocurre, cuando en la contemplación, empezamos a caminar por la vereda donde se hace posible el encuentro entre nuestro Yo, nuestro Ego y nuestro Sí-mismo. En el evangelio de Marcos ocurre la sanación del endemoniado de Gerasa. Cuando Jesús pregunta: ¿Cómo te llamas? El joven responde: mi nombre es legión. Con este símbolo, el joven quiere manifestarle a Jesús la intensidad de las voces que habitan dentro de él; voces que, seguramente en su mayoría, provienen del sistema familiar de origen. Mientras esas voces resuenan en nosotros, nos dice el evangelio, andamos enojados, de un lado para otro, la gente nos tiene temor y no podemos dormir. Esos son algunos signos. La curación ocurre cuando el joven saca de sí todo lo impuro llevándolo a Dios que restaura todas las cosas haciéndolas nuevas. Después, vemos al Joven sentado, vestido y escuchando a Jesús. Su anima encuentra la paz frente a un animus que le ayuda a conectar consigo misma, con sus deseos profundos, con su corazón. Enséñame, Señor, a vencer el miedo al silencio... Porque me da pereza. Porque me incomoda, cuestiona y reta. Porque no sé qué me espera. Porque el corazón transita caminos inciertos en los que fluyen sin control mis sentimientos y me esperan voces acalladas largo tiempo. O, quizás, porque no quiero asumir que no es el silencio mi miedo ni es la soledad mi problema. Sino en verdad es que vivo huyendo más de mí, que del silencio y más de Ti, que de mí. Así que, Señor, ayúdame a dejar de vivir huyendo y a vencer el miedo al silencio; a habitar feliz mi soledad y asomarme en paz a mi interior; para cruzar las barreras de mi alma y plantarme, ahora sí, ante ti, cara a cara (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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