La relación de Pedro con Jesús tiene cinco momentos muy particulares. El primero, Jesús sube a la barca de Pedro. Comienza a predicar y, después, Pedro conmovido le dice: ¡apártate de mí, que soy un pecador! Jesús le dice: ¡No temas!, desde ahora serás pescador de hombres. Pedro deja la redes y se convierte en discípulo. Ahora, está realizándose al lado de Aquel cuyas palabras atrapan a la gente y llenan su corazón de entusiasmo. El segundo momento es aquel, donde Pedro dice: ¡Tú eres el Cristo! Jesús responde: ¡Tú eres Pedro y, sobre tu fe estará cimentada mi iglesia! El tercer momento sucede cuando Pedro le dice a Jesús: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y hasta la muerte”. Jesús le dice: “Pedro, antes de que cante el Gallo, me habrás negado tres veces. Yo he orado por ti para que cuando regreses de la noche oscura puedas confirmar a tus hermanos en la fe”. Este debió haber sido un momento muy tenso. Como se dice en la calle, Jesús paró en seco el ímpetu y bravuconería de Pedro. Jesús conoce nuestro corazón y sabe la fragilidad y el pecado que hay en él. Aunque la respuesta de Jesús es dura, también es sumamente compasiva: “oro por ti para que, cuando regreses de la oscuridad, alientes la fe de los otros. La debilidad no le resta fuerza a nuestro destino. Bien dice san Pablo: “Llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro”
Tao-hsin, destinado a ser cuarto patriarca del zen, preguntó a su maestro: ¿Cuál es el método de la liberación? ¿Quién te tiene atado? – replicó el maestro. Nadie me tiene atado. Entonces, ¿por qué buscas liberarte? Un colaborador de rezandovoy escribe: “Te vas a dar un batacazo, Pedro, de esos que transforman una vida. Por impulsivo, por tener el corazón más grande que la cabeza, porque hasta ahora no has dado demasiado tiempo a que estos años transcurridos con Jesús vayan calando hasta lo más hondo. Pero no te preocupes, en una noche muchas cosas se ponen en su sitio, y lo que no ha calado hasta ahora va a derramarse a borbotones en tu interior”. Así es, ese corazón impetuoso que desborda a la razón y, por ratos la obnubila, será sanado y reconciliado porque el Amor es más fuerte que nuestras equivocaciones y desvaríos. Aquí es donde uno sabe que, no es lo mismo una vida donde el amor de Dios está presente, a una vida donde el amor de Dios es el gran ausente. El cuarto momento, es la noche oscura. Sucedió lo que Pedro nunca creyó que fuera a suceder. Lleno de temor, Pedro niega a Jesús y sus compañeros. Afortunadamente, la mirada de Pedro se cruza con la mirada de Jesús y el corazón temeroso encuentra la compasión del Maestro, de Aquel por quien, en un primer momento, estaba convencido de dar la propia vida. Entonces, Pedro llora amargamente. El corazón de Pedro no sólo es bravucón, también es bondadoso y suave; es decir, sabe reconocer que peca, que se equivoca. Aquí esta su salvación. De nuevo, escribe el colaborador de rezandovoy: “No es buena voluntad lo que le falta a Pedro. Siempre impulsivo, siempre dispuesto, siempre presto a dar una respuesta inmediata; dejar las redes, seguirle, gritar con la boca bien grande: ¡yo no te fallaré!, o ¡jamás dejaremos que mueras en cruz! En la noche del juicio, tras negarle tres veces, a Pedro le toca aprender de golpe dos lecciones tremendas: Primera, él mismo, Pedro, no es el gran héroe que soñó. No es el mejor ni el más grande de los discípulos. Es débil, frágil, limitado, asustadizo… hasta la traición del amigo. Es la flaqueza la que nos abre a otros. Segundo, a partir de este momento, menos grandes palabras, y más hechos sencillos”. El Papa Francisco nos anima con las siguientes palabras: “Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin horizonte, solamente un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos la esperanza, para calentarnos el corazón y decir: ¡Ve adelante, yo estoy contigo. Ve adelante! El secreto del camino que lleva de la oscuridad a la Luz está todo aquí: también a través de las apariencias contrarias, nosotros continuamos siendo amados, y Dios no dejará nunca de querernos. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, también en los momentos más doloroso, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: allí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza”. Finalmente, Pedro y Jesús viven el momento más hermoso de su relación. “Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro volvió a contestar: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas. Insistió Jesús por tercera vez: Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas a donde querías. Pero cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará a donde no quieras. Jesús lo dijo para que Pedro comprendiera en qué forma iba a morir y dar gloria a Dios. Y añadió: Sígueme” (Jn 21, 15-19) Solo el que experimentó la fragilidad, la acogió, puede confesar lo que un día, por temor, negó. Jesús nos muestra que, la acogida del pecador es mucho más valiosa que el juicio. A Jesús lo anuncian seres vulnerables que no tienen ningún temor en afirmar que, el amor fue el que transformó sus vidas y es el que fortalece las rodillas vacilantes animándolas a caminar anunciando que la salvación viene del Amor antes que, del rencor, del afán de superioridad, de la ilusión de conquistar el mundo con el propio poder. Un instante vacío de acción puede poblarse solamente de nostalgia o de vino. Hay quien lo llena de palabras vivas, de poesía (acción de espectros, vino con remordimiento) Cuando la vida se detiene, se escribe lo pasado o lo imposible para que los demás vivan aquello que ya vivió (o que no vivió) el poeta. Él no puede dar vino, nostalgia a los demás: sólo palabras. Si les pudiese dar acción... La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar. Hace vibrar árboles, ropas, abrasa espigas, hojas secas, acuna en su oleaje los objetos que duermen en la playa. La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar: da apariencia de vida a lo inmóvil, a lo paralizado. Y el leño que arde, las conchas que las olas traen o llevan, el papel que arrebata el viento, destellan una vida momentánea entre dos inmovilidades. Pero los que están vivos, los henchidos de acción, los palpitantes de nostalgia o vino, esos... felices, bienaventurados, porque no necesitan las palabras, como el caballo corre, aunque no sople el viento, y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar, y el hombre llora, y canta, proyecta y edifica, aun sin el fuego (José Hierro)Francisco Carmona
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