“A veces quisiera sumirme en un espacio de paz, de quietud, de pausa. Quisiera dejar la mente en blanco, serenarme con un paisaje infinito, olvidar las tareas urgentes, los correos por responder, las prisas que me llevan de un lado a otro siempre apresurado. Quisiera dejarme acunar por el silencio, olvidarme de todo por un rato. Disfrutar de un poco de soledad, estar contigo ahí, sin más…Sí. A ratos me hace falta. Un instante gratuito. Música suave, o ninguna. Un paseo que me conduzca a ningún sitio. Una página de la agenda vacía de citas. Un rato de ensimismamiento, para pensar un poco, para reír por nada, para cantar sin tono. Hace falta un rato de sereno abandono en el que deje de estar alerta, en el que no haya nada que mostrar, un rato de sinceridad sin juicio. Hace falta un tiempo perdido, un tiempo de silencio, para el encuentro con uno mismo. Y por eso a veces tengo que frenar” (rezandovoy). En el alma siempre hay nostalgia de estar y permanecer en silencio. Hay momentos, en los que el ruido cansa y agota quedarse rumiando pensamientos. La tiranía del ruido, detrás de la cual siempre hay una voluntad escondida, que quiere mantenernos descentrados. Las personas que nos llenan de ruido, no sólo andan desconectadas; a veces, quieren ocultar sus miedos, sus desvaríos o malas actuaciones. Los que hacen ruido son los que, por regla general, andan más implicados en los asuntos que, según ellos, quieren denunciar, poner al descubierto. El mal como la hipocresía, enseña la espiritualidad, siempre hacen ruido. El ruido, en ocasiones, es una especie de desquite de quien sufre, contra aquél que está en paz. En el ruido abunda la superficialidad, la banalidad, la mentira y una gran dosis de sufrimiento.
Thomas Merton escribe: “Las personas frustradas suelen reunirse con el propósito de hacer ruido, ruidos que molestan y mortifican a sus prójimos, mientras que ellas mismas no sufren. Es una especie de desquite para ellas, una forma de compensar sus frustraciones. Nosotros debemos combatir esta tendencia. Cada vez que alguien arma un alboroto, obliga a otros a soportarlo, y hay en esta actitud una tremenda injusticia. Tanto si se trata de un descomedido parloteo como los ruidos que producen las máquinas industriales”. El silencio es el oasis que necesitan los desesperanzados, los que han perdido el contacto con su alma, los que han sido esclavizados por las expectativas ajenas y, sobretodo, los que no logran integrar los fragmentos dispersos de su psique. El maestro pide a los alumnos que compongan una lista de las siete maravillas del mundo. Mas tarde pidió que leyeran su lista. A pesar de algunos desacuerdos, la mayoría votó por lo siguiente: Las Pirámides de Egipto. El Taj Mahal en India. Machu Picchu en Perú. Torre Eiffel en Francia. El Coliseo de Roma. La Gran Muralla en China. El maestro buscaba consenso para la séptima maravilla cuando notó que una estudiante permanecía callada y no había entregado aún su lista, así que le preguntó si tenía problemas para hacer su elección. La muchacha tímidamente respondió: Sí; un poco. No podía decidirme, pues son tantas las maravillas. El maestro le dijo: dinos lo que has escrito, tal vez podamos ayudarte. La muchacha, titubeó un poco y finalmente leyó: Creo que las siete maravillas del Mundo son: Ser paciente y vivir cada momento. Aceptarte tal como eres. Hacer las cosas tan bien como sabes. Confiar en ti mismo y en la vida. Aceptar la vida como viene. No juzgar ni juzgarte. Ser curiosa y estar abierta a la vida. Después de leído esto, el salón quedó en absoluto silencio. La contemplación se contrapone a la producción. En la contemplación, nos relacionamos, no con lo que vamos a hacer, sino con lo que la divinidad ya nos ha entregado. De ahí que, en la contemplación se hace necesario que el alma se disponga a ser receptiva; para lograrlo, necesita sentarse en lugar de estar de pie. En lugar de pensar, la contemplación invita a agradecer. La actividad entra en reposo y la palabra se convierte en silencio. La contemplación es el momento en el que el alma se deja instruir, invitar y formar por Aquél que nos sostiene, cura, reconcilia y ama. En la contemplación pasamos del hacer al ser, del hablar al callar, del no-ser al ser, de la fragmentación a la unidad. La esencia noble de la contemplación consiste en, pasar del pensar al amar y al agradecer. La contemplación, la meditación o el silencio no son vías de acceso a la información. La información es algo que está disponible, al alcance, que puede ser controlable, dirigible o consumible. Quien busca información está moviéndose en el terreno de la producción antes que, en la contemplación o meditación. La información nos lleva a otro nivel. Tenemos que recordar que, el ser más que información es disposición, saber estar, saber gozar. Lo que puede ser alcanzado fácilmente, se convierte en objeto de consumo, una vez que se tiene desaparece; de ahí que, una vida centrada en el consumo sea, la mayor parte del tiempo, superficial. La atención que genera la contemplación siempre es profunda, llena de sentido. Quien vive con la mirada de cazador, como dice Byung, pierde cualquier punto de referencia sobre el que se puede construir una existencia sólida. Cuando la atención está dispersa, todo se somete a la satisfacción de las necesidades a +corto plazo y, por esa razón, se vuelve la vida se vuelve plana. La contemplación es, señala Heidegger, una renuncia; el contemplativo se deja llevar, abandona la necesidad de tomar el control y dirigir las cosas según su propio beneplácito. El contemplativo, según Byung, “establece una relación constructiva con aquella esfera del ser que permanece cerrada a la actividad controlada por la voluntad”. La renuncia del contemplativo es la expresión de la pasión que se siente por lo que no está disponible, al alcance de nuestro ego. En la filosofía, se vincula la contemplación con términos como querer y amar y se desvincula del afán de producir, ser capaz y rendir. En el mundo de la productividad, estamos intentándonos apropiar de las cosas, de la realidad, de la vida. En este mundo, querer y amar a una persona o a una cosa se asocia con +apropiarse de ella, ejercer un dominio. En el ámbito de la contemplación, amar significa dejar ser y acompañar a ser. El contemplativo descubre la esencia de las personas y las cosas; se ama lo que es, no lo que aparenta ser. Como la verdadera esencia del ser es, precisamente ser, el contemplativo ama sin querer apropiarse del otro porque sabe que su esencia es sagrada, sólo le pertenece a quien la posee. El amor, cuando se asemeja al amor divino, deja ser y renuncia a controlar. Así como en el fondo de la música brota una nota, que mientras vibra crece y se adelgaza, hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio, otro silencio, aguda torre, espada, y sube y crece y nos suspende y, mientras sube caen recuerdos, esperanzas, las pequeñas mentiras y las grandes, y queremos gritar y en la garganta, se desvanece el grito: desembocamos al silencio, en donde los silencios enmudecen (Octavio Paz) Francisco Javier Carmona
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